La vida era monótona para Sandrita al parecer; a pesar de su estadía en el mundo por diez primaveras, el día anterior era muy similar al otro desde hace algún tiempo.
Salía a la misma hora de su casa rumbo a su lugar de estudio y del colegio a su morada, no había nada peculiar. Sus compañeros hacían los mismos juegos y en la casa nunca faltaba el quehacer, como en cualquier otra. Catarina, su nana se la pasaba limpiando todos los días sin falta y a ella le fascinaba ayudarle desde que era muy chiquita.
Catarina llevaba trabajando en la casa de su padre Miguel unos diez años; toda una vida a decir verdad y adoraba a la niña como si fuera su hija o nieta.
Ese tipo de amor nació desde que llegó y vio sus gateos, sus primeros pasos y fue ella quien le había enseñado a degustar la comida con su variedad de sabores. En todo ese tiempo la nana se tomó el trabajo de explicarle para qué le servía cada alimento a su cuerpo y la niña, con su amplia sonrisa y sus mejillas sonrosadas quería saberlo todo en absoluto y la llenaba de preguntas acerca de cada verdura, de cada fruta que se llevaba a la boca, y Catalina siempre gustosa de darle una respuesta terminó yendo a la biblioteca y rebuscando en libros de nutrición las propiedades nutricionistas para no dejar a Sandrita con ninguna duda.
Ella se reía para sus adentros, porque sin querer se había convertido en toda una investigadora en el tema de las propiedades culinarias.
No cabía la menor duda que, para Sandrita la excepción de su día a día era el cielo, que nunca mostraba el mismo color o las mismas figuras de las nubes en lo alto.
Siempre podía sorprenderse de sus cambios diarios, la verdad ella tenía una fijación especial e inexplicable por el gran espejo multicolor. Pero, en definitiva su momento preferido sucedía al caer la noche, porque podía contarle a su padre sobre sus días y él la escuchaba atento mientras compartían una rica cena, para luego ver algún programa random en la televisión. Les encantaba reírse de todo y de nada a la vez, era algo que les relajaba, sobre todo a Miguel.
A decir verdad, a Sandrita no le molestaba en lo absoluto la rutina, aunque la gente creyera lo contrario y luego de las tareas el oficio la esperaba, el cual consideraba uno de sus mayores hobbies. Sandrita se encargaba de que en la casa no hubiera indicios de polvo o ropa sucia.
Ese día en particular sí que era un día muy especial; se trataba del aniversario de cumpleaños de su madre y la casa debía estar reluciente.
Con entusiasmo y mientras pensaba en todo lo que realizaría, agarró el plumero y comenzó a sacudir, pasando por las habitaciones hasta llegar al ático y el sótano. Siempre comenzaba por la pequeña sala principal y Cata siempre la dejaba hacer lo que ella deseara en lo que ella se dedicaba a otras cosas de la casa; la felicidad de la pequeña era algo que alimentaba su alma día a día.
Sandrita barría y trapeaba mientras entonaba tarareos ininteligibles para Cata; ella le ponía orden a las habitaciones de la casa, se sabía el lugar de cada objeto de cada resquicio de la casa, ella misma se había tomado la tarea de memorizarlo.
Al limpiar siempre dejaba al último su habitación, el cual era el antiguo cuarto de sus padres; aquel era su santuario, en el que guardaba todo tipo de recuerdos que sus abuelos, su padre y Catarina de obsequiaban de cuando en cuando, pero lo que más atesoraba eran las antiguas fotos de su madre y un alhajero que le perteneció en vida, de alguna manera la hacía sentir un vínculo especial con ella; la sentía cerca.
Ese día, como de costumbre comenzó a reorganizar su habitación, razón por la que todos sus juguetes y pertenencias yacían en su cama, ya que esto de ordenar era algo muy serio para ella y debía hacerlo de una manera minuciosa y consciente.
Ordenó la ropa de su armario y en su pequeño alhajero faltaba una sortija que pertenecía a su madre. El corazón se le llenó de ansiedad.
«¿Cómo? Si nunca lo saqué de aquí», se dijo asustada.
Miró para todos lados para ver si se le había caído por accidente y en el piso no encontró nada a primera vista. Con mayor razón se dispuso a mover su cama, arrastrándola con el mayor cuidado para no hacer ruido y alertar a Cata, que se encontraba muy ocupada en sus asuntos.
Cuando con esfuerzo la movió para ver mejor, se percató de algo inusual que no había visto jamás a pesar de todas las veces que había detenido a mover dicho mueble.
–Wow… –dijo, sorprendida sin poder formular una palabra más por casi un minuto.
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Editado: 10.03.2025