Mi Camino a Santiago

Capítulo 10: La Carga de la Calzada

I. El Silencio y la Vibración

​Luis salió de Ventosa a primera hora. La niebla aún se aferraba a la Meseta, y el aire era frío. Se sentía diferente. La euforia de la noche anterior se había ido, reemplazada por una quietud que no era la resignación de sus primeros días, sino una expectativa palpable.

​Buscó a Clara. No estaba en el patio, ni en el pequeño grupo que se adelantaba.

El Camino te hablará. Y escucha lo que te dice aquí.

​Luis tocó su pecho, sintiendo el latido regular. El camino era silencioso, pero Luis estaba escuchando, no con los oídos, sino con una nueva antena emocional. Su mente analítica, aunque aún presente, estaba subordinada a su intuición.

​La etapa de 28 kilómetros se presentó como un desafío sólido, pero manejable. El camino era un constante sube y baja suave a través de viñedos y campos de cereal.

​El primer hito importante del día fue Nájera. La ciudad, dominada por el imponente Monasterio de Santa María la Real, era una parada atractiva. Luis se limitó a pasar de largo, sintiendo una extraña satisfacción al ignorar el hito que su "yo Excel" habría marcado como obligatorio. Su libertad ya no dependía de ir más allá, sino de elegir dónde parar.

II. La Reaparición Mágica

​Justo después de Nájera, y tras pasar por el pequeño pueblo de Azofra, el camino se abrió de nuevo. Luis caminaba en la llanura entre las viñas. De pronto, sintió un cambio en el aire. No vio a Clara, pero la percibió. Una ligereza, un destello.

​Se giró. Ella estaba allí, a veinte metros, caminando con ese paso ingrávido que parecía desafiar el contacto con la tierra. Llevaba una pequeña flor amarilla prendida en su mochila.

​"¡Luis!" exclamó Clara, alcanzándolo con una facilidad sorprendente. "¿Te has perdido la fiesta en Nájera?"

​"Decidí seguir el flujo," respondió Luis, con el corazón acelerándose de nuevo. La taquicardia ya no era una sorpresa, era la señal de su presencia.

​"Muy bien hecho. El flujo siempre te lleva donde tienes que ir, no donde crees que debes ir," sonrió ella. "Hoy te noto más conectado a la tierra. ¿Has hablado con tu dolor?"

​Luis caminó a su lado, sintiendo el contraste entre su sudor y el aura fresca de ella. "Le he dicho a mis rodillas que, como recompensa por la dureza de la etapa de hoy, van a dormir en sábanas de seda."

​Clara se detuvo y lo miró con los ojos grandes y verdes. "Oh, ¿de verdad? ¿Un capricho?"

​"Sí. Voy al Parador de Santo Domingo de la Calzada. Una noche fuera de los ronquidos y la disciplina de los albergues. Es un regalo a mi yo peregrino."

​Clara no hizo ningún juicio, solo lo abrazó con su mirada. "Es lo más sabio que has decidido en este Camino, Luis. La disciplina es el cimiento, pero la ternura hacia uno mismo es el cemento. No es un lujo, es una recarga del espíritu. El camino necesita que llegues con el corazón lleno."

​Su aprobación significaba más para Luis que cualquier alabanza de Gabriel o cualquier hito conquistado.

III. La Leyenda y el Parador

​El resto del camino fue fácil. Luis habló con Clara de cosas que nunca le habría contado a nadie más: el miedo a volver a su vida anterior sin un plan, la sensación de que su carrera profesional había sido un disfraz, la soledad autoimpuesta. Clara escuchaba, sin consejos, solo ofreciendo una presencia cálida y luminosa.

​Llegaron juntos a Santo Domingo de la Calzada. La ciudad, llena de historia, era un hervidero de peregrinos y turistas. Luis sintió la energía antigua de la catedral y la famosa leyenda del gallo y la gallina que cantaron después de muertos.

​Al llegar al centro, el grupo se reunió. Gabriel y Marc se acercaron.

​"¿Parador, Luis?" preguntó Marc, con una mezcla de admiración y envidia. "¿Lo has planeado para recargar el móvil en silencio, o es una traición al peregrinaje?"

​"Es una tregua necesaria, Marc," intervino Clara con una firmeza etérea. "Hay batallas que solo se ganan con sábanas de hilo y una bañera propia."

​Gabriel simplemente sonrió, entendiendo. "Duerme en paz, hijo. La cama es tan importante como la mochila."

​La despedida con Clara fue breve. "Nos veremos mañana, Luis," dijo ella. "Recuerda, honra la belleza de tu descanso." Y se fue, con su mochila mostaza hacia el albergue. Luis sintió cómo la luz se retiraba de su campo de visión.

​Luis se dirigió al Parador de Santo Domingo de la Calzada, ubicado en un antiguo hospital de peregrinos. El contraste fue un shock sensorial. El silencio. La moqueta gruesa. El olor a ambientador de lujo, en lugar de a linimento y sudor.

​La recepcionista le entregó la llave. Al entrar en la habitación, Luis se sintió como un intruso. La cama era enorme, con almohadas de plumas. Había un televisor, y una bañera profunda.

​Se quitó la mochila, la dejó caer en un rincón y, por primera vez, no sintió la urgencia de lavar la ropa o curar los pies. Se miró en el espejo, con la barba de varios días, los ojos brillantes por el sol y el aire, y la piel quemada.

​Se metió en la bañera, cerró los ojos y dejó que el agua caliente disolviera la tensión de los últimos diez días.

IV. La Tiranía del Confort

​Cena en el restaurante del Parador: manteles blancos, camareros silenciosos y un vino tinto servido en copa de cristal fino. Luis, con ropa civilizada que había guardado en un bolsillo, se sintió de nuevo como el hombre de negocios, pero con una diferencia crucial. Su mente estaba silenciosa. No pensaba en el mañana ni en el ayer. Estaba presente en la textura de la comida, en el sabor del vino.

​No era una huida. Era una reafirmación. Podía disfrutar del lujo, pero ya no era esencial para su supervivencia. El lujo era una elección, no una necesidad.




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