Luis despertó en el Albergue de Maribel Roncal sintiendo una novedad sorprendente: sus rodillas dolían menos. No estaban curadas, pero el dolor era un murmullo sordo, no un grito. Era el dolor de la adaptación, el cuerpo aceptando su nuevo destino.
Eran las 6:30 a.m. Luis se movió con la eficiencia tranquila de un veterano. Ya no había dudas al atarse las botas ni al ajustar las correas de la mochila. El ritual se había grabado en su memoria muscular.
Se despidió de Maribel, quien le entregó un pequeño trozo de pan casero envuelto en una servilleta. "Para la cuesta de hoy, valiente. Y no tengas miedo de pedir perdón. Es más fácil que perdonarte a ti mismo."
Al salir de Zizur Menor, la mañana era fresca y el sol aún no asomaba. El aire olía a tierra y a la promesa de un día despejado. El grupo de peregrinos era menos denso que en los primeros días; el Camino ya había filtrado a los menos comprometidos.
Luis caminó con el Padre Gabriel durante el primer kilómetro, saliendo del barrio residencial de Zizur.
"Hoy toca el Alto del Perdón, Luis," comentó Gabriel. "Es más simbólico que físico. Lo importante no es la subida, sino el momento en que miras hacia atrás y ves el camino que has dejado."
"Espero no tener que pedir demasiado perdón," dijo Luis, sonriendo.
"El Perdón no se pide, se toma. Es la montaña la que te lo regala. Acepta el viento y la vista, y te sentirás más ligero," sentenció Gabriel, antes de detenerse a charlar con un peregrino que cojeaba visiblemente. Luis continuó su marcha en solitario.
II. El Alto del PerdónTras atravesar Galar, el sendero comenzó la subida. Era una ascensión de dificultad moderada, pero constante, a través de caminos pedregosos y viejos senderos. Luis notó que su respiración era ahora rítmica y controlada, muy diferente al jadeo desesperado de los Pirineos. El entrenamiento de los tres meses, que sintió inútil el primer día, ahora le ofrecía una base sólida.
La verdadera recompensa de la etapa no era el esfuerzo, sino lo que esperaba en la cima.
Al acercarse al punto más alto, el paisaje se abrió, dejando atrás los arbustos para encontrarse con un campo despejado y ventoso. Y entonces, apareció: la icónica escultura de acero de peregrinos, la famosa silueta del Alto del Perdón.
El viento soplaba con una fuerza brutal, pareciendo querer empujarle de vuelta. Luis se detuvo a los pies de la escultura. Era un conjunto de figuras metálicas, peregrinos de todas las épocas, que marchaban contra el viento, con la leyenda en el poste central:
"Donde se cruza el camino del viento con el de las estrellas."
Luis subió los pocos metros que le quedaban hasta el monumento. El sonido del viento que silbaba a través de las figuras de acero era casi un lamento.
Se volvió, y la vista era, tal como había dicho Gabriel, sobrecogedora. A sus espaldas, Pamplona se extendía como un juego de construcción. Podía trazar la línea de los Pirineos en la distancia, las montañas que había conquistado. Mirar atrás le dio una perspectiva de la distancia física y emocional que había recorrido. Se sintió infinitamente pequeño, pero increíblemente fuerte.
No había un gran pensamiento trascendental. No pidió perdón por sus años de oficinista. Simplemente se sintió perdonado por la vida por haber parado. Por haber tardado tanto en empezar.
Mientras se preparaba para la bajada, vio a Anya, la artista danesa, acurrucada detrás de una roca, sin mochila, dibujando la escultura. Ella le saludó con la mano y él le devolvió el gesto, pero decidió no interrumpir su momento de arte.
III. La Bajada a la MesetaLa bajada era empinada y traicionera, llena de guijarros sueltos. Luis tuvo que concentrarse, utilizando sus bastones para amortiguar el impacto en sus rodillas. El Alto del Perdón había sido la última gran colina de la primera sección del Camino.
Al pie de la colina, el paisaje cambió drásticamente. El verde exuberante de los valles navarros dio paso a los tonos amarillos y ocres de la tierra de la Meseta que se acercaba. El camino se hizo más llano, más amplio. Era una caminata más monótona, pero liberadora.
El resto de la mañana transcurrió sin incidentes notables. El Camino pasaba por pequeñas localidades como Uterga y Muruzábal, ofreciendo fuentes de agua fresca y pequeñas iglesias románicas. La sensación de logro lo impulsó.
La mente de Luis ahora trabajaba de una forma nueva. En lugar de procesar informes, procesaba el entorno: la forma de las nubes, el color de la tierra, el canto de los pájaros. Era un reseteo sensorial.
IV. Puente la Reina y los Padres ReparadoresLuis llegó a Puente la Reina a la 1:30 p.m. El pueblo es famoso por su icónico puente medieval sobre el río Arga, y por ser el punto donde confluyen el Camino Aragonés y el Francés.
Al entrar, sintió la energía de un lugar que ha sido un cruce de caminos durante siglos. El bullicio era mayor que en Zubiri, una sensación de destino cumplido.
Su destino era el Albergue de los Padres Reparadores, uno de los albergues más grandes e históricos del Camino.
Al llegar, la diferencia con el municipalismo de Roncesvalles o la calidez de Maribel era evidente. Era un espacio amplio, gestionado por la orden religiosa, que irradiaba un aire de tranquilidad y sobriedad. Luis fue dirigido a su litera en una sala grande y luminosa.
Después de la ducha y los rituales de curación, Luis se dirigió a la sala común, que era en realidad una parte del antiguo claustro.
Vio a Anya sentada en un banco de piedra, con su cuaderno. Se acercó esta vez.
"La bajada no era una obra de arte, me temo," dijo Luis, aliviado de ver una cara familiar.
Anya se rio. "Las mejores bajadas nunca lo son. Pero has llegado. ¿Cómo te sientes al haber tomado tu 'perdón'?"