Sandrita encontró el camino de regreso de aquel portal que le permitió conocer a su madre, pero con ella llevaba más que un encuentro y una despedida casual… había un mensaje importante que debía compartir.
Al caer la noche, Miguel, su padre, llegó con sus ojeras de siempre y su sonrisa cansada. Cenaron como de costumbre la rica comida que la nana les había preparado y luego, en cuanto él se dejó caer en el sillón con un suspiro, Sandrita se sentó junto a él, con el anillo en su mano, brillando con suavidad.
Miguel escuchó sorprendido el relato de su hija, quien con el característico brillo en sus ojos de ilusión y de felicidad, le dio a conocer ese encuentro con su madre Sandra. Al fin el mensaje para él sería revelado.
—Padre, mi mamá quiere que seas feliz otra vez —soltó la pequeña mirándolo directo a los ojos—. Me pidió que te dijera que te permitas volver a amar.
Miguel abrió los ojos aun más al dejar salir esas palabras de su propia hija, sabía que no eran propias de ella, además, conocía tan bien a Sandra, que no le extrañaba si ese era el mensaje de ella para él.
Mientras tanto, Sandrita lo miraba con expectativa y los ojos de Miguel se aguaron un poco, era como si el mensaje de su amada Sandra hubiese abierto una herida que él mismo había querido ignorar durante años.
Pronto sintió como la manita de la niña colocó la sortija en su mano y con la misma se la cerró con todo el cuidado del mundo. Desde ese día, él llevó dicho objeto en su bolsillo, como un recuerdo de ese acontecimiento tan importante y Sandrita notó un cambio considerable en su padre, era evidente que aquellas palabras habían calado hondo en el alma del hombre.
Sandrita, con el paso de los días notaba que algo había cambiado en Miguel. Ya no caminaba con la mirada gacha cuando salían a pasear, sus ojeras comenzaron a desaparecer; no se la pasaba suspirando con melancolía y más bien comenzó a sonreír más, como nunca lo había hecho en todo ese tiempo.
«¿Tan mágicas y efectivas son las palabras de mi mami?», pensaba Sandrita, sorprendida por aquel acontecimiento que solo notaba en silencio.
Pasaron algunas semanas y se llegó aquella tarde, esa en la que Miguel al fin había tenido unos días de descanso en el trabajo, así que decidió comenzar sus vacaciones llevando a Sandrita al parque de diversiones.
Sandrita divisó a lo lejos un puesto y había pedido insistente una granizada, ya que el abrasador ambiente lo ameritaba, así que se compraron una de limón que les refrescó el alma.
Mientras padre e hija disfrutaban de su dulce nieve, Miguel dio un torpe tropiezo que al instante hizo que el vaso que él llevaba se le escapara de las manos y accidentalmente parte del contenido se derramó sobre una joven de cabello castaño rizado y vestido blanco veraniego que solo pasaba cerca de ellos.
—Oh no… lo siento —dijo un avergonzado Miguel ante la joven que intentaba quitar aquel líquido verde y frío de su antes impecable vestido.
Miguel se disculpó hasta el cansancio e impotente, sin saber qué hacer iba a seguir su camino, pero Sandrita en ese instante vio una oportunidad que el destino -o tal vez su madre-, les ofrecería, así que se atrevió a llamar a su papá para que se inclinara y la escuchara.
—Papá… ve a hablarle —dijo Sandrita mientras lo codeaba con nada de sutileza.
Miguel, como era de esperarse, negó con la cabeza ante la descabellada idea de su hija, pero entonces del dedo de su padre -quien ese día llevaba puesta la sortija de Sandra-, comenzó a emitir una tenue luz escarlata. La niña abrió sus ojos con asombro, Miguel no se quedó atrás y ambos se miraron con perplejidad, habían comprendido la señal a la perfección.
Sandrita peinó un poco el cabello de Miguel, este rio con el gesto y con el corazón acelerado acompañado de una sonrisa temblorosa, al fin se decidió a acercarse a la muchacha.
Ambos se presentaron y la conversación comenzó a fluir tan natural, ella esperaba a un amigo y este la había dejado plantada, así que decidieron seguir conversando, y sin darse cuenta la tarde se había ido rápido paseando por el parque entre risas tímidas y miradas intensas.
Los tres se sentaron en una banca a degustar de un algodón de azúcar y continuaron conversando.
Pero…
En un lapsus juguetón, con toda la intención inocente, Sandrita dio un empujón inesperado a su padre, provocando que surgiera un beso accidental entre él y la muchacha, que más bien hizo que ambos se rieran por lo sucedido.
—¡Sandrita! —protestó Miguel aun entre risas, mientras miraba a su hija con un dejo de molestia fingida.
—¿Lo siento? —dijo Sandrita mientras se encogía de hombros, aun con su traviesa sonrisa surcando su rostro.
El crepúsculo comenzó a hacer su aparición en el manto celeste y antes de despedirse, intercambiaron números de celular para estar en contacto. La joven subió a su moto y le dedicó a Miguel una sonrisa amplia antes de irse y él se quedó agitando la mano como embobado.
Mientras caminaban de regreso a casa, Sandrita miró hacia el cielo antes de que el cielo se oscureciera por completo y sobre ellos, entre las nubes naranja con azul y dorado, la niña divisó una silueta de un corazón con alas… era como si un ángel les estuviera viendo con amor desde lo alto.
Sandrita sonrió sintiendo el amor de su madre desde las alturas, de algún modo ella seguiría con ellos, guiándolos y amándolos hasta el final de sus días por siempre.
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Y este es el final de esta pequeña historia ¿Te ha gustado? Algunos problemas personales y de salud me habían impedido crear el epílogo pero aquí está. Te invito a leer mis otras historias en mi perfil ¡Gracias por leerme!
Fin.
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Editado: 27.04.2025