N o e l
—Y por eso es que le debemos todo al diablo, nuestro señor—acaba mi profesor de siempre, no recuerdo su nombre, solo se que es otro de los que le lamen el culo a mi padre y le agradecen por eso.
Estoy acostumbrado, el escuchar a todos alabar a mi padre desde temprana edad se me ha hecho costumbre.
Es algo tedioso, pero él lo disfruta y, todo aquel que no lo haga quedará desterrado del infierno, quizá para muchos no es para tanto; después de todo, todas esas historias de que el infierno es un lugar del que es simple y llanamente por y para tortura, no parecerá la gran cosa que seas desterrado.
Pero, al final, es mejor tener un nombre y ser calificado para cumplir al diablo; que vagar sin un alma en medio de la tierra.
Eso es lo que se desconoce del destierro.
No tienes un alma, vagas por la tierra, espantando o viviendo entre mortales tomando cuerpos. Los humanos suelen llamarlos "fantasmas" o cosas del demonio.
En fin, que mi padre siempre se lleva todo el crédito.
—Por eso es que tú—me señalo—, Noel, debes estar orgulloso de tu padre y...
Bla, bla, bla, dejé de escuchar al lame botas.
Es lo mismo todos los días, las mismas charlas, lo mismo de siempre. Tu padre aquí, tu padre allá; miles y miles de alabanzas al diablo.
Comenzaba a dudar sobre si esto era lo que yo quería para mí en mis siguientes milenios de vida.
Las siguientes horas las pase resignado a escuchar más alabanzas, algunas demonios hablaban sobre lo bueno que estaba mi padre, y como yo siendo su sucesor estaba igual o más bueno.
"Hijo o suegro, esa es la cuestión."
Sí, no era la primera vez que escuchaba los mismos comentarios.
Solo suben más mi ego al fin y al cabo.
En anatomía de criaturas demoniacas veo a Gregorio, el consejero de mi padre, de pie en la puerta; eso solo significa una cosa, me pongo de pie sin esperar permiso de mi profesora, salgo con Gregorio quien me sigue a la oficina fuera de las instalaciones de la copia de el mundo mortal, allí le llaman "universidad."
Deje que el hombre a mi lado condujese hasta las oficinas del diablo, donde en la ultima planta del edificio se encontraba su despacho, donde me esperaba sentado detrás de su escritorio de caoba, con un trago de whisky en su mano izquierda y la derecha sosteniendo un papel.
Entre sin tocar, mi querido padre no levanto la vista del papel en su mano.
—Siéntate—con su voz totalmente grave, demandó.
Tome asiento en uno de los sofás individuales delante de su escritorio, espere y espere a que comenzara a hablar.
—Te encomiendo una misión, querido hijo—por fin, levanto su mirada de la foto; sus ojos marrones oscuros encontraron los míos marrón claro.
—¿De qué se trata esta vez?—inquirí, me pongo de pie, buscando un vaso de vidrio para servirme del whisky de mi padre.
Mi padre me encomendaba distintas... misiones, algunas veces para hacer cosas en el mundo humano que lo hundiesen un poco, otras veces para entrar en la mente de las personas para que cometiesen actos ilícitos. O para asesinar personas, o ángeles. Los fieles enemigos de mi padre.
—Un ángel.
—Asesinato—deduje.
—Exacto, querido hijo—sonrió mostrando esa sonrisa por la cual mis compañeras de estudio se derretían.
—¿Quién es el bastardo?—pregunte volviendo a tomar asiento.
—La—corrigió extendiendo su sonrisa.
Extendió entonces el papel de su mano derecha por encima del escritorio, una chica de cabello color oro, bonita sonrisa y un vestido blanco pegado a sus curvas. Vamos, un ángel en todo su esplendor.
—¿Por qué una chica esta vez?—inquirí, normalmente los ángeles que he asesinado han sido hombres.
—Gregorio me informo, que parece ser la favorita de el dios del cielo.
Cualquier cosa que pudiese molestar al dios del cielo que estuviese al alcance de mi padre, era una oportunidad más para hacerle enojar, cosa que mi padre disfrutaba como un niño comiendo el corazón de un ratón, ya saben, cosas del infierno.
—¿Cuándo?—dije refiriéndome al día del asesinato.
—Mm... que te parece—hizo una pausa fingiendo pensar—. Ahora.
—En quince minutos tengo clase de idioma humano—fruncí mi entrecejo.
Mi padre soltó una carcajada que pudo haber despertado a los muertos; aunque esa es una muy mala referencia cuando vives entre ellos.
—¡Por amor a mí, Noel!—exclamó—, te he enseñado todo o incluso más de lo que enseñan en ese lugar.
—Entonces ¿por qué continuo yendo?—frunzo más mi ceño.
—Para no tener que aguantarte toda la noche junto a mí—así es mi padre, sin pelos en la lengua.
—Bien, me voy—tomo todo mi trago y de un sonido sordo, dejo en vaso en el escritorio. Tomo la hoja y me levanto.
Las puertas se abren antes de que pueda tomar el pomo.
—Recuerda, Noel—habla papá a mis espaldas, su sonrisa ha desaparecido y ahora me observa con demasiada seriedad—. No caigas.
No respondo, solo le doy un asentimiento y continuo con mi camino, sé a lo que se refiere mi padre; los ángeles no son lo que aparentan, con su aureola dorada y sus alas blancas dan el aspecto de alguien que no rompería ni un plato. Sin embargo los ángeles tienen el poder de seducirte para alejarte del mal y hacerte "entrar en razón" y no es que sea algo malo para ellos; pero si para nosotros.
Caer en la seducción de los ángeles es olvidar por completo de dónde vienes, como ganarse el perdón de Dios por medio de su poder.
El elevador se detiene en el segundo piso, las puertas se abren dándole paso a Miguel, mi mejor amigo entra en el elevador, con su cabellera negra despeinada y su corbata gris desarreglada.
—Tienes labial aquí—limpio la comisura de mi boca en señal para que se limpie su comisura.
Él ríe y pasa su manga por su boca, dejando un rastro de pintura en su camisa.