Mi Ángel

Folo

N o e l

Las emociones arremolinadas pueden ser una pesadilla,

si no se controlan pueden hacerte cometer una estupidez

de la que la probabilidad de arrepentirse de ello sea de un 99.9%.

—Noel.

1...

Inhalo.

2...

Exhalo.

3...

Inhalo.

4...

Exhalo.

5...

Inhalo. Maldita sea...

6...

Exhalo. Mierda.

7...

Inhalo. Maldita mierda.

Intentando mantener la calma y cordura sobre mi cuerpo y mente me alejo de su habitación. Sin haber dado un portazo a su puerta para darle más dramatismo al asunto.

No sé qué esperaba trayéndola aquí, dándole un recorrido por el castillo de uno de mis aliados que pudo haber acabado con ella muerta gracias a los malditos vampiros. Porque por más aliados que sean, siempre puede haber excepciones que se resbalan de mis manos al no estar en el contrato previamente establecido.

Sabe provocarme, y lo ha logrado.

No sé si fue intencionalmente, pero me ha provocado lo suficiente para replantearme toda su estadía bajo mi techo.

Me hizo replantearme por completo mi plan, y no debería de hacerlo. No cuando desde el inicio de este mi pensamiento siempre fue seguro.

Clarissa... Clarissa...

No quieres conocer el verdadero infierno.

Tan dulce, tu frágil ser no duraría dos segundos en el inframundo.

El infierno se divide en dos.

El infierno como tal, donde cada demonio se toma un descanso de las torturas, y demás... el inframundo, lugar donde se propician dichas torturas y es posible pagar por verlas o bien, proporcionarlas.

La cacería es una noche al año en la cual los demonios menos favorecidos de dinero tienen la oportunidad de salir del infierno sin pagar una sola moneda e infringir daño a cualquier ángel que se les presente.

Una sola noche cada 365 días, la fecha jamás será constante para que los ángeles no puedan encontrar un maldito patrón, y que un ángel viniera a claramente restregarme en cara el mal que causa esta noche no fue algo que me hiciera sentir de un gran humor.

Digo, no hay que ser lo suficientemente inteligente para saber que, claro, dicha noche iba a molestar a Clarissa, no tenia en cuenta de que esta noche caería convenientemente hoy.

Un ángel no vendrá a exigirme que les quite su derecho a mis demonios de satisfacerse como mejor les venga en gana.

Si yo comprendo sus cursilerías de "no herir a ningún ser viviente" que ella comprenda también las mías.

Me siento tras mi escritorio y tomo los papeles que me ha hecho llegar un asistente, los papeles que me describen perfectamente quien es la mujer que se mantenía tan apegada a Clarissa cuando aún estaba en el cielo.

Historial completo, edad, fechas importantes, tipo de sangre...

Cosas inservibles por el momento.

Por el momento.

Cuando aún entablaba más de cinco oraciones con Miguel, recuerdo haberla visto junto a Clarissa mientras... le espiaba. Y no precisamente estaba junto a ella.

Mis días de tortura han quedado un poco empolvadas desde hace unos días...

No es mal momento para volver al juego.

—Señor—llama un sirviente tras la puerta, girando un dedo la puerta se abre revelando la figura de un hombre escuálido bajo el marco—. La mujer está en el sótano, tal y como lo ordenó.

Asiento observando a través del ventanal descubierto nuevamente.

—Lárgate.

Se aleja no sin antes inclinar levemente su cabeza. Giro levemente mi cuello haciéndolo crujir, repito el movimiento hacia el otro lado consiguiendo el mismo resultado.

Alena.

Alena.

Alena.

Mi cuchillo está deseoso por volver a enterrarse en tu piel.

Salgo de la oficina sintiendo satisfacción al ver como las personas se alarman con el sonido de mis pisadas, no dejo entrever dicha satisfacción, pero me doy el gusto de darme una vuelta por el edificio solo para continuar con dicho sentimiento. El elevador abre sus puertas para mí y me adentro en el con calma, reajusto mi guante a la muñeca y, el escáner de retina me recibe cuando las puertas son cerradas nuevamente.

Mi iris es reconocido por la maquina y la caja metálica comienza a ascender automáticamente, desordeno mi cabello pasando mis manos por el y con una de mis manos siento mi cuchillo pegado a la tela de mi gabardina negra. Cualquier movimiento brusco y podría hacer un pequeño agujero en la tela.

Mi recorrido comienza al pisar el césped, ocultándome de los humanos que rodean la zona. Bajo unas escaleras que me llevan a una puerta metálica que necesita otro escáner de retina.

Las puertas se abren y una tenue luz ilumina el centro de la habitación, donde en una silla yace dicha mujer atada con cuerdas de sus brazos, cuello, manos, piernas y tobillos.

Una gran sonrisa se forma en mi rostro.

—¡Bienvenida, querida!—suelto con falso entusiasmo, dando una palmada sonora que hace que sus ojos me observen.

Un odio profundo me recibe en su mirada, mi sonrisa aumenta con su odio.

—Lamento no haber tenido la oportunidad de traerte por mi cuenta, pero al final he encontrado a las personas perfectas para hacerlo—rio mientras me acerco a ella—. Espero que Martín y Hugo hayan sido tan sádicos contigo como les ordené.

Conforme me acerco sus magulladuras en rostro y cuerpo se hacen visibles, ninguna venda cubre su boca, o la herida abierta y goteante de su cien.

—Me encanta—tose interrumpiendo sus palabras—, la habitación. Pero habría preferido algo con mejores vistas.

Su voz es cansada y unas cuantas gotas de sangre que han manchado el suelo con su tos me demuestran el daño interno que le han dejado mis hombres, no lo suficiente para matarla, pero si para que haya un daño.



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En el texto hay: demonios, romance, demonios angeles

Editado: 06.02.2023

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