Mientras Andrés estaba en la cocina preparando la comida, las niñas y yo jugábamos cartas en la mesa, estábamos apostando galletas. Me sorprendía que Adela era la que nos estaba ganando.
Michelle había probado una nueva máscara de pestañas, se las alargaba y se veía espectacular. La madre del señor Alexander y Paula habían ido de compras, al menos alguien es feliz por la visita.
Andrés nos comentaba sobre la vez que salió con sus amigos mayordomos a intercambiar típs para espiar a la familia, es incorregible.
De un momento a otro llegó Paula con la madre del señor Alexander, la señora nos miró con curiosidad y comenzó a quitarnos las galletas.
—¿Comes golosinas antes de comer? — Le preguntó a Adela apretando sus mejillas haciendo que escupiera la galleta que ya tenía en la boca. Para que no hiciera eso con nosotras Michelle y yo escupimos las galletas de inmediato.
—Pero gané. — Se excusó.
—¿Tú permites que ella coma esta clase de cosas? — Me preguntó sin creerlo. Andrés nos abandonó y salió corriendo.
—Ganó. — Me encogí de hombros. — Yo no hago las reglas, quién gana come.
— ¡Esto es increíble! — Mientras la madre del señor Alexander se lamentaba, les hice una señal para que las niñas se fueran, pero Paula detuvo a Michelle.
—La abuela te compro algo.— Le avisó sonriendo.
—¡Cierto! — Le extendió una bolsa de varias que tenía. — Ve a probartelo y bajas. — Le ordenó, Michelle le echó un vistazo a la bolsa. —¡Muévete, niña! — Le gritó exaltandola. Michelle corrió.
—¿Y cómo les fue? — Les di una sonrisa falsa.
—¿Por qué no usas uniforme? — Ignoró mi pregunta y me miraba fijamente.
—Bueno, pues eso ya no se usa. — Me excusé. — Es ridículo.
— Las niñas están muy mal educadas, si se les da una orden la deben cumplir de inmediato. — Se sentaba en la barra junto con Paula, yo me puse de pie.
— Son niñas, no perros.
Tranquila, Val. Inhala amor, exhala paz.
— A la edad de Michelle, Alexander ya estaba en un internado.— Parecía una amenaza.
— No creo que debamos llegar a esos extremos, un internado es muy pesado. Estar lejos con unas completas extrañas. — Traté de que cambiara de opinión. — Cuando yo estuve en un campamento lejos de mi familia la pasé fatal… — Recordé aquel viaje. —¿A quien se le ocurre darle frijoles a todos los niños y después encerrarlas en casas de campaña? No hay peor tortura.
— Ya. — Michelle entró con un vestido muy anticuado, era color aceituna y se veía horrible.
—¡Es hermoso! — Paula se puso a su lado y noté que Paula tenía al mismo vestido puesto.
—¡Es precioso! — La madre del señor Alexander sonreía, al menos ya me di cuenta que no es amargada del todo.
El señor Alexander entró a la cocina y nos miró a las cuatro, su mirada se paró en Michelle.
—Michelle, quítate eso. — La miró mal. — Pareces de 50 años. — Se dirigió al refrigerador y buscaba algo.
— Abuela, sé que te esfuerzas pero Val y yo tenemos una tradición para ir de compras. Consiste en que yo elijo la ropa que me gusta y ella consigue esposo en la sección de caballeros. — Me sonrió y el señor Alexander giró con una soda en la mano y con semblante molesto.
—Preciosa — Le respondió. — Sé que prefieres ropa con escotes más grandes. — Señaló el cuello en U que el vestido tenía. — ¿Pero no es mejor esperar a que tengas algo bueno que mostrar? — Hizo referencia a su falta de senos.
Michelle lo pensó un segundo y después salió corriendo.
— Madre, deja en paz a Michelle. — El señor Alexander se servía en un vaso.
—Alex ¿Por qué no te abrochas bien la camisa? — Su madre caminó hasta él y trató de abotonarlo.
El señor Alexander tenía floja la corbata y con dos botones sueltos.
—Mamá — Se hizo a un lado. — Estoy trabajando y en mi oficina hace mucho calor.
—¿En serio? — Pregunté. — No recuerdo haber estado ahí. — Le insinué.
Él y yo nos reímos.
—Lo siento, es que a veces la señorita Valeria va a mi oficina y me da algunos masajes. — Le explicó a su madre.
—Ya lo creo, pero ese no es el atuendo que debes portar. ¿Cómo puedo diferenciarte de los empleados? — Seguía regañandolo.
—Es fácil, yo soy el que sí trabaja. — Le respondió y comencé a reír muy fuerte.
—¡Buena esa! — Seguí riendo. — Se lo contaré a Andrés cuando regrese de ver su novela.
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Cuatro largos días habían pasado, la casa estaba muy callada y yo estaba muy molesta, no podía seguir callando. Mi sue… la madre del señor Alexander siempre me exigía usar un uniforme, que las niñas no debían de reír a cada minuto del día, que Andrés debía dejar las telenovelas, que coco debía pasar todo el día en la jaula.
Entré a la oficina del señor Alexander sin tocar, Paula estaba hablando por teléfono en la terraza.
—Señor Alexander, quisiera hablar con usted. — Avisé.
—¿Qué pasa? — Leía algo y no me miraba.
—Es sobre su madre… — Inicié.
—¿Qué pasa con ella? — No le dió importancia.
—Pues la verdad las niñas están muy confundidas, yo digo una cosa y su madre dice otra.
—¿A qué se refiere? — Ahora sí me dió toda su atención.
— Pues por ejemplo, yo digo Manzana y ella dice Apple…
—Señorita Valeria, al grano. — Me advirtió.
—Pues... Michelle está molesta porque su madre le ha quitado su maquillaje y yo estoy molesta porque Michele tenía maquillaje que era mío.
—Bueno, debe comprender que sólo tiene 16 años y además quiere pasar más tiempo con su nieta. — La excusó.
—Pero siempre que hace algo que no le parece, la amenaza diciendo que la enviará a un internado, créame que no hay algo peor para desgraciarle la vida a un niño que un internado. — Argumenté.
—Yo estuve en un internado a la edad de Michelle. — Le quitó importancia
—Exacto.
—Escuche, señorita Valeria. — Entendió mi referencia y su cara cambió a disgusto. — Ella sólo quiere ayudarnos y creo que usted debería de tomar algunos consejos que ella le dé.
Editado: 21.01.2021