Capítulo I
Dios mío, ¡estoy tan emocionada! Mañana empiezo segundo de bachillerato, pero no en un instituto normal, sino en uno de los mejores internados de Europa. Y, por si lo estáis pensando, no es porque sea la típica niña mimada que tiene unos padres que están forrados. Todo lo contrario, he conseguido entrar becada debido a mis notas el año pasado. Todo gracias a mi esfuerzo, que no es poco, teniendo en cuenta la delicada situación que tuve ese añito…
Pero mejor olvidémonos de eso, y centrémonos en que voy a ir al internado donde van la mayoría de los hijos de ricachones y los de las familias más importantes de España, y parte de Europa.
Al ver que no consigo concentrarme en el libro que tengo entre mis manos debido a la moción, lo dejo sobre la cama y me coloco boca arriba antes de estirarme haciendo que me crujan algunos huesos de la espalda, justo en el preciso momento en el que llaman a mi puerta.
—Pasa, mamá— digo con fuerza para que me escuche, por lo que abre la puerta con una sonrisa.
—Ya casi estala cena, cariño— dice, risueña con una sonrisa sospechosa, que me hace sonreír como a una niña de cinco años.
—¿Pizza? — murmuro sospechosa, a lo que ella asiente haciéndome sonreír aún más y que me levante para ir a abrazarla— Eres la mejor ¿lo sabes? — murmuro abrazándola con todas mis fuerzas haciéndola reír.
—Ay cariño, que me haces daño— se queja divertida haciendo que la suelte poniendo morritos— Tendrás preparadas las cosas para mañana ¿no? — pregunta inquisitiva mirando la habitación, en la cual no hay ninguna maleta.
Ups…
—Eh... ¿Iba a ponerme ahora? — digo con inocencia intentando que no me regañe.
—Ya verás como no te va a dar tiempo— me reprende soltando un suspiro justo antes de que la puerta de la casa se abra haciéndome sonreír de oreja a oreja, ya que siempre viene más tarde.
—¡Ya estoy en casa! — dice mi padre desde abajo, haciendo sonreír a mi madre la cual se aparta de la puerta cuando me ve prácticamente correr hacia la puerta de mi habitación.
—¡Papá! — grito emocionada, mientras intento no matarme por las escaleras.
—Ten cuidado que te vas a caer, renacuaja— me advierte sin poder evitar reírse al verme bajar como una loca las escaleras.
Cuando estoy lo suficientemente cerca, mi padre deja el maletín en el suelo para así poder recibir mi abrazo, dejándome oler suave olor a jabón y el aroma de su colonia, haciendo que me traslade años atrás en los que aún era una niña. Sin separarme de él, saco la cabeza y le doy un sonoro beso que le hace reír, aunque con una pequeña mueca.
—Deberías dejar esa costumbre tuya, me vas a acabar dejando más sordo que una tapia— dice como siempre que hago lo mismo haciéndome sonreír aún más. —. Eres un trasto— murmura risueño antes de darme un beso en la frente como siempre hace.
—Dejaros de besos y arrumacos, y venir a ayudarme con la mesa— se queja mi madre desde los primeros escalones de la escalera.
Sin rechistar, me encamino a la cocina escuchando las cursiladas que se dicen el uno al otro. Cosa que me hace reír por lo bajo mientras cojo todo lo necesario para poner la mesa, platos, cubiertos, servilletas…
Parecen dos adolescentes…
—Dejaros de besos y ayudarme con la mesa— canturreo, burlona imitando la voz de mi madre, haciendo que dejen besarse entre risas por parte de mi padre, mientras mi madre rueda los ojos y vuelve a la cocina.
Durante toda la cena, la charla gira en torno al internado. Ya que, por lo visto, ayer llamaron a mis padres que mi autobús se adelantaba, un par de horas, ya que, en vez de salir por la tarde, saldremos por la mañana, tempranito. Por lo que me tendré que levantar sobre las seis y media si quiero coger el bus de las siete para bajar a la capital, que es de donde sale el autobús hacia el internado.
Cuando me llegó la notificación de que había sido admitida con una beca completa, aparte de gritar como una loca debido a la emoción, comencé a mirar todos los alrededores (aunque no es que hallan muchos).
El internado está en una zona bastante alejada de cualquier civilización que no sea el pequeño pueblo que está a quince minutos en coche. No sé si al señor que fundó el internado le pareció buena idea, pero a mí no. ¿A quién se le ocurre montar un internado en medio de un bosque? Aunque, bueno, según las pocas fotos que he visto, es un lugar precioso.
Tras terminar de cenar y recoger la mesa, subo a mi habitación para empezar a decidir que me llevo al internado. Saco las dos maletas que tengo y las abro sobre la cama decidiendo en cual meter algún que otro libro (mejor dicho, todos los que entren junto a la ropa que me lleve).
Voy a mi armario y lo abro de par en par, intentando decidir que llevarme. Cosa en la que no tardo mucho, ya que echo toda mi ropa interior (la que no tiene corazoncitos claro está), un par de pijamas, algún que otro vaquero junto a alguna camiseta y alguna sudadera, y como no, mi ropa para bailar.
Una vez dejo todo en la maleta y veo que me sobra sitio para meter todas las cosas del baño y algunas de mi material escolar, llevo la mirada a la maleta vacía que hay al lado.
Con una sonrisa de oreja a oreja me encamino a mi pequeña librería personal y cojo algunos de mis libros favoritos, y los pocos, o casi ninguno, que tengo pendientes de leer, y me encamino con ellos de vuelta a la cama para dejarlos en la maleta. Con todo el cuidado del mundo los coloco, intentando ganar hasta el más mínimo espacio, pero tengo que dejar alguno de los que había cogido ya que no entrar.
—Adiós pequeñines, cuando vuelva o llevaré conmigo— murmuro volviéndolos a dejar en la estantería con la suerte que se me cae uno haciendo que una foto que estaba escondida en su interior salga de él.