Arrojé billetes a la señora del consultorio privado que encontré mientras el taxi conducía rápidamente al hospital.
Exigí una atención inmediata.
—Señorita, hay 5 personas antes de usted. Tome la ficha y espere. — Señaló el bote de fichas que estaban acomodadas, la que se asomaba era la número 6.
—¡No entiende! — Le grité, salté sobre la barra que nos dividía y tomándola del cuello le grité. —¡Hay un hombre en un hotel a diez minutos de aquí listo para tener intimidad conmigo!
—Señorita no puedo saltarme a los demás clientes. — Se soltó de mi agarre con indiferencia. —Tome su turno y espere. — Me incorporé y seguí rascándome.
—Es una emergencia. — Me alcé el vestido y ella vio mis piernas rasguñadas. —Hay un hombre millonario a diez minutos de aquí esperándome para por fin, después de cuatro años estar conmigo. ¡Cuatro años! — Le grité desesperada.— Lo he amado por mucho, mucho tiempo y ahora luzco horrible y no es justo que el hombre al que amo pueda perderlo por esto, que tú puedes arreglar. — La señalé. —y no sólo soy yo esperando a que esto suceda, hay mucha gente allá afuera esperando por nosotros, leo sus comentarios y quieren que suseda algo ya, igual que yo.
—¿Tu madre? — Preguntó.
—Y mi padre. — Asentí, nuestras miradas se cruzaron y nos mantuvimos unos segundos así.
—¿El millonario vive con su madre?— Me preguntó dudosa y yo negué lentamente con la cabeza. — No puedo pasarte a consulta, pero puedo inyectarte cortizona. — Me dijo apenada.
—¿Qué es eso?— Pregunté dudosa.
—Es un antiflamatorio y aparte curará tu comezón o cualquier dolencias que tengas. — Me estaba rascando, estaba al borde de las lágrimas porque ya me ardía.
—Esta bien, inyectame. — Seguí rascándome y ella me abrió la puerta para que pasara a su lado y pudiera inyectarme.
Ella me mostró todo, la caja del médicamento, que estaba sellada, las jeringas y todo lo necesario.
—Levántate el vestido. — Me ordenó y yo lo hice, ella bajó un poco mi ropa interior y me inyectó lentamente. — Listo, en unos minutos dejarás de rascarte.
—Gracias, gracias. — Me bajé el vestido y salí corriendo de la farmacia, corrí al taxi que me estaba esperando y al subirme le ordené que regresara al hotel volando.
El taxi comprendió la urgencia y se pasaba los altos, era el hombre más veloz que haya conocido y eso que había estado con muchos hombres veloces.
Corrí dentro y el elevador se tardó dos o tres minutos, que parecieron tres largas horas, ya no me estaba rascando o al menos estaba disminuyendo la comezón, me sentía aliviada y subí al elevador apretando el nivel en el que estaba la habitación. Subí lentamente y salí corriendo cuando se abrió en el piso, abrí la puerta y él seguía al teléfono.
—Sí, linda. Ya me dijiste que Sara nunca dijo eso, lo que no entiendo es por qué me contaste lo de Juan y su primo Noe.— De pronto comenzó a jalarse el cabello con desesperación, él no se había dado cuenta que yo estaba en la habitación. —¡No, no quiero que vuelvas a contarme todo! — Alejó el teléfono y bebió directamente de la botella de champagne, que ya estaba en la cómoda. Suspiró y volvió a ponerse al teléfono. —¿Linda? ¿Está Andrés ahí? — Le preguntó y esperó respuesta. — ¿Podrías ponerlo al teléfono? — Esperó un segundo. — ¡ENVÍA A ADELA A LA CAMA, AHORA! — Colgó el teléfono giró hacia la puerta, me vió.
—Lamento la tardanza. — Le sonreí, gatee por la cama hasta él y le pasé mis manos por los hombros.
—No se preocupe, creo que era un buen momento para hablar con Adela y recordar por qué le pago a usted para que escuche a mis hijas.— Me respondió sarcástico.
Yo estaba de rodillas detrás de él, frotando sus hombros, él se dejó consentir unos momentos más y tomó mi mano derecha con la suya y lentamente se puso de pie, se dió la vuelta sin soltar mi mano y cuando estuvimos frente a frente me besó.
—¿Sólo para escuchar a sus hijas? — Pregunté.
—Es como… — Me besó de nuevo. — Cuando Paula lee todos mis documentos… —Me dió otro beso. — Y me deja sólo lo más relevante.
Me besó de nuevo.
—¿Seguro que sólo eso? — Pregunté insinuante.
—Sabe que no. — Se acercó a mis labios lentamente, hace unos minutos me estaba perdiendo de las mariposas en el estómago por la comezón, pero ahora se sentía mil veces más fuerte.
Él acariciaba mi rostro y me decía una y otra vez lo hermosa que estaba, después lentamente pasó sus manos por mi espalda y sin dejar de besarme buscaba el cierre de mi vestido, cuando lo encontró, lo bajó y con sus manos acarició mi espalda. Bajó mi vestido y se separó para observarme.
Su cara pasó de estar totalmente relajada a reflejar preocupación.
—Señorita Valeria. ¿Qué le pasó? — Me preguntó acercándose a mí y pasando sus dedos bruscamente por mi piel.
—No es nada, es una larga historia. — Le respondí poniéndome de pie y quitándome todo el vestido. — Pero ya no importa.
— Espere… — El señor Alexander recorrió todo mi cuerpo con sus ojos y se paró en mi rostro, se acercó lentamente. — También tiene ronchas en la cara. — Me dijo despacio. — Y sus brazos están hinchados. — Estaba preocupado pero tratando de mantener la calma.
—Claro que no. — Me reí y al ver que el señor Alexander se notaba cada vez más preocupado corrí al espejo más cercano. —¡No es cierto! — Grité al verme al espejo, las ronchas seguían ahí y habían empeorado, mis brazos estaban levemente hinchados y mi piernas igual. En mi cara tenía ronchas que casi no se notaban por el maquillaje, pero si prestaba atención, ahí estaban.—¿Qué me pasó? — Comencé a llorar.
—Creo que es alergia, ¿Comió algo a lo que es alérgica? — Fue hasta mi y me abrazó.
— Pero en el doctor me inyectaron, me dijo que se iban a quitar y a parte, no tengo comezón. — Lo abracé fuerte, que vergüenza que me vea tan fea.
—Vamos ahora mismo a ese doctor, nos debe dar una explicación. Esto no es normal y si algo le pasa, lo demandaremos. — Me soltó y fue a alzar mi vestido, yo seguía llorando y me ayudó a vestirme.
Editado: 21.01.2021