Mi bella niñera

Cita

—¡Wow, señorita Valeria! Luce usted hermosa. — El señor Alexander y Andrés estaban al pie de las escaleras mientras yo bajaba.

—¿De verdad? ¿No cree que me pasé con el vestido? — Le pregunté al señor Alexander.

Me había puesto un vestido rojo, quería verme muy sexi, aunque siento que una mujer que es astronauta no se vestirá de esta forma. ¿Debería conseguir un casco de astronauta y decirle que de la cita debo irme a la luna?

—Señorita Valeria, estuve pensando y creo que lo más apropiado es llevarla al restaurante. De todas formas iba a… — Parecía nervioso. — Iba a ver a mis abogados.

—Sus abogados no quedan cerca del restaurante a donde va a ir Val. — Andrés puso en evidencia al señor Alexander.

—Iré a conseguir otros abogados. — Le respondió. — Y de paso veré si puedo conseguirme otro mayordomo. — Le sonrió amargamente.

—Dígame algo, señor Alexander… — Los nervios no dejaban que me concentrara en ninguna otra cosa que no fuera John. — Si usted estuviera esperando a Beyoncé y llegara yo. ¿Usted no estaría decepcionado o sí? — Debía saberlo.

—¿De verdad? ¿Beyoncé? — Parecía dudar.

—Sí. —Respondí esperanzada.

—La verdad, sí. —Algo en mi se rompió.

— Me parece que cometió un gran error, señor. — Andrés miró con ojos asesinos al señor Alexander.

—¡Oh, por dios! — Comencé a hiperventilar. — ¡Olvidenlo! ¡No iré!

—¿¡Qué!? — El señor Alexander rechazó la idea. —¿Y escucharla por los siguientes treinta años hablar del maravilloso hombre que jamás conoció? ¡No, eso sí que no! — Se tranquilizó un poco. —Y para decir verdad… — Parecía buscar alguna palabra.

—Usted mismo la llevará. — Andrés le ayudó.

—Yo mismo la llevaré. — Asintió dándole la razón a Andrés.

—Aunque sus abogados no queden cerca. — Andrés siguió.

—Aunque mis abogados no queden… — El señor Alexander calló de inmediato, dirigiéndole una mirada asesina, Andrés sin embargo le sonrió. — Bueno, lo que sea. En unos minutos usted estará frente a frente con John y así podrá ver que él no es mejor que yo.

—Y no lo es. — Andrés fue a abrir la puerta.

—¡Andrés, deja de meterte en…! — Lo pensó un segundo. —No lo es. — Admitió. — Ahora vamos. — Me tomó de la mano y se dirigió hacia afuera.

—¡No, espere! — Lo detuve justo antes de salir de  la casa. — Tengo una idea. Le diré que el presidente está enfermo y yo tendré que cubrirlo en una junta, así que no podré ir a la cita.

—No, eso no funcionará. — Andrés negó.— Le escribió eso la semana pasada.

—No puedo creerlo. — Me reí. — ¿Por qué rayos lees mis mensajes? — Lo golpeé en el pecho.

—Fue un accidente, me resbalé sobre tu teléfono. — Se encogió de hombros.

—Vamos, señorita Valeria. No será tan malo. — El señor Alexander siguió su camino hacia fuera.

Tenía muchos nervios, John era un hombre importante y si él descubre qué le he mentido, todo podría arruinarse, mi tiempo se agota.

Avanzamos lento porque yo no quería salir de la casa. Paula se detuvo en la puerta, se abrió el suéter que tenía y una blusa muy escotada nos mostró.

—Buenas noches a todos. — La miré sorprendida. — Vengo a trabajar.

—Nadie llamó a su línea. —Andrés se reía de ella.

—¿Alexander? — Paula miró al señor Alexander que seguía caminando hacia afuera.

—¡Oh, Paula! — El señor Alexander le sonrió. —Tengo que ir a un asunto muy importante ¿Te importaría empezar sin mi? No tardaré. —No esperó su respuesta y seguimos hacia el auto.

En el camino mantuve total silencio, excepto cuando se me ocurría algún pretexto para no ir, él me dijo que debía enfrentarlo y conocerlo de una buena vez.


 

 


 

—¡Camine, señorita Valeria! — El señor Alexander me arrastraba hacia la entrada del restaurante bar.

—¡No quiero! ¡Estoy muy nerviosa! — Le explicaba mostrándole mis manchas de sudor en el vestido.

— No tiene porqué estarlo, ya se lo dije.

—Es que... ¿Qué pasa si John no me acepta como usted lo hace? Usted me ha visto en mis momentos más difíciles, señor Alexander.

—Sí, lo sé. — Sonreía orgulloso.

—¿De qué habla? — Lo amenacé con mi tono de voz.

—No, bueno… — Se puso nervioso. — Me refiero a que todos sus momentos difíciles han sido hermosos.

—Usted es el peor mentiroso que yo haya conocido. — Le sonreí.

—Basta ya, vamos dentro. — Se puso detrás de mí y comenzó a empujarme.

—¡Señor Alexander, deje de empujarme! — Le grité, me detuve en la puerta y él me empujó con su cuerpo para que entrara cuando alguien nos abrió la puerta. —¡Oh, señor Alexander! — Le grité juguetona. — Sentí eso. — Me reí mientras él se sonrojaba.

John y yo nos quedamos de ver en la barra, así que me dirigí hacia allá. También me puse en mi pecho, del lado derecho una rosa roja con un pequeño broche.

Habíamos llegado cinco minutos antes y yo estaba sudando como un cerdo.

—¿Nos sentaremos aquí? — Me preguntó.

—Sí, me sentaré aquí. No es necesario que usted espere conmigo, soy una mujer adulta y puedo arreglarmelas. — Le sonreí sentándome en la barra y él tomaba asiento en mi lado izquierdo.

—Hola, mujer encantadora. — Un hombre con horrible gusto por la moda, con más de cincuenta me habló y miró haciéndome sentir incómoda.

—Pues… — Me aclaré la garganta y haciendo voz más gruesa me rasqué mi entrepierna. — Mi esposa era muy linda pero me sentía atrapado en mi anterior cuerpo, puedo pasarte unos tips para esconderte el pene, nadie lo notará. — Me refería al señor Alexander.

El hombre asqueroso salió corriendo.

—¡Olvídelo! — Miró muy sorprendido lo que hice. — Me quedaré aquí a cuidar de usted. Así que ¿Quiere un aperitivo? — Me preguntó mirando amenazante al hombre asqueroso que me miraba con cierto asco a lo lejos.

—No, solo tomaré algo antes de la cena. — Le respondí y después de una mirada de confusión de su parte, llamó al chico de la barra.

—Por favor, tráiganos champaña. — Dijo y después asintió.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.