C l a r i s s a
—¡Clarissa!
Gruño envolviéndome más en mis cobijas, calentitas resguardándome del frio exterior.
—¡CLARISSA!—la molesta y maldita voz me hace entre abrir mis ojos, cerrándolos nuevamente gracias a la gran luminosidad que hay en toda la habitación.
¿Por qué tiene que salir el sol?
Yo soy feliz con la noche, no hace calor, las estrellas son muy bellas... la arena de la playa es fría y sobre todo, la noche es perfecta para dormir.
No quiero levantarme y enfrentarme al mundo exterior. Al menos no hoy, ya lo haré mañana.
—¡Que te levantes, floja!—me arrebatan las cobijas de mi cuerpo. Mi piel se eriza al sentir el clima tan fresco que hace.
—La envidia es mala—gruño.
—La pereza también—logro reconocer la voz de Elián.
Abro mis ojos con dificultad, frunciendo mi ceño me siento sobre la cama, mi cabello es un nido de pájaros perfectamente y mis ojos están hinchados y entrecerrados, aun acostumbrándose a la luz del día.
—Que bella—ironiza mi amigo frente a mí.
—Ya ves, tan bella como una flor—sonrío falsamente y él solo se carcajea.
—Un poco marchita con ese humor y aspecto, florecita—me regala una de sus sonrisas brillantes y me obliga a bajar de la cama.
Suspiro y mi cabeza intenta despertar de una buena vez, trayéndome imágenes de la noche anterior.
¿Cómo he llegado aquí?
A pesar de ser la pregunta que menos me importa responder, es la única que logro formular con medio cerebro dormido.
—¿Qué haces despertándome tan temprano?—le gruño a mi amigo, buscando algo para ponerme sin fijarme demasiado en lo que escojo.
Lo dejo todo sobre la cama y me tumbo al lado de la ropa, necesito despertar, pero hace frio y mis ojos se cierran inconscientemente.
—No te vayas a dormir—me advierte.
—No puedo hacerlo por más que quiera; sabes que no logro dormir una vez me despiertan—mi cara esta aplastada sobre el colchón, pero se me entiende perfectamente.
—Lo sé—ríe—, solo quería molestarte un poco más.
—Elián....—advierto, con voz severa.
—Bien, bien—le escucho sentarse en la orilla de la cama, tapando la claridad que entra por la ventana—. Solo quería preguntarte para que me buscabas ayer.
Suspiro y logro abrir mis ojos por mi cuenta.
—No lo recuerdo—miento.
Lo último que quiero es hacerle sentir mal por dejarme tirada con mis ganas de observar las estrellas por el subsuelo.
—¿Estas segura?—pregunta observándome con su cabeza ladeada.
Asiento y él también.
—Dile a los mastodontes que resguardan ese lugar que podrían sonreír de vez en cuando—comento, cambiando de tema—. Tampoco se les caerá un diente por sonreír.
Bufa.
—Se les ha seleccionado por lucir amenazantes y por sonreír poco—menciona y comienza a acariciar mi cabello, una acción que me relaja haciéndome suspirar—, literalmente su trabajo es no sonreír.
Bufo.
—Pues ojalá y si se les caiga un diente por no sonreír.
Suelta una pequeña risa.
Nos quedamos en silencio durante unos minutos, y recuerdo porque extrañaba tanto a mis amigos, pero más que nada a Elián, con él me siento cómoda y no juzgada. Me da paz y nuestros silencios no son incomodos y no necesitan ser llenados, simplemente son silencios.
Incluso podría quedarme dormida, si no me fuese imposible.
—Anda, a levantarse—deja de acariciar mi cabello y se pone de pie, gruño en molestia—. Y por favor, busca algo decente para salir, hay todo un revuelo afuera y creo que te gustaría estar presente.
—¿Qué tiene de malo lo que escogí?—pregunto.
Toma las dos prendas y me las muestra.
—Pues no sé qué tal te quedaría utilizar un pantalón corto sobre un vestido.
Bufo y dejo que lo lance a mi cara, se queda sentado en la silla de mi escritorio ojeando el libro de dibujos, me visto con tan solo el vestido... siento curiosidad por las voces que pasan al lado de mi puerta casi gritando y corriendo fuera del pasillo.
Además de que aun necesito averiguar si soy sonámbula como para haber llegado aquí sin poder recordarlo.
Cuando volteo, Elián se mantiene con la vista fija en uno de mis dibujo en particular.
Una mano enguantada, donde la tela de la punta de los dedos se estira aguantando antes de romperse debido a la fuerza ejercida por las uñas negras.
Todo en una secuencia.
Ni siquiera recuerdo ser consciente de lo que dibujaba en ese momento.
—Quiero decirte algo—llama mi atención aun observando el dibujo.
—Claro—me dirijo hacia él y de inmediato posa sus ojos sobre los míos.
Suspira, y le veo tener un debate interno en si hablar o no, no sé si deba preocuparme...
—Sabes que hay cosas que los arcángeles no podemos decir...
Asiento.
—O si no seríais castigados por hablar de más—completo por él.
Asiente y suspira nuevamente.
—Clarissa, hay cosas que no puedo decirte, pero prométeme que sea cual sea la situación, no te alejarás de mi lado—me mira con seriedad, haciendo que trague el nudo que ni siquiera sé por qué se forma en mi garganta—. Cualquiera que sea la situación, seguirás considerándome tu mejor amigo.
Me quedo suspendida en el aire durante unos segundos, y no encuentro razón a sus palabras, sin embargo, no creo que haya nada tan malo como para pensar en que Elián pueda dejar de ser mi mejor amigo.
Nada podría ser tan malo como para llegar a ese extremo.
Sin embargo, hay un presentimiento extraño que no deja de molestar ligeramente. Pero no le hago mucho caso a tal cosa, puede ser tan solo cosa mía.
Asiento sonriendo, viéndole bajar sus hombros y cambiar su semblante a uno más relajado.
—¿Vamos?—le pregunto.
Esta es una de las grandes diferencias entre mis amigos.