Mi bella niñera

El culpable

—Señorita Valeria, ¿Cómo son los calcetines de Oliver? — El señor Alexander me preguntaba muy seriamente por teléfono.

—¿Y yo por qué tendría que saber eso? — Le pregunté.

—Solo contésteme, Michelle le dijo a sus amigas que el susodicho usa calcetines de rombos.

—¿Y usted cómo escuchó? Ah… revisó su computadora.— Lo acusé.

—¿¡Lo son o no!?— Ignoró mis acusaciones.

—Yo lo checo y le digo luego. — Dije para después colgar.

—¿Pasó algo? — Me preguntó David mientras se sentaba al lado de Oliver para abrazarlo.

—Nada, ya saben que el señor Alexander piensa que yo debería de saberlo todo. — Miré los pies de Oliver, que él tenía sobre la mesita de centro. —¿De qué número calzas? — Le pregunté a Oliver muy interesada. — Le compré unos zapatos a mi padre y no le quedaron.

—Am… no lo sé. —Miró sus pies pensativo. Acto seguido se liberó del abrazo con David y se quitó el zapato, tenía calcetines de rombos. Me marié por un segundo. — 26.5 — Me informó.

—No te quedarán tampoco. — Logré decir. — Tus calcetines de rombos son muy bonitos, al señor Alexander le van a encantar. — Me miraron confundidos. — Voy al rombo, digo… — Tragué saliva — Al baño, necesito vomitar.

No podía creerlo, Oliver era, Oliver me falló.

 

 

~~~


 


—¡Señor Alexander! — Entré gritando a su oficina. — Es Oliver. — Lo abracé, él estaba dando vueltas por su oficina. — Él tiene los…

—Calcetines de rombos. — Dijeron a coro Adela y Andrés que ya estaban en la oficina.

—¿Ya sabían que era él? — Me aparté del señor Alexander.

—No, pero Hugo y Joaquín usan calcetines de rombos. — Nos miramos muy confundidos. Estábamos de nuevo en donde empezamos.

—Yo creo que es porque están de moda. — Andrés fue hasta el señor Alexander y le alzó el pantalón. Él también tenía calcetines de rombos.

Suspiramos rendidos.

— Ya basta. —Adela se levantó de la silla de su padre. —Ve y tortura a los tres. Uno debe de confesar.

—No, Adela. Esto es una acusación muy grave. — Le expliqué, ella tomó asiento de nuevo.

—Ya llegué papá. — Michelle entró a la oficina, todos nos quedamos callados. — ¿Qué hacen todos aquí? — Nos preguntó al mirar que nos veíamos entre nosotros con incomodidad.

—Estábamos platicando sobre la nueva producción de tu padre. — Le mentí.

—Bueno… — Dió unos pasos hacia atrás para librarse de esa tortura. —Los dejo, voy a mi habitación.  

El señor Alexander la detuvo del brazo.

—Pero, Michelle. ¿No vas a darme tu opinión? — La condujo hacia la silla donde estaba sentada Adela y con la cabeza le ordenó que se quitara, Adela lo hizo. — Estaba pensando en este comercial, puede ser que iniciemos con una toma del cielo y bajamos hasta el centro de la tierra, pasando por las capas de… —Mientras decía eso, sentó a Michelle en la silla y estiró su mano hacia el escritorio discretamente para señalar el diario de Michelle, ¿Qué íbamos a hacer ahora?

Yo tomé el diario y se lo dí a Adela para que ella fuera a dejarlo en su lugar. Adela lo tomó y salió corriendo de la oficina, Michelle la miró, pero no era extraño. Cuando el señor Alexander hablaba sobre sus proyectos o ideas, todos salíamos corriendo.

—Papá, la verdad no tengo ni la menor idea. — Se levantó y salió a toda prisa, no pudimos detenerla.

Andrés y yo corrimos detrás de ella.

—¿Qué haces aquí? — Le preguntó molesta a Adela.

Lo más seguro es que la haya descubierto.

—Solo quería tomar un poco de tu maquillaje. —Decía Adela mientras Andrés y yo entrabamos a la habitación de Michelle.

—Vete de aquí, ya te he dicho que no me gusta que agarres mis cosas. — Suspiré, el diario estaba en su lugar y Adela supo escapar limpiamente.

—Que amargada. — Adela salió del cuarto de Michelle y Michelle miró a Andrés invitándolo a salir. Andrés suspiró y salió.

—¿Cómo te fue, linda? — Le pregunté sentándome en su cama.

—Bien, solo fui con mis amigas a tomar una malteada. — Se dirigió al cajón donde esconde su diario. — ¿Val, puedes dejarme un momento a solas? — Dijo abriendo el cajón y sacando la libreta.

—Claro, linda. — Me sonreí saliendo y cerrando la puerta.

 

 

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“Lo que más me vuelve loca es el lunar que tiene en su espalda, es tan bello, es una gran coincidencia porque Val tiene uno igual, se le ve cuando usa blusas con tirantes. Nunca le tomé tanta importancia, hasta que lo ví en la espalda de él. Nunca pensé que un lunar podría ser tan sexi.”

Leímos todos a la mañana siguiente, estábamos en la oficina del señor Alexander.

—¿Un lunar? — Adela parecía confundida. —¿En qué parte de la espalda será?

—Debajo del omóplato izquierdo  — Dijo el señor Alexander pensativo. Todos voltearon a verlo. — ¿Qué? — Se puso rojo al comprender lo que había dicho.

—Ahora sí la tenemos difícil. — Suspiré con pesar.

—¿Cómo es que sabe que tiene un lunar en esa parte? — El señor Alexander seguía haciendo corajes. —¡Cuando sepa quién es, le voy a tirar los dientes!

—Tranquilo, señor. Quizá se lo vió porque… —Andrés intentaba justificar.

—No, no, Andrés. No hay ninguna explicación.

—Voy a ver a Oliver, a ver cómo le hago para mirarle a espalda.— Hasta el día de hoy no había tenido ningún problema con eso, pero Oliver era un caso especial.

—Bien, yo voy a casa de Hugo, le diré que me enseñe a nadar. — Andrés se encogió de hombros y salió de la oficina.

—¿Y yo que hago? — Preguntó Adela.

—Llamaré a Joaquín, ya veremos qué hacemos. — El señor Alexander le explicaba a Adela, seguía con su tono molesto, estos días ha estado sumamente irritado.

—Señor, creo que debe de calmarse. — Le aconsejé.

—¿Calmarme? ¡Eso lo dice porque no es su hija! — Me gritó.

—Pero es como si lo fuera. — Me encogí de hombros y salí de la oficina.

 




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