N o e l
¿Es posible volverse adicto al sabor de sus labios?
Podría jurar que fue lo primero que pensé al sentirlos cálidos junto a los míos. Me habría quedado en esa posición hasta que nuestros pulmones comenzaran a aullar por aire. Pero Miguel interrumpió mis planes.
Sin embargo, me sentí satisfecho ver en el auto como ella se vio tan afectada por nuestro pequeño beso como lo estuve yo...
Y al sentir mi aroma en su piel... podría decir que fue eso lo que hizo mi cabeza irse hacia una dirección..., que no podía atravesar por ahora.
Funciono para lo que estaba planeado, y, admitiré que en el elevador tuve que controlarme para no besarla delante de Sara, porque podría haberlo hecho sin ningún problema, pero no quería escuchar más chillidos por parte de mi sirvienta de los que ya iba a escuchar por la presencia de Clarissa en el edificio.
Ahora ella camina delante de mí aferrada al bolso que le hice mandar con Sara, reacomoda el bolso como cada vez que siente que este cae de su hombro.
La emoción de Sara fue autentica al verla, lo sé porque sus ojos jamás habían brillado así al traer aquí a Miguel o Maite. Sin embargo, ella sabía perfectamente que no tenía interés en ninguno de los dos.
Quise traerla para que conociera a una gran parte lo que fue mi adolescencia, a partir de los doce, para ser exactos.
El edificio iba a ser demolido, no tenía una utilidad en concreto y solo servía para qué demonios llegasen e inundaran sus penas en alcohol. Algo inútil ya que en el infierno nada ni nadie podría emborracharse, es considerado un método para hacer desaparecer tus pensamientos atormentados, aunque sea por unas horas, pero sigue siendo una forma de desaparecer tus problemas rápidamente.
Tomar en el infierno solo hace que tengas mal olor, y un mal sabor de boca.
Sin embargo, en burdeles sigue siendo muy utilizado, que no se pierda el ambiente de la fiesta, palabras de mi padre, no mías.
Una pequeña sonrisa se forma en mi rostro al ver su mano tras su cuerpo, buscando mi mano.
Le doy lo que pide y rápidamente la veo voltear con una sonrisa, vuelve a mirar hacia el frente con el rojo invadiendo sus mejillas.
Una sensación extraña se instala en mi pecho, apretando allí donde se instala.
Miedo.
Miedo de no haber experimentado esto antes, miedo de no saber cómo proceder, ni de cómo controlarlo.
Ni siquiera sé que quiero controlar, porque no se su nombre. El nombre de esta sensación que me causa ella cada vez que me sonríe, o cada vez que tengo la oportunidad de besarla. Y aunque solo han sido dos veces, ya estoy esperando una tercera, cuarta y quinta vez.
Llegamos a la cocina y Sara es la primera en notarnos.
—¡Al fin llegan!—no me sorprendo en notar que ha llegado antes que nosotros.
Varias ollas humeantes están tras ella, junto a una Céline removiendo un líquido casi de forma automática.
Pobre Céline.
—He encontrado un libro de recetas italianas perfecto—me siento en un taburete frente a la isla que separa la sala y la cocina, y guiando a Clarissa con mi mano le indico que se siente a mi lado.
La mirada de Sara va dirigida hacia nuestras manos entrelazadas todo el tiempo.
—Bien, gracias, Sara—le digo.
—No me he decidido entre pasta o pizza, así que he hecho ambas—se gira hacia Clarissa—, Chiquilla, ¿Qué prefieres?
Clarissa se sonroja al tener nuestras miradas en ella, se aclara la garganta antes de hablar.
—Bueno, pasta estaría bien, después de todo, siempre ha sido mi platillo favorito.
Sara da palmaditas de felicidad.
—Bien, bien—amarra el delantal tras su cintura—. ¿En qué salsa y con que carne?
—Pesto con pollo—asiente segura y Sara se gira y saca algo redondo con un mango de una estantería.
No sé nada sobre cocina, debo admitir.
—Espero que no planees envenenarnos con tu combinación—bromeo susurrando, inclinándome hacia su oído.
Imita mis movimientos y me sonríe.
—No me creerías capaz, ¿Cierto?
Nuestros ojos se conectan y me quedo un poco más del tiempo debido admirando sus irises.
—Para nada.
C l a r i s s a
La cena transcurre entre varias y repetidas preguntar de Sara hacia mi persona, entre ellas estaba la que no me esperaba escuchar.
—¿Cómo es posible que un ángel se resguarde entre paredes del infierno?—había preguntado.
Claro, Noel contestó a su pregunta ya que ni siquiera yo lo sabía.
—Todos hemos cometido un pecado en nuestra vida, o ya sea eternidad. Los ángeles que yacen en el cielo se le fueron perdonados tales pecados, pueden entrar al infierno como si fueran un demonio más, pero sin la cantidad necesaria de pecados cometidos como para ser encarcelado en el inframundo.
Su explicación fue algo confusa para mí, pero comprendí lo que trataba de decir.
Aunque las palabras de Sara me dejaron una espina de confusión en mí.
—Ten cuidado, que seas un ángel en el infierno no te salvará de la transformación, es en realidad, más probable que puedas obtener una transformación al estar en el infierno.
Noel se tensó en ese momento, él sabía que lo que hablaba, pero no me había dicho nada a mí en ese entonces, las palabras de Sara solo hicieron que me sintiera aún más confundida.
—Ya sabes—había continuado ella—, al estar compartiendo entre demonios y aprendiendo de sus costumbres... las posibilidades son..., enormes.
Inmediatamente Noel cambió el tema apenas Sara acabó con sus palabras, mi mente seguía dándole vuelta a sus palabras, pero seguía sin encontrarle respuesta alguna.
En ese momento el bolso que colgaba del respaldar se sacudió por el movimiento de lo que llevaba en su interior, ninguno de los dos se percató de este movimiento, y mi corazón dio un vuelco al recordar un pequeño detalle.