Mi Camino a Santiago

Capítulo 3: El regreso a la Tierra

I. El Despertar y las Consecuencias

​La alarma del móvil sonó a las 6:15 a.m., un sonido grosero que se perdió inmediatamente en la sinfonía de la mañana del albergue: el crujido de las literas, el zumbido de las cremalleras de las mochilas, el tosido matutino y el golpe rítmico de los tapones de las botellas de agua.

​Luis abrió los ojos. La luz gris filtrada por las altas ventanas de Roncesvalles le recordó dónde estaba. No en su apartamento silencioso, sino en la Litera 142, un punto más en un universo de peregrinos.

​El primer movimiento fue un error. Intentó levantarse de un salto, pero sus rodillas protestaron con un dolor agudo que le obligó a soltar un pequeño gemido. Era un dolor sordo y familiar, la herencia de la bajada del día anterior.

​Se sentó al borde de la litera, balanceando las piernas. Sus pies, sus antiguos aliados en el entrenamiento, estaban hinchados y magullados, pero, para su alivio, no había rastro de las temidas ampollas grandes. La obsesión con los calcetines de lana merino había dado sus frutos.

​En la ducha comunal, el agua fría inicial actuó como una descarga eléctrica, despertando sus músculos. Vio a otros peregrinos en silencio, algunos vendándose los pies con una pericia casi médica, otros aplicando ungüentos. Había una hermandad muda en el dolor compartido.

​Mientras se vestía, Luis sintió el peso de la mañana. Hoy serían unos 22 kilómetros, una etapa más corta y, en teoría, menos exigente que la de los Pirineos. Pero cada kilómetro sería un desafío para su cuerpo magullado.

​A las 7:30 a.m., después de un café y un bollo en la cafetería cercana, la mochila se sintió pesada. Al salir de la Real Colegiata, la luz matinal era dorada. Un grupo de peregrinos ya se había dispersado por la senda.

​Luis adoptó una estrategia nueva. Ritmo de anciano. Lento, deliberado, prestando atención a cada paso, especialmente en la bajada inicial.

II. Los Bosques de Navarra

​La etapa Roncesvalles-Zubiri es una inmersión en la profunda y mágica Selva de Irati. El Camino serpenteaba a través de densos bosques de hayas y robles. La senda de tierra, suave y cubierta de hojas, era un alivio para sus rodillas. El sol se filtraba a través del dosel de las hojas, pintando el suelo con manchas de luz.

​El silencio era diferente al que Luis había buscado en su apartamento. No era un silencio de vacío, sino de vida. Se escuchaba el viento en los árboles, el crujir de las ramas bajo las botas y, a veces, el repique lejano de las campanas de las ovejas.

​Luis caminaba solo. Había aprendido que el Camino impone su ritmo, y el suyo era el de la introspección dolorosa. Su mente, sin embargo, estaba extrañamente clara. Ya no pensaba en el futuro ni en el pasado, sino en la siguiente meta: la cresta del siguiente collado, el siguiente pueblo.

​A eso de las once de la mañana, mientras el camino se abría cerca de Auritz/Burguete, un pueblo con casas de piedra blanca y tejados oscuros, se encontró con una figura familiar.

​Era Anya. Estaba sentada en un muro bajo, junto a una fuente, dibujando febrilmente en su cuaderno. A su lado, su pequeña mochila parecía casi una bolsa de mano.

​"Buen Camino, Luis," dijo ella, sin levantar la vista del dibujo.

​Luis se detuvo. "Buen Camino, Anya. ¿Cómo me has reconocido?"

​Ella finalmente levantó la vista, sonriendo. "Tu forma de caminar. Es la de un hombre que aún no confía en su espalda. Y tu mochila es la única Osprey completamente limpia de la etapa."

​Luis sonrió a pesar de sí mismo. Se sentó a su lado, dejando su mochila con cuidado. "¿Qué dibujas?"

​"El agua," respondió ella, con la punta del lápiz siguiendo el flujo del caño. "Intento capturar la energía del movimiento. No el resultado, sino el proceso."

​"Interesante," murmuró Luis. "Yo intento no pensar en el proceso. Solo quiero llegar."

​Anya dejó el lápiz y lo miró. "Pero, Luis, el proceso es el Camino. El sendero de ayer fue sobre la fuerza. El de hoy es sobre la resiliencia. ¿Has pensado en lo que dejaste en el Pirineo?"

​"Mi dignidad y las fuerzas," bromeó él.

​"No," replicó ella, con una seriedad suave. "La necesidad de control. Aquí, tus ampollas deciden tu ritmo, no tu reloj. El dolor de rodillas te obliga a mirar dónde pisas. El Camino te obliga a estar presente. Es la única manera de sobrevivir."

​Sus palabras resonaron en Luis. El control. Había pasado tres meses controlando su preparación, solo para que la montaña lo despojara de todo. Ahora, solo le quedaba el presente.

​Se despidió de Anya, sintiéndose un poco más ligero. Había sido una conversación de solo diez minutos, pero era la primera vez que se detenía a considerar que el objetivo no era solo llegar.

II. Los Bosques de Navarra

​La etapa Roncesvalles-Zubiri es una inmersión en la profunda y mágica Selva de Irati. El Camino serpenteaba a través de densos bosques de hayas y robles. La senda de tierra, suave y cubierta de hojas, era un alivio para sus rodillas. El sol se filtraba a través del dosel de las hojas, pintando el suelo con manchas de luz.

​El silencio era diferente al que Luis había buscado en su apartamento. No era un silencio de vacío, sino de vida. Se escuchaba el viento en los árboles, el crujir de las ramas bajo las botas y, a veces, el repique lejano de las campanas de las ovejas.

​Luis caminaba solo. Había aprendido que el Camino impone su ritmo, y el suyo era el de la introspección dolorosa. Su mente, sin embargo, estaba extrañamente clara. Ya no pensaba en el futuro ni en el pasado, sino en la siguiente meta: la cresta del siguiente collado, el siguiente pueblo.

​A eso de las once de la mañana, mientras el camino se abría cerca de Auritz/Burguete, un pueblo con casas de piedra blanca y tejados oscuros, se encontró con una figura familiar.




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