Capítulo 11
Acuesto a Ángel en su cuna, esperando que ahora sí se quede dormido por completo. Me siento en el sofá y comienzo a marcarle a mis jefes e incluso le escribo a Lautaro, ningún mensaje me marca como leído, pero sí como recibidos. Voy al baño y me mojo el rostro esperando que esto baje las revoluciones, es que ya no puedo más con el nerviosismo, juro que hasta espero la peor llamada de carabineros.
Me siento en el sofá y me cubro con la manta que hay en estos, busco una película para tener al menos algo de sonido que vaya al tiempo con mi peor aliada. Cuando por fin estoy pendiente de la trama de La Propuesta, es que oigo cómo se abre la puerta principal y se encienden las luces que yo mantenía apagadas, el reloj ya marca más de las dos de la madrugada.
—Monserrat, tesoro —exclama la Señora Graciela viniendo a mi encuentro—. Siento mucho la tardanza.
—No se preocupe.
—¿Cómo no me voy a preocupar? Si es que ni siquiera atendí tus mensajes, pero es que estaba tan pendiente de mi hijo.
—¿Está todo bien? —cuestiono y en eso escucho otras tres voces.
—Sí, Lautaro que se fracturó la clavícula —por suerte está todo bien.
—Hola —saluda el chico rubio sonriendo como si nada, trae el brazo derecho flectado y sostenido por un cabestrillo color negro—. Te vas a reír cuando te cuente cómo es que me pasó esto, te lo aseguro.
—No me imagino —digo cruzando los brazos luego de que su padre besa mi mejilla.
—Monse, cariño ¿Hay jugo de algo?
—Hay jugo de arándanos ¿Te sirves? —cuestiono a la rubia que toma el brazo izquierdo de Lautaro.
—No, muchas gracias —dice ella cordialmente.
—Por cierto, los chicos se fueron a dormir tarde porque aprovecharon estar conmigo, Ángel hace poco se durmió, no quería dejar de caminar —mi rubia jefa sonríe enternecida por los logros de su pequeño hijo.
—Está bien, cariño.
—¿Te voy a dejar a tu casa? —cuestiona mi jefe viendo a la rubia, en eso le convida jugo a su esposa.
—Pero, yo la puedo llevar en cuanto me vaya —digo revisando la hora en mi reloj.
—No, es que necesitamos hablar —interrumpe Graciela.
—¿Conmigo? —inquiero notando que no saben cómo hacer que la rubia se marche—. Bueno, pero igual la puedo llevar luego ¿No?
—Monserrat, mon amour, indirectamente te están diciendo que hoy no te vas —dice Lautaro que deja a la chica rubia y se acerca a mí—. ¿Me puedes pasar una galleta?
—¿Quieres comer? —asiente con inocencia y me encaminó a la cocina con él siguiendo mis pasos—. ¿Me puedes decir que es lo que pasa?
—Claro, pero antes tienes que hablar con los adultos.
—Tu eres adulto, Lautaro.
—Pasé al doctor con ambos padres, aún figuro como menor a los ojos del doctor que no los pudo echar de la consulta —junto mis labios para evitar reírme de él—. Quiero una galleta.
Le tiendo una galleta y le da un mordisco, antes de darle otro más me acerca la comida a mi boca, sonrío y saco un pequeño bocado, luego el resto no tarda en desaparecer. Es Borja quien llega a la cocina con el vaso en mano.
—¿Ahora sí podemos hablar?
—Tiene que llegar la manda más —dice el hombre negando a mi pregunta—. ¿Compraste café?
—Hoy no salimos de casa, tuve que ayudar a tres idiotas que no sabían planchar unas camisas —resumo mi tarde, poco más los tuve que vestir e incluso les pasé mi auto para que se vayan a la boda, pues ellos pensaban ir en sus motos con traje, Paulina los mataría antes de llegarse a casar con Enzo.
—Son imbéciles —dice el padre, que también prueba una galleta—. Cocinas muy rico, Monse, tienes muy buena mano.
—Gracias.
Nos quedamos en la cocina, como de las galletas que Lautaro me convida y también del jugo que él bebe, esperamos por unos veinte minutos aproximadamente hasta que Graciela vuelve a escena.
—Monse. Es que tenemos que hablar por la extensión de contrato —frunzo el ceño sin entender—. Verás, el señorito se fracturó la clavícula y tiene que llevar ese cabestrillo por mínimo cinco semanas, tiene que tomar medicamentos y pues, además de no saberse cuidar estando sano, imagínate ahora que tiene que tener su brazo diestro inmovilizado.
—¿Quieren que sea niñera de Lautaro?
—Cuidadora, más bien —señala mi jefe sonriendo con burla hacia su hijo, quien trata de sonreír a pesar de que sabe estoy enojada.
—Asistirlo en lo que no pueda hacer —dice Graciela.
—Está bien.
—Sería un pago extracurricular —acota Borja disfrutando que he accedido.
—Bien lo he ayudado a sobrevivir estos días, no creo que sea más difícil.
—Les dije que es buena persona.
—Me van a pagar, no te creas que me importas tanto —los padres del chico ríen y luego evitan las carcajadas.
—Ahora, mon amour, tendrás que quedarte porque Pablo mañana trae el auto que tú usas.
—Lautaro, cada vez que abres la boca me dan ganas de golpearte —declaro cerrando los ojos para no ver cómo sonríe.
—Monse, puedes dormir en la habitación de Lautaro y él dormirá en la cama que hay en la oficina de mi esposo —dice Graciela comiendo la galleta que su esposo le convida—. Además de eso te pasaré una de mis pijamas.
—Pero ¿Por qué en la habitación de Lautaro?
—Porque no los quieres escuchar teniendo sexo —dice el hijo de ambos que se sonrojan.
—Lautaro, es que si entiendo a Monserrat cada que dice querer golpearte —declara su madre—. Iré por el pijama y así puedes lavar tu ropa durante la noche y estará lista para mañana.
—De acuerdo —susurro un poco cohibido por invadir el espacio personal de Lautaro.
Me quedo con padre e hijo que sólo charlan del asunto de cómo fue la boda, la ceremonia y lo poco que estuvieron en la fiesta. Tomo mi celular y decido avisarle a mi hermano, tal vez no vea los mensajes pero cumplo con avisar.
Monse: Oye, me tendré que quedar aquí en la casa de los Zamora. Estoy bien y hablamos mañana, te llamo para el desayuno. Te amo. Pd: Ya ansío un sobrino que tenga ojos verdes como los de la Maca.
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Editado: 15.11.2024