Mi bella niñera

Santiago

—Te veo muy tranquila, ¿Qué es lo que hiciste exactamente?— Ciro por primera vez tomó algunos apuntes.

— No estaba tranquila en esos días, estuve muy pensativa, ¿Me iban a pagar más? ¿Cómo se iba a llamar el bebé? O peor aún ¿Cómo se iba a apellidar? Así que dije:  las niñas están completamente seguras de estar preparadas para una experiencia tan delicada como lo es tener un bebé. Así que las puse a prueba.

—¿Prueba? — Entrecerró los ojos, como tratando de imaginar qué es lo que había hecho.

— Al día siguiente llegué con el nuevo miembro de la familia. — Suspiré y sonreí al recordar.

 

 

»¿Para qué trajo ese bebé de juguete? » Me preguntó el señor Alexander delante de todos.

» Por qué ustedes »señalé a Michelle y a Sam » deben demostrarme lo maduras que son y que están listas para hacerse cargo de un bebé.

»¿Con un muñeco? » Preguntó Adela.

» Se llama Santiago. » Informé.

»¡Ay, Val! ¡Que exagerada! » Michelle y Sam rieron. »Pero claro que podemos.

»A ver. » Las reté.

»Yo digo que tiene un aire al señor Alexander, Val.» Andrés miró el muñeco. 

»Tranquilo, tranquilo. »Michelle tomó a Santiago y le habló con voz aniñada. »No te espantes, sólo es la tía Val.

 

 

—Michelle y Sam tomaron al muñeco y se encerraron en la habitación de Michelle. Pensaron que las iba a dejar tranquilas pero más tarde subí a verlas.

 

 

»Hola, ¿Qué tal les va? » Entré a la habitación y ellas tenían al muñeco acostado en la cama y ellas en el escritorio de Michelle buscando nombres en internet con sus significados.

»Muy bien, ha estado dormidito. » Ambas se burlaron. 

»¿Ya le dieron de comer? » Pregunté.

»Claro »Las dos dudaron.

»¿Hace cuánto? Por qué recuerden que los bebés comen cada tres horas.

»Comió hace media hora. » Michelle me miró a los ojos tratando de ver si lo que dijo era correcto.

»Entonces ya toca que lo cambien.» Me crucé de brazos. 

»¿Que lo cambien? » Sam me miró confundida.

»Sí, los bebés se hacen del baño. » El señor Alexander entró a la habitación para ver lo que hacíamos.

»Esta bien, ahorita lo cambio. » Michelle se sentó en su cama y de los pies jaló al bebé.

»¡Cuidado! » El señor Alexander parecía preocupado. »Vas a lastimarlo. 

»Sí, sí » Michelle comenzó a quitarle el pantalón. » Perdón. 

»¿Y los pañales? »Pregunté.

»No lo sé » Sam miró a Michelle y Michelle de vuelta. 

»Ya veo, se quedaron sin pañales. » Hice una mueca. »Van a tener que ir a comprar.

»Pues sí… » Sam miraba todo aquello. 

»Vamos, Sam. »Michelle y Sam estaban apunto de salir de la habitación.

»Oigan, niñas. ¿Y Santiago? » El señor Alexander les recordó. » No pueden dejarlo solo aqui.

»¡Ash! Corre Sam, ve tú. Yo cuido a Santiago. » Michelle suspiró con pesar.

»Pero… ¿Y el dinero? »Sam le preguntó a Michelle. Ella volteó con pesar hacia su padre.

»Papá, me das para unos pañales.

»¿Yo? No, no, no es mi hijo. » Negó rotundamente.

»Esta bien. » Michelle nos miró con odio y subió a su cama gateando hasta el otro extremo, aplastó a Santiago.

»¡Michelle! ¡El niño! — El señor Alexander tomó con cuidado a Santiago y lo abrazó.

»Ya, papá. Espérate. »Michelle tomó dinero de debajo de su colchón y se lo dió a Sam.

 

 

—¿Quieres decir que el señor Alexander siguió tu juego? — Ciro me preguntó.

—Sí, todos los de la casa lo siguieron, sólo así podríamos hacerles ver a las niñas que en lo que se metían no era nada fácil. Lo más complicado eran las noches.

—¿Las noches?

—Era muy pesado despertarse a las 3 de la mañana.

 

 

»¡Qué pasa aquí! » El señor Alexander corría hacia la habitación de Michelle mientras ella y Sam se cubrían el rostro con una almohada.

»El bebé tiene hambre. » Bostece sin apagar la bocina que traía conmigo con el sonido de un llanto de bebé.

»¡Ya comió! ¡Por eso nos esperamos hasta las 12 para dormirnos! » Michelle nos gritó. El señor Alexander apagó el ruido mientras Adela y Andrés iban a reunirse con nosotros para saber qué ocurría.

»Recuerden que los bebés comen cada 3 horas. » El señor Alexander tambien bostezó. Ellas se cubrieron con la cobija y el señor Alexander prendió de nuevo la bocina.

»¡Papá! ¿Qué te pasa? — Michelle le gritó muy enojada.

»Santiago tiene hambre. » Cerré los ojos y creo que me perdí por algunos segundos.

»Sam, ve a calentarle la mamila a tu hijo. » Michelle destapó a Sam.

»¿¡Yo!? » Sam nos miró y resignada se levantó, tomó al bebé entre sus brazos y nos pidió permiso para poder pasar. 

 

 

—¿No era más fácil simplemente decirles que no y correr a Sam de la casa? — Ciro ocultaba una sonrisa. 

—No se trataba de decir no, se trataba de que entendieran las responsabilidades de sus decisiones. — Miré unos cacahuates que había en la mesa de centro, estiré la mano y tomé todos. — También repetimos eso a las seis de la mañana, al paso de los días, se pusieron de acuerdo a que a las 3 a.m le tocaba a Sam y a las 6 a.m a Michelle. Discutían a veces al no querer levantarse, pero Sam siempre cedía y era la que cargaba más con Santiago. Algunas veces la observaba y ella arrullaba con mucho cariño al muñeco.

—Comenzaron a adaptarse a los horarios, me imagino. — Ciro siempre tan acertado.

—Sí, al cuarto día, cuando yo me despertaba, Sam ya estaba en la cocina. Así que las hice enfrentar otro obstáculo.

—¿Cuál?

— Durante todo el quinto día estuve poniendo la bocina con el llanto del bebé de pronto, a la hora, cada diez minutos o simplemente lloraba por horas. Sam y Michelle no sabían qué hacer, le daban de comer y el niño no dejaba de llorar, lo cambiaban y tampoco. Ya estaban hartas en la noche, Andrés y Adela huían de dónde estuviera yo con mi grabación, estaban hartos pero también entendían el punto al que quería llegar.




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