No podía creer lo que sus sentidos presenciaron; un lugar que ni siquiera hubiera soñado con conocer en su vida.
Después de pasar aquella puerta casi no pudo reaccionar. Sus pies tocaron el “suelo”, que no era más que un ancho y traslúcido arcoíris rodeado por un derredor de niebla.
Pero claro, solo fueron un par de pasos porque de inmediato resbaló cuesta abajo y no pudo ponerse en pie por el resto del trayecto; el arcoíris parecía un enorme tobogán casi sin fin, o quizá solo era su propia percepción por lo desconocido del trayecto.
Sin duda esa caída enorme le provocaba cosquillas en el estómago y después de un tiempo no pudo evitar lanzar algunos gritos incontenibles.
Cuando salió de su eufórico transe se dio cuenta que yacía sentada en una cama espesa que parecía ser algodón, aunque, a este punto no podía ya formular un concepto que cazara con la realidad.
«Cielos… ¿Dónde estaré? Este lugar es tan blanco», se dijo a si misma mientras comenzaba a caminar despacio.
Cada vez la niebla le impedía ver con claridad, pero aquello no le impidió seguir caminando, después de todo el trecho parecía marcar una sola dirección en ese momento.
Comenzó a ver a los lados y cada vez sentía más inseguridad de adentrarse en ese lugar tan extraño. El lugar se puso más oscuro que antes y de pronto un estruendo que iluminó el perímetro y causó que el suelo temblara. Sandrita cayó en cuclillas cubriéndose los oídos.
–¡Esto debe ser una pesadilla! –exclamó angustiada.
Sandrita se puso de pie y comenzó a correr de regreso pero ya no sabía hacia donde iba exactamente, solo quería alejarse y volver a la comodidad de su habitación cuanto antes.
La angustia y desesperación le invadían el pecho mientras aceleraba más y más. Aquel arcoíris por el que descendió había desaparecido o simplemente corrió al lado equivocado.
Sin idea de cuánto tiempo o distancia había corrido se detuvo, cerró los ojos y sólo deseó con todas sus fuerzas que ese mal rato pasara y que pronto se despertara de esa horrible pesadilla.
–Despierta Sandrita, las pesadillas no duran para siempre –decía para sus adentros aún con los ojos cerrados y las manos empuñadas.
Cuando abrió los ojos se impactó al divisar una figura alta y luminosa estaba casi sobre ella y se dirigió a ella con una mirada que le transmitió paz.
–Sandrita… –dijo con una voz suave. Aquel rostro que se dirigió a ella con dulzura pronto se tornó incluso familiar. De pronto el lugar volvía a ser blanco y algodonoso.
–¿Madre?… –inquirió perpleja en un hilo de voz. Se llevó una mano a la boca, su corazón dio un vuelco inesperado, pero con el pasar de los segundos el miedo se disipó.
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Editado: 27.04.2025