Sandrita había movido su cama, en busca de la preciada sortija de ópalo que pertenecía a su madre. Poco a poco movió la cama, la separó de la pared y justo en el suelo vio algo que jamás habría podido notar en su habitación. Cómo podía ser eso, era bastante extraño ya que a Sandrita no se le pasaba nada por algo cuando se trataba de la estructura de la casa en la que había vivido toda su vida.
Sandrita hizo una pausa para poner en orden sus ideas, ya que todo pintaba inusual para ella, cosa que la había descolocado por completo.
«¿Qué tenemos aquí?». Se dijo a si misma mientras despabilaba y observaba el piso de madera.
Pronto divisó una porción de madera que formaba un rectángulo y parecía muy separado de las demás tablas de madera del piso y sobre este se encontraba la sortija que buscaba.
« Pero… ¿por qué apareció acá? Es imposible», pensaba Sandrita mientras tomaba con delicadeza aquel anillo que había aparecido justo debajo del piso.
En un segundo se planteó que, quizá Cata podría darle una respuesta ya que ella siempre, siempre tenía las cosas en su lugar; de su nana había aprendido esas costumbres de orden y limpieza. Volvió a dejar la cama en su sitio con cuidado y con la sortija en sus manos salió de la habitación y más corriendo que caminando llegó a la cocina, donde Cata cocinaba una tarta de manzana que olía delicioso dentro del horno.
–¡Cata, Cata, Cata! ¡Es una emergencia! –Llegó Sandrita, pegando de brincos hacia la cocina.
–Sandrita, calma niña ¿Qué es lo que sucede? –decía la señora entre risas, mientras la tomaba por los hombros, intentando calmar su euforia.
–¿De casualidad, tú entraste a mi dormitorio en estos días? A lo mejor... ¿Moviste algunas cosas de mi tocador para ordenar? –preguntó aún entusiasta, a lo que Cata le respondía con su voz calmada.
–No mi niña, tu bien sabes que eres solamente tú la que te encargas de tu dormitorio –esbozó mientras le acariciaba sus cabellos negros con cariño.
Sandrita, un poco molesta de no haber obtenido una respuesta concreta de Cata, guardó la sortija en su bolsillo. Esto era inaudito para ella, no podía ser más que obra de alguien de adentro o, en una situación más extrema, de afuera. Estaba casi cien por ciento segura de ello, y el hecho de ignorarlo era algo que le causaba mucha incomodidad.
–En serio nana, algo o alguien movió la sortija que era de mamá –dijo con el ceño fruncido de estrés.
Cata simplemente se limitó a colocar su mano en la mejilla y se detuvo a pensar qué podría haber pasado con aquella sortija a la que solo Sandrita tenía acceso.
–Sandrita, tú sabes que somos las únicas en esta casa y tu padre siempre viene en la noche –aclaró con convicción y viéndola a los ojos para que la niña lograra calmarse –. Quizá se te cayó mientras sacudías, no lo sé podría ser. Uno a veces se entorpece en el momento menos adecuado, estas cosas ocurren, no somos perfectos, hija. El mosquito de la torpeza y la distracción puede aparecer y ¡Bum! Adiós al orden, bienvenido el caos –decía Cata con una risita sutil.
–Pero… –estuvo a punto de reír con aquel comentario descabellado de su nana, pero no fue suficiente para que lograra sacar de su mente aquel hecho inusual –. Te juro que yo la tenía ahí en el alhajero… ¡Créeme! –exclamó apretando un poco más el anillo en su mano y al borde de la ira. Algo no cuadraba en todo esto y su intuición rara vez le fallaba.
–Te creo y lo sabes, siempre lo he hecho, lo único que sé es que hay veces en que no podemos tenerlo todo bajo control mi niña. Ven siéntate – trató de calmarla Cata y seguidamente le ofreció una taza de chocolate y un trozo de pie de manzana recién hecho.
–Gracias, nana y discúlpame, me enfadé mucho con esto –dijo en un hilito de voz y así, Sandrita al fin relajó su rostro y ofreció una sonrisa sincera.
–Yo te comprendo hija, ya todo estará bien y encontrarás la respuesta que buscas en cuanto menos te lo esperes –finalizó Cata la conversación y le dio un beso en la frente.
–Por cierto, esto se ve delicioso, como siempre –agregó Sandrita con sus ojos hambrientos de aquel dulce manjar.
Sandrita calmó sus pensamientos, respiró profundo, y aunque aún en su pecho tuviera algunos estragos de remordimiento por haberse enojado tanto, logró calmarse. Pasados unos minutos al haberse acabado el trozo de tarta, la imagen de aquel rectángulo de madera bajo su cama llegó a su mente otra vez y mientras bebía su chocolate se propuso armarse de valor y subir a investigar aquello después de la cena.
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Editado: 27.04.2025