N o e l
Mis nudillos arden, al igual que la punta de mis dedos siente esa incomodidad y dolor agudo. Mis guantes desaparecieron, al igual que las uñas que antes atravesaban mis dedos, dejando solo un hoyo que se cura lentamente.
Ni el dolor de mi cuerpo ni el de mis manos es tan grande como la preocupación que siento observando, oculto tras un montón de árboles como una rata, el cuerpo inerte de Clarissa. Un rasguño recorre la parte interna de su ante brazo derecho, y sé que dolerá y no sanará fácilmente.
Esta mal herida, y su cuerpo está cubierto por rasguños, pero de entre todos esos resalta el de su brazo derecho, el que yo le causé.
Su pecho se mueve lentamente luego de que el ángel a su lado haya llamado a otros dos, uno de ellos estuvo al menos media hora con su mano sobre su pecho, a la altura del corazón.
No entiendo que hizo, pero si por mi culpa su pequeño corazón pudo haberse detenido... no.
Era mi misión desde un principio. No le debo nada, solo fue amable conmigo y me habría encantado tener conciencia para ver su pequeño cuerpo quedarse sin...
Bajo el nudo que se me forma en la garganta al imaginarme tal escena.
Frunzo mi ceño, y entre dos ángeles suben a Clarissa a una pequeña camilla blanca y simple, alzan vuelo y se alejan, y, hasta que no se pierden de mi vista no alejo la mirada de ella.
Le hice daño.
Por mi culpa pudo haber muerto.
Pero no me causa satisfacción saberlo, no como las anteriores veces.
La odio.
Me odio.
¿Qué me sucede?
Salgo de mi escondite, dejando que las ramas resuenen bajo mis pisadas, puedo sentir la presencia del último ángel tras de mí. Sonrió antes de voltearme hacia él.
—¿Es que acaso quieres morir?—le pregunto.
No dejo que mi sonrisa caiga.
—Deberías de sentir vergüenza.
Suelto una risa estruendosa.
—¿Yo?—limpio una lagrima falsa de la comisura de mi ojo—. ¿Pero yo qué he hecho?
—Casi matas a la pobre chica—me reclama, como si acaso fuese de mi importancia—. Y solo te vas paseando por allí, como si no fuese la gran cosa.
Me enojo de hombros.
—¿Y me cuentas esto porque debería de importarme?—inquiero, soltando un bostezo.
—No sé ni siquiera que hago hablando con un sucio demonio.
Camino rápidamente hasta llegar a él, y tomarle por las solapas de su refinado traje blanco. Le proporciono un cabezazo que, hace que la parte del golpe obtenga un morado en algunos minutos.
—Podremos ser sucios, pero siempre acabamos con nuestra labor, así que, cuida bien a tu preciado ángel, que la siguiente no acabará tan solo en un "casi."
Lo empujo y cae sentado sobre la tierra, sobándose la parte adolorida de su cabeza.
Doy media vuelta y desaparezco de su vista, y de la vista de todo ente o persona que pudiese verme.
Solo así dejo que el peso caiga sobre mis hombros.