Mi ángel. Mi señor

Capítulo 4. El contrato

«En un solo instante, tus ojos rompieron mi mundo, fuego y misterio fundidos en un lazo profundo.
Sin palabras, sin dudas, sin miedo, sin razón».

—No. No quiero explicártelo. Quiero mostrártelo.

La voz de Lucas vibra en su interior con una fuerza que la sacude por completo. Noelia contiene el aliento, su pecho se agita en un ritmo desigual. Quizás sea por su falta de experiencia, lo cierto es que ese hombre la altera de todas las maneras posibles, despierta sensaciones que van mucho más allá del deseo físico.

Pero, no es solo el tono profundo con que le habla, con esa voz ronca que se desliza sobre su piel provocándole espasmos placenteros, ni por la forma en que su mirada la acaricia sin tocarla; es el dominio que emana, ese poder silencioso que le roba el aliento, la energía que lo rodea, la manera en que cada palabra suya parece un lazo invisible que la sujeta sin ningún esfuerzo, la sensación de estar siento arrastrada por una corriente poderosa e imparable, que la lanza sin remedio hacia lo desconocido.

No la apremia, no la presiona. Solo la observa, como si pudiera ver dentro de ella, como si supiera exactamente lo que está pensando, lo que está sintiendo.

—Ven —extiende la mano.

Noelia traga saliva. Le entrega la de ella y él la estrecha con firmeza. La calidez de su piel contrasta con la solidez de su agarre. No sabe si es el tacto o la expectativa lo que hace que un calor intenso se expanda por su cuerpo y le tiemblen las rodillas. Todo en él la hace sentir pequeña y, al mismo tiempo, demasiado consciente de sí misma.

—Para empezar, hay algo que debes firmar —dice—. Un contrato.

Noelia frunce levemente el ceño, confusa.

—¿Un contrato?

Él la guía con calma hasta el sillón de cuero oscuro. No la suelta hasta que está frente a él. Solo entonces retira la mano, privándola del contacto y dejándola con una sensación de vacío absurda.

—Antes de iniciar una sesión —explica—. Debes entender que nada ocurre sin consentimiento. Nada se hace sin reglas claras. Este contrato especifica los límites, lo que está permitido y lo que no. Lo que deseas explorar y lo que no estás dispuesta a hacer. Todo debe quedar claro desde el inicio. No hay espacio para malentendidos.

La observa atentamente, midiendo su reacción.

—Todo esto se basa en la confianza —continúa—. En la entrega. En el control. Sin embargo, lo que ocurra dentro de una sesión debe ser algo que ambos queramos.

Noelia humedece sus labios, sintiendo su corazón latir con fuerza.

—¿Qué es una sesión?

Él se levanta y camina con calma hasta una mesa cercana. Saca un documento de un cajón, regresa al sofá y se lo entrega.

—Una sesión es un encuentro en el que tú te entregas y yo tomo el control. Me cedes el mando, me obedeces, dejas que sea yo quien guíe cada momento.

La forma en que lo dice, con absoluta seguridad, la estremece.

—No se trata solo de obtener placer. Es confianza, disciplina, sumisión. Sigues mis órdenes y te llevo a descubrir tu propio cuerpo a través de mis manos. Te llevo al límite, te hago probar cosas que no imaginaste, y cuando creas que no puedes más, descubrirás que sí puedes.

Un temblor la recorre.

—Y si no quiero algo… —susurra.

—Si en algún momento no deseas continuar, tienes una palabra de seguridad.

—¿Una palabra de seguridad?

—Sí —afirma él—. Cuando la digas, todo se detiene. No importa lo que estemos haciendo, no importa cuán avanzado esté el momento. Si la dices, me detengo. Porque, aunque yo mando, tu consentimiento es lo que hace que esto funcione.

Noelia siente que su pecho sube y baja con más fuerza. El aire en la habitación se espesa. Intenta encontrar alguna palabra que capture todo lo que siente en ese momento. Lee cada hoja del contrato, toma el bolígrafo y firma sin pensarlo más.

«Maldita sea», si va a perder su virginidad quiere que sea con él, nunca más encontrará un hombre así. No los hay en su mundo. Es como un sueño, un regalo del que está dispuesta a disfrutar al máximo. Sin detenerse a medir consecuencias.

Le entrega la carpeta. Él la recibe y la revisa.

—¿Puedo tomar un poco de agua? —pide con la garganta seca.

—Por supuesto —concede mostrándole la pequeña mesa/bar donde hay botellas de agua, vasos, una hielera y una botella de whisky.

Noelia se levanta con movimientos pausados, sintiendo su cuerpo aún afectado por la tensión acumulada. Sus dedos agarran la botella de agua y la lleva a sus labios; bebe un sorbo largo, intentando calmar la resequedad de su boca. El líquido frío resbala por su garganta, pero no alivia la sensación de fuego que arde en su interior. Cuando se gira, su aliento se atrapa en su pecho. Él está ahí.

No lo escucha acercarse. Ni un solo sonido. Pero ahora su cuerpo impone su presencia a escasos centímetros de ella, lo suficientemente cerca como para que su calidez la aturda. Su corazón descontrolado se salta un latido, y siente cómo sus pulmones se cierran en un ahogo de sorpresa.



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En el texto hay: romance, drama, amor

Editado: 23.02.2025

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