Capítulo VII
—¡Teresa!
Rápidamente me giro al reconocer esa voz. Y en efecto no me equivoco cuando veo correr hacia mí al hombre que me ocupa mis pensamientos solo con sus dos zafiros que tiene como ojos.
—Axel— digo aliviada tirado el palo al suelo para abrazarle con fuerza, inundándome de su olor.
—Por la diosa— dice abrazándome de vuelta preocupado— ¿Estas bien? — me pregunta preocupado separándome de él para mirarme en busca de cualquier herida.
—He tenido suerte. Mucha suerte— murmuro mirando sus dos pedacitos de cielo que tiene como ojos y que me infunden esa tranquilidad que tanto necesitaba mi corazón.
—Dios mío…— dice soltando el aire que tenía retenido, y ahora es el el que me abraza con fuerza, pegándome a él— Estaba tan preocupado— murmura poniendo su mano sobre mi cabeza para acariciar mi pelo.
—Estoy bien— digo cerrando los ojos y apoyando mi cabeza en su pecho, inundando mis sentidos de su colonia, y escuchando el latir acelerado de su corazón.
—He tenido mucho miedo— digo en un susurro aferrándome a él, sintiendo como la valentía del momento se va, dejando paso al miedo que he sentido al estar en ese cuartito.
—Ya no te va a pasar nada— dice intentándome tranquilizarme, sin saber que mi cuerpo se ha relajado en cuanto he escuchado su voz— No voy a dejar que te pase nada, pequeña— dice aferrándose a mí, pero no puedo evitar levantar la mirada, sintiendo mis ojos llenos de lágrimas, pero, antes de que caiga alguna ya tiene sus manos en mi rostro para secarlas mientras sus ojos parecen grabar cada centímetro de mi rostro en su memoria.
—No digas nada— me pide al verme abrir la boca, pegándome a él.
No sé porque lloro, tal vez sea por el miedo a morir, o por el hecho de que acabo de darme cuenta de cuanto está comenzándome a gustarme, sabiendo que cualquier cosa entre ambos es imposible. No solo por todo lo que nos rodea, si no por mí misma.
—No digas nada, por favor— me pide, aferrándome a él, lo mismo que me pide mi cuerpo. Solo quiero estar aquí, entre sus brazos.
Con esfuerzo, no físico, si no mental, me separo de él dando un paso atrás, saliendo de entre sus brazos, sin poder mirarle a la cara.
—Todo el mundo puede volver a sus habitaciones. Repito, todo el mundo tiene que volver a sus habitaciones. Ya ha pasado el incidente— anuncia una mujer por los altavoces de megafonías, justo antes de que comiencen a subir las persianas metálicas que cubrían el comedor.
Con un nudo en mi garganta, me doy la vuelta y emprendo mi camino a hacia la entrada principal. Pero, antes de dar diez pasos, no puedo evitar detenerme y mirar por encima del hombro, para descubrir que no está.
Que se ha ido.
—¡Teresa! — me llama Andrea antes de que, de el primer paso para subir a las escaleras, junto con otros alumnos— ¿Dónde estabas? No te vi en el comedor. — dice a punto de llorar.
—Era la loca que daba patadas a las persianas— digo intentando sonar divertida, pero ella palidece aún más si es posible.
—¡Dios mío! ¿Te ha pasado algo?
—No, no e ha pasado nada— murmuro devolviéndola el abrazo.
—Y… ¿has visto algo? — me pregunta asustada separándose de mí para mirarme con atención.
—Pff, pero si un lobo me quería comer— suelto haciendo que palidezca de nuevo— Pero oye, al final el karate sirve para algo— digo para tranquilizarla, pero no sirve de mucho.
—Dios mío, podrías haber muerto— dice asustada y preocupada.
—Dale las gracias a mi hermano por insistir tanto en que tenía que aprender algo para defenderme— digo caminando junto a ella por el pasillo— Dios, estoy muerta...— digo cansada.
—Normal, deberías descansar— dice obvia— Además duerme tranquila, mañana no hay clases.
—¿Por qué?
—Siempre que pasa algo por el estilo suspenden las clases al día siguiente— me explica, asiento un tanto confundida
—¿Pasa muy a menudo?
—No, hace bastante que no pasaba algo así. Pero los lobos si tienen hambre pues hacen lo que sea— dice tranquilizándome— Tú ahora ve a descansar, mañana nos vemos.
—Vale...— digo abriendo la puerta de mi cuarto sin mirar hacia allá, ya que tengo mi vista clavada en ella— Hasta mañana...
Pero en cuanto cierro la puerta y m giro, y veo a alguien frente a mi balcón, mi corazón se detiene.
—Quien coño eres— digo entre dientes, lo más amenazante que puedo, ya que no consigo reconocerle porque está a contra luz, pero en cuanto se gira, suelto un suspiro— ¿Qué haces aquí? — pregunto acercándome a él, pero manteniendo la distancia un poco.
—No sé…— dice con la voz ronca— Teresa…— dice con la voz un poco rota haciendo que me recorra un escalofrío— Si hubiera llegado a pasarte algo…— dice cuando llega frente a mí, poniendo una mano en mi mejilla, mientras yo no dejo de mirarle con un nudo en la garganta. — Lo que ha entre nosotros…— murmura haciendo que niegue con la cabeza.
—No hay nada entre nosotros— digo con un hilito de voz, intentando auto convencerme.
—No mientas— dice haciendo que trague saliva intentando quitar el nudo que tengo en mi garganta.
—No podemos
—Me da igual— dice poniendo su pulgar en mi labio inferior acariciándolo sin dejar de mirarme a los ojos.
—Te podrían despedir… O incluso peor— murmuro al verle bajar su mirada mis labios. Cada segundo con él así voy perdiendo mi autocontrol, y eso es malo. Muy malo.