POV VALERIA.
Había llamado a Lau para contarle todo, nos quedamos de ver en casa de mi madre porque le había contado a ella también.
Cuando nos vimos comenzamos a gritar y a saltar de la emoción.
—¿Te imaginas, Lau? El señor Alexander y yo en un concierto de Jazz, bailando lento, muy juntos y… — Cerré los ojos imaginando aquel evento.
—¡Su primera cita, Val! — Lau sonreía.
—¡Ya basta! — Mi madre nos detuvo en seco. — Hay que poner los pies sobre la tierra. Tu cita es el viernes en la noche, en dos días y debes de estar perfecta para entonces.
—Claro que sí y tengo el vestido perfecto. — Les informé.
—Pero no me entiendes, debes estar totalmente perfecta. — Madre comía una paleta de hielo.
—¿Habla sobre que debe de estudiar? — Lau no entendía.
Mi papá salió de la cocina con un plato con papas.
—¿Val, Recuerdas el día de la primera fiesta a la que te dejamos ir tu madre y yo? — Me preguntó mi papá.
—Sí. — Dudé un poco, era un recuerdo muy vago.
—Regresaste a casa con tu vestido roto y con el brassier saliendo de tu bolsa. ¿Lo recuerdas? — Mi papá comenzó a lamer sus dedos.
—Sí. — Dije incómoda. ¿Cómo podían acordarse de eso?
— ¡Ojalá se repita! — Mi padre se rió sin parar.
— Escuchen, ya no soy una adolescente. — Los regañé. —¡Pero miren! — Saqué una libreta de mi bolso. — ¡Nuestros nombres se ven muy bien juntos! Y si tenemos un hijo se apellidara Maldonado Lira. Es un apellido especial, fuera de lo común.
— Debes apresurarte a darnos nietos, Val. — Mi madre seguía con la paleta de hielo.
— No me presiones. — Contesté.
—Mientras tanto debes cuidarte. — Me advirtió mi mamá. —Nada de grasa o de cosas dulces, todo eso hace que subas de peso y te inflames de la noche a la mañana.
—Tranquila, mamá. No pasará. —Me reí.
—Val, yo estoy a dieta. Si quieres puedes comer todos los días aquí. — Mi madre sugirió.
—Yo tambíen como con ella. —Lau me informó. —Hemos perdido dos kilos. ¿No se nos nota? — Lau se levantó y dió una vuelta para que la apreciara.
—Wow, Lau. No lo había notado, pero sí que has bajado. — Me sorprendí. — Vendré a comer aquí todos los días de mi vida.
Mi madre sirvió una sopa de verduras extrañas, me dijo que las había comprado por internet pero que todas las reseñas eran positivas.
—Esto se ve muy tóxico. — Me resistí a comerlo, el caldo era morado.
—Yo pensé lo mismo pero hice que la madre de tu padre la comiera y no ha muerto. — Lau comenzó a comer y yo miré mal a mi madre. —¿Qué? — Preguntó.
—Ya habíamos quedado que los experimentos los probaría primero Andrés. — Le reproché.
—Tu padre sacó a la abuela del asilo para comer. — Se encogió de hombros. — Ya estaba aquí.
Comí la sopa y la verdad sabía bien, no tenía un sabor desagradable, ni olía mal.
Después fuí con Lau al spa para una depilación completa, no quería estar irritada el viernes y tendría mañana para estarlo. Me dieron un masaje y una exfoliación completa, fui al salón de belleza a hacerme un despunte en el cabello.
Lau aprovechó para teñirse de castaña clara y se le veía muy bien. Hace mucho que no salía con Lau a hacer esta clase de cosas.
—¿Recuerdas nuestra última salida? — Me preguntó Lau mientras nos ponían uñas.
—¿Cómo olvidarlo? — Sonreí, aunque al tener la mente en blanco me puse seria. — Quise decir… ¿Cómo recordarlo? Nos pusimos muy mal.
—Lo sé. — Se rió.
Lau y yo salíamos a bares pero al final de la noche sólo conversábamos entre nosotras y en vez de relajarnos, era un estrés absoluto. La última vez que habíamos salido en serio a relajarnos, Lau tenía un novio que vendía drogas en un local de tatuajes. Tenía una fiesta por su cumpleaños, las bebidas tenían dosis de algo extraño, no recordamos mucho, sólo algunos destellos de luces de colores, tequila, besos y al día siguiente, ambas amanecimos con un tatuaje.
El tatuaje de Lau era inofensivo, era un pequeño gatito en el tobillo.
Creo que aún estando drogadas, cupo en nosotras la cordura, porque ella no tiene una madre loca que le dice que si tiene un tatuaje, pierde a la familia.
Pero yo sí, entonces mi tatuaje está escondido. Ni siquiera en bikini se me ve, es un secreto que nunca sabrá nadie.
Pero es una flor de loto, no entendemos la lógica de aquello, Lau odia los gatos y yo amo las rosas.
Cuando regresé a casa, las niñas estaban viendo una película en la sala y Andrés fingiendo que aspiraba, amaba esta vida, amaba a éstas personas. Amaba al señor Alexander y por fin se estaban haciendo realidad todas mis fantasías.
Al día siguiente cuando fuí a comer a casa de mi madre, ella al verme se puso muy feliz y le hizo señas a mi padre. Ambos sonreían radiantemente.
—Dejen de mirarme así.— Les exigí, me rasqué en la pierna, quizá una araña me abría picado, tenía mucha comezón en los muslos.
—Lo sentimos, no sabíamos que estaban tan bien. — Dijo mi padre.
—¿Quienes? — Pregunté.
—El señor Alexander y tú. — Respondió Lau, no entendía de lo que hablaban y al parecer mi rostro lo reflejó. — No hay que ser una genio para darse cuenta.
—No sé de qué hablan. — Me defendí.
— Cariño, ya no estás en secundaria. Ya no vives en nuestra casa, no tienes porque fingir demencia como a los 15. — Mi madre comía.
— Aunque creo que es de mal gusto que un señor y además de su clase social te deje esas marcas en el cuerpo. — Se quejó mi papá.
—¿Marcas? — Corrí hacia el baño mientras miraba mis manos y mis piernas. Pero al llegar y mirarme en el espejo grité.
Tenía una roncha roja en el cuello, era gigante. ¿Qué rayos era eso?
Empezó el caos.
Yo tenía una cita con el señor Alexander en menos de 48 horas y había estado fantaseando para que la cita tuviera un final feliz. Pero al quitarme la ropa, me di cuenta que tenía más ronchas, ronchas en las piernas y ronchas en las caderas. Así como en el cuello y en la espalda.
Editado: 21.01.2021