Luis se levantó con el sol, antes de que el coro de ronquidos del albergue de Zubiri alcanzara su clímax. Sus rodillas, a diferencia de su mente, no eran fanáticas del Padre Gabriel; dolían con una punzada constante, un recordatorio de la factura que el Camino pasa sin descuento.
Mientras se ponía los calcetines, Luis repasó mentalmente su plan original: Zubiri a Pamplona. Veintiún kilómetros. Un paseo tranquilo. Un hotel en el centro de Pamplona, una cena elegante, quizás. Era el premio que se había prometido a sí mismo por conquistar los Pirineos. El último resquicio de su vida anterior, la necesidad de un recompensa planificada.
Pero el consejo de Gabriel le había calado hasta los huesos: "No camines para llegar a Zubiri o Pamplona. Camina para que el Camino te atraviese a ti."
Si se detenía en Pamplona, sería un turista de la vida, no un peregrino.
Consultó la guía. Pamplona a Zizur Menor. Seis kilómetros más. Casi treinta kilómetros en total para el día de hoy, un desafío considerable.
¿Por qué? Su mente analítica le exigía una razón. No había una razón lógica. Solo una necesidad visceral de romper el molde. El plan, el Excel, la rigidez. Tenía que demostrarse que podía ir más allá de la casilla marcada.
Zubiri – Zizur Menor. Lo anotó a lápiz en su credencial. Una rebelión silenciosa.
Dejó Roncesvalles a las 7:45 a.m., sintiendo que se había despedido de su propia inercia. El Camino comenzó suavemente, serpenteando junto al río Arga, regalándole una mañana de pura belleza boscosa.
II. El Puente de Arre y la TentaciónEl camino de hoy era un sendero bien hollado, menos salvaje que el de ayer, pero infinitamente más amable con sus músculos. Pasó por Larrasoaña y Zuriain, pueblos que parecían detener el tiempo. Luis se movía con un ritmo constante, encontrando una nueva paz en la ausencia de la ascensión.
A medida que se acercaba a Pamplona, los signos de la civilización moderna empezaron a aparecer: carreteras más anchas, un mayor flujo de coches, y luego, a lo lejos, el puente medieval de la Trinidad de Arre, una estructura de piedra sólida sobre el Arga.
Al cruzar ese puente, Luis sintió que dejaba atrás el campo y se adentraba en el mundo que había abandonado.
A las 2:00 p.m., entró en Pamplona. El choque fue violento.
El silencio del bosque fue reemplazado por el estruendo del tráfico, los cláxones y el parloteo de las multitudes. Los peregrinos se hicieron pequeños y torpes en el contexto de la ciudad. El olor a pasto y tierra fue sustituido por el olor a fritura, pinchos y combustible.
Luis sintió la seducción de la comodidad. Vio escaparates, terrazas llenas, y el gran hotel donde, en su plan original, se habría alojado. Podría tomar una ducha de lujo, pedir servicio de habitaciones y ver las noticias en un televisor.
Se detuvo en la Plaza de los Burgos, sintiendo el peso de la mochila como nunca. El dolor en sus rodillas se intensificó al contacto con el duro asfalto, y la tentación de rendirse era casi abrumadora. La meta original estaba allí. Podía detenerse.
Se sentó en un banco y sacó su botella de agua. La miró fijamente.
"Aquí te detienes y se acabó el Camino, Luis," pensó. "Aquí vuelves a comprar el confort con dinero, y no con esfuerzo."
Recordó su rostro grisáceo en el reflejo del portátil. Había venido a escapar de las reglas autoimpuestas, no a seguirlas en el primer momento de debilidad.
Apareció el Padre Gabriel. Caminaba con paso lento, pero firme, y le saludó con un gesto de la mano.
"¡Luis! Un oasis de descanso. ¿Te quedas a tomar un café y un churro en la ciudad del toro?"
"No, Padre," dijo Luis, poniéndose de pie con un gruñido. "Pamplona es solo un punto de paso. Me voy a Zizur Menor. Hoy tocan casi treinta kilómetros."
Gabriel sonrió, pero esta vez fue una sonrisa de respeto, sin burla. "¡Ah! La sed de la distancia. Es la primera adicción del peregrino. Cuidado, hijo, no cambies la tiranía del Excel por la tiranía del kilómetro. Pero si vas, te acompaño un tramo. Y recuerda: la salida de las ciudades es siempre la peor parte."
III. El Tramo Extra a Zizur MenorCaminaron juntos por las calles de Pamplona. El Padre Gabriel le contó anécdotas con la ligereza de un hombre que no llevaba nada en la mochila más que un buen humor imperturbable. Luis, distraído por la conversación, se centró menos en el dolor.
Al cabo de un kilómetro, llegaron a la salida de la ciudad. Gabriel se detuvo junto a un gran cartel indicando el Camino.
"Aquí me quedo, hijo. Hoy toca un albergue con una buena paella. ¡Pero tú, sigue! El Camino te llama." Le dio una palmada amistosa en el hombro. "Buen Camino, y que Maribel Roncal te cuide."
Luis se quedó solo. El tramo a Zizur Menor fue un castigo. Era un suburbio, sin la belleza histórica de los pueblos anteriores. El camino discurría a menudo junto a polígonos industriales y carreteras. La fatiga acumulada de los casi veinticuatro kilómetros recorridos se manifestó. Sus pies se sentían como plomo, y las correas de su mochila parecían cortar su piel. Cada paso era una decisión consciente.
Estaba caminando con la voluntad, no con la fuerza. Este tramo era el verdadero Haber de su día: el esfuerzo puro y sin glamour.
IV. Maribel Roncal y el Descanso MerecidoA las 5:30 p.m., Luis llegó a Zizur Menor, un pequeño municipio pegado a la capital. Estaba exhausto, pero con una sensación de triunfo silencioso. Había caminado treinta kilómetros.
El Albergue de Maribel Roncal era diferente de los municipales. No era gigantesco ni impersonal; era una casa acogedora, con un ambiente de hogar.
Maribel, una mujer de unos cincuenta y tantos años, con el pelo rizado y una presencia maternal e imponente, le recibió en la entrada.