C la r i s s a
Ver tantos arboles a mi alrededor comienza a marearme, de seguro ya estoy perdida, esto me pasa por haber rechazado la compañía de Elián; observo una vez más a mi alrededor, captando lo mismo, kilómetros y kilómetros cubiertos de árboles; ni siquiera entré por mi cuenta aquí. Literalmente la bola de cristal me dejo caer sobre la copa de un árbol y me dejó a mi suerte.
Me dejé caer de la copa hacia el suelo, lastimando mi tobillo al caer de pie.
A pesar de que sanamos bastante rápido, es diferente con las heridas profundas; si en este momento me cortase la palma de mi mano sanaría cerrando la herida, pero, ahora es diferente, las heridas deben ser tratadas como normalmente se tratarían las de un mortal.
Soy un imán de la mala suerte, genial.
Suspiro y acabo por sentarme sobre las raíces de un árbol, descansando un poco mi tobillo.
—Estrellas y centellas—susurro cuando intento moverlo.
—¿Qué clase de insulto es ese?—chillo.
Me volteo rápidamente aun sobre el suelo, Noel me observa con una ceja enarcada. Pongo una mano sobre mi pecho, mi corazón quiere salirse al latir a tal velocidad.
—¡Casi muero de un infarto!—reclamo.
—Mejor morir de un infarto a morir por una torcedura de tobillo—señala con burla, sentándose a mi lado sobre la raíz del árbol.
Mis mejillas de tornan mucho más carmesí.
—¿Qué haces tú aquí?—inquiero, con el ceño fruncido.
Me sorprende verlo aquí, luego de nuestra pequeña platica de anoche... no lo sé, solo pensé que no lo volvería a ver. Mi corazón late con fuerza, y ya no sé si fue por el susto que me dio o por su presencia.
No. No. No, ni siquiera lo pienses, Clarissa.
Suspira y, en un rápido movimiento, toma mi pierna para dejarla sobre la suya. Chillo cuando toca mi tobillo accidentado.
Su toque da cosquillas sobre mi piel. Y comienzo a enfadarme conmigo misma al ver que no me desagrada.
Como si fuésemos amigos de toda la vida
—¿Por qué siempre tiene que haber una razón para estar en los mismos lugares que tú?—comienza a girar mi tobillo con delicadeza.
—Bueno, quizá porque no es bueno confiar en quien una vez intento o tuvo la intención de asesinarte—digo.
Sonríe ladinamente, aun con su vista fija en mi tobillo.
—Vaya, mi querido ángel sabe utilizar la ironía.
Mis mejillas se encienden, frunzo mi ceño arrugando mi nariz.
—Ya ves, soy muy lista—refunfuño.
—Seguro que si, por eso no bajaste de rama en rama y decidiste saltar desde la copa de un árbol—me mira haciendo que me sienta vulnerable bajo su mirada; como si pudiera leerme con tan solo un vistazo.
No tengo muy entendido si eso es algo que me gusta o disgusta; es un término medio.
¿Será que en serio puede leerme con tan solo observarme? No lo sé, pero la duda me carcome. Inclino un poco mi cabeza hacia al lado, aun observándolo; quiero leerlo, así como él posiblemente está haciendo conmigo. Mis mejillas se encienden cuando su sonrisa se expande, desafiándome con la mirada.
No quiero eliminar el contacto visual, quiero hacerle ver que yo también puedo ser tan intimidante como lo es él.
Frunzo mis labios, resistiendo aun con mis nervios de punta. Un pequeño bufido de su parte me desconcierta, antes de que comience a reír, desconcertándome aún más.
—¿Qué es tan gracioso?—inquiero, mis mejillas arden con furia.
—El que intentes intimidarme, es simplemente hilarante, con esa pinta no causas más que ternura, Ángel—me mira con sus ojos achinados.
Bufo.
Observo hacia el frente, olvidando por unos segundos a lo que venía a este bosque. Miles de hectáreas repletas de árboles se encuentran frente a mí, maldigo el momento en el que no pedí un mapa para orientarme.
Bajo mi pierna de la suya, apoyando ligeramente el tobillo en el suelo. Suspiro y acabo por ponerme de pie; rápidamente le veo levantarse junto a mí.
—¿Puedes caminar?—inquiere, con la vista sobre mi tobillo.
Lo muevo en forma circular, quejándome ligeramente.
Suspira. Y, rápidamente me sube a su hombro. Chillo, y gracias al rápido movimiento me mareo ligeramente.
—¡Bájame!
—Nop.
—¿Qué quieres decir con ''nop"?—inquiero.
—Pues que no me da la gana.
Abro mi boca, incrédula, él espera por mi respuesta y yo intento encontrar algún insulto en mi vocabulario, sin embargo... podrían quemar mi lengua por decir algo siquiera.
—Eres, eres un...
Bufa, divertido. No puedo ver su rostro per casi sé que se encuentra sonriendo.
—Vamos, dilo.
Camina conmigo sobre su hombro, mi estomago duele un poco gracias a que estoy doblada sobre sobre el mismo.
—Eres... un grosero.
Por segunda vez, le escucho reír abiertamente, lo que me hace enfadar, lo que hace que mis mejillas parezcan las de una ardilla. Como la misma a la que me han mandado a buscar, tenía que ser hoy el día en que una ardilla se incrustase una astilla en su patita.
La pobrecita debe estar sufriendo...
—¿Puedes solo... continuar?—suspiro—, debo encontrar a la ardilla.
—Ah, claro—bufa—, ¿No quiere algo más, su majestad? ¿Un helado de frambuesa, quizá?
—No, gracias—sonrío pensando en que, quizá, al final de todo si tiene modales—, no me gusta la frambuesa.
Bufa una vez más y se mantiene en silencio, como si no quisiera que comenzase a hablar más con él.
Subo mi cabeza intentando observar a nuestro alrededor; observo y continuo observando, quedando aún más confundida al estar caminando pero yo continuo observando el mismo lugar en el que antes nos encontrábamos.
—Y... ¿Cómo encontraremos a la ardilla?—inquiero, intentando voltearme hacia él.
No me responde, continua con la vista fija en el frente, golpeo ligeramente su cabeza con mi dedo, sin obtener alguna reacción. Continuo golpeteando suavemente su cabeza para hacerlo hablar.