Capítulo IV
Me siento en una de las sillas que hay frente a su escritorio, y tengo cuidado de no arrugar la falda, para luego dejar el libro sobre mis piernas. Cuando levanto la mirada, le encuentro mirándome fijamente y sin poder evitarlo creo que me sonrojo un poco.
—Tú dirás…— murmuro al ver que no dice nada y solo se limita a mirarme.
—Eh, sí. Bueno, es que antes he visto que estabas hablando con Alan, y bueno lo que pasó después— dice un tanto incómodo, a lo que de inmediato me pongo roja como un tomate debido a la vergüenza.
Dios, porque no quite las manos antes…
—Eso…— murmuro incómoda al recordar cómo le había tocado y además de recordar cómo se sentía su cuerpo. ¡Madre mía! — No volverá a pasar— digo rápidamente agachando la cabeza por la vergüenza que estoy pasando y por mis propios pensamientos sobre Alan.
Axel, por su parte, se levanta rápidamente de su sitio, y cuando llega a mi lado, me coge el mentón con delicadeza y me hace alzar la cabeza para mirarle.
Avergonzada por todo lo que ha pasado, siento la necesidad de apartar la mirada, pero ese azul me resulta tan hipnótico, que me es imposible. Son tan bonitos…
—No agaches la cabeza ante mí— me pide en un susurro tan íntimo que me pone la piel de gallina, y más cuando se agacha para quedar a mi altura y acaricia el borde de mi mandíbula con tanta delicadeza y cariño, que parece que me está rozando una pluma.
¡Ay dios mío! ¡Este hombre me está volviendo loca! Además, que se supone que está pasando ahora mismo, esto es… No sé ni cómo explicarlo.
—Me he dado cuenta que lo haces a menudo…— murmura bajando su mirada a mis labios, o bueno a donde me está acariciando, antes de volver sus ojos a los míos, haciendo que mi corazón se acelere.
—Es… Es una manía— tartamudeo, nerviosa, sin saber porque mi cuerpo reacciona así a su cercanía.
—No lo hagas más. No tienes que avergonzarte de nada— dice sin dejar de acariciarme, haciendo que un escalofrío me recorra el cuerpo— Además muestra mucha inseguridad— continua y yo no puedo evitar morderme ligeramente el labio por los nervios, no sin antes asentir ligeramente con la cabeza, pero como si mi piel quemase, se levanta y se aleja rápidamente, dándome la espalda un momento.
¡Ostia que calor tengo ahora mismo!
—Hablaré con él en casa, sobre lo que ha pasado en clase— dice con un tono frio antes de seguir con su camino y sentarse en el otro lado del escritorio, frente a mí.
—¿Cómo que en casa? — suelto sin pensar, saliendo de mis fantasías totalmente confundida haciéndole sonreír divertido.
—Es mi hijo— me aclara, haciendo que mi cabeza haga un corto circuito.
¡Hijo! ¡¿Cómo que hijo?!
—No me jodas— murmuro sin pensar, haciendo que me lleve las manos a la boca, porque lo he dicho en alto. ¡Lo he dicho en alto! Mientras él comienza a reírse divertido por mi sorpresa, yo no puedo evitar volver a sonrojarme, muerta de la vergüenza.
¿Cómo es que él, el profesor macizo, sea el padre de Alan? ¡Alan! Dios, pero en que líos me meto yo solita.
—Tienes que controlar lo que dices, a mí no me importa, pero algunos profesores son muy estrictos en cuanto a las palabrotas— dice risueño, pero en cuanto ve mi cara de circunstancias, se rasca la nuca, un poco incómodo, antes de continuar hablando: — Y bueno, pues sí, es mi hijo…
—Lo siento, es que sinceramente creo que eres muy joven para tener un hijo de mi edad— murmuro incómoda intentando inventarme una excusa, pero eso no evita que me sonroje y desvíe la mirada hasta clavarla en la pared de al lado.
—No lo creas, aparento muchos menos de los que tengo— dice riéndose divertido, cosa que hace relajarme y volver la mirada hacia él, mucho más tranquila.
—Sí, claro, y cuántos años tienes ¿sesenta? — digo a modo de broma, haciéndole reír, mientras yo no puedo evitar sonreír y reírme un poco, ya que su risa es un poco contagiosa.
—Muy graciosa— dice intentando controlar su risa, pero no puede evitar sonreír— Tengo casi cuarenta y tres años— me aclara divertido, haciendo que le mire sorprendida.
—Pues aparentas muchos menos— digo sorprendida, deseando llegar así de bien a los cuarenta.
—¿Cómo cuantos, si se puede saber? — dice curioso, haciendo que le mire detenidamente, y haciendo gestitos con la cara, que le hacen sonreír, haciendo que luzca aún más guapo.
—Yo te echaría unos treinta y pocos— digo segura, sin poder evitar sonreír.
Es extraño, ya que él es mi profesor y, bueno, no le conozco… Pero me siento tan a gusto y libre de decir lo que siento, que no me cuesta nada hablar con él…
—Tú lo que quieres es que te suba la nota en los exámenes— dice guasón, tras un par de segundos en silencio. Inhibida completamente, me rio junto a él, pero ambos nos callamos en cuanto suenan un par de golpes en la puerta.
—Señor, Black— dice una mujer joven entrando al despacho.
—Dime
—Su mujer ha llamado, ya que usted no le cogía el teléfono— explica desviando su mirada hacia mí un momento— Me ha dicho que le pregunte si va a ir a comer.
—Sí, dila que salgo en un momento, gracias— dice mirando a la mujer, hasta que sale del despacho.
—Será mejor que me vaya, no quiero que llegues tarde por mi culpa…— murmuro levantándome para irme hacia la puerta, pero al recordar el libro entre mis manos me detengo frente a ella— Oye, te lo devuelvo cuando lo termine— le digo con una pequeña sonrisa levantando el libro, cosa que, parece que le saca de sus pensamientos, ya que se levanta.