La segunda semana de rehabilitación uno de los doctores, el Doctor Miller, se me acercó, hablamos un buen rato y al finalizar la charla él me entregó un cuaderno, no tenía nada escrito y eso me sorprendió, le pregunté por qué me lo daba que igual no podía escribir nada porque no tenía lápiz, él me dijo con una calma que envidia en un momento.
—No desesperes, querida, eso lo sabrás cuando sea correcto.