Luis se despertó en el Parador de Santo Domingo de la Calzada con una sensación de ingravidez. Por un segundo, el silencio y la suavidad de las sábanas lo hicieron dudar de dónde estaba. El lujo era un sedante poderoso.
Se levantó, y el ritual de vestirse con su ropa de peregrino, que contrastaba con el mobiliario noble de la habitación, se sintió como un disfraz. Al mirar por la ventana, el mundo ya estaba en movimiento.
El desayuno fue una mezcla de placer y culpa. Desayunó café, pan, fruta fresca y huevos, saboreando la opulencia tranquila, pero sintiendo la urgencia de volver al flujo. El Parador era una burbuja; la vida de verdad estaba fuera, en el polvo y el frío.
Salió del Parador a las 8:00 a.m. La mochila, que no había tocado en 12 horas, se sintió pesada. Al cruzar la plaza de la catedral, vio a Marc, que lo esperaba con los brazos cruzados.
"¡Mira quién se digna a aparecer!" exclamó Marc. "Pensé que te habías quedado a vivir con los lacayos. ¿Qué tal el servicio? ¿Trajiste café gourmet?"
"El café estaba muy bien, gracias. Y el descanso valió la pena," respondió Luis con calma. Había aprendido que la envidia de Marc se disolvía si no le daba importancia. "Pero ahora es hora de volver a ganárselo."
Se despidió de Marc, que se adelantó con su ritmo frenético. Luis caminó solo. La etapa de unos 23 kilómetros hasta Belorado era agradable, pasando por pueblos pequeños y campos.
II. La Lección de la AusenciaEl Camino se adentró en un paisaje de campos de cereal y viñedos dispersos. Era una etapa de transición, reflejando el ánimo de Luis. Había dejado atrás el lujo, pero no la paz interior.
Luis esperaba a Clara. Caminó los primeros diez kilómetros, pasando por Grañón, donde la iglesia parroquial invitaba a un descanso. Él continuó, concentrado en el sendero, pero no había rastro de la luz.
La ausencia de Clara era una lección por sí misma. Cuando ella estaba cerca, la magia era palpable, un regalo. Cuando no estaba, Luis tenía que crear su propia magia, forzándose a ver la belleza en la monotonía.
Comenzó a aplicar lo que ella predicaba: sintió la energía del sol en la espalda, el sonido seco de los grillos. Se obligó a ver los reflejos dorados en los campos de trigo.
Aun así, extrañaba la taquicardia que anunciaba su presencia.
A mediodía, se encontró con el Padre Gabriel en el pequeño pueblo de Redecilla del Camino, el primer pueblo de Castilla y León. El cambio era geográfico y arquitectónico: las casas de piedra oscura riojana daban paso a las estructuras más robustas y terrosas de Burgos.
"Luis, te veo con ojos descansados," comentó Gabriel, bebiendo de su cantimplora. "Las sábanas de seda han hecho su trabajo. Pero veo que la búsqueda continúa."
"No la encuentro, Padre. Busco a Clara. Me había prometido que el camino me la traería."
Gabriel sonrió, alzando las manos con humor. "Dios no revela sus planes, Luis, y me temo que las almas libres tampoco. Ella es viento. El Camino te la trae para recordarte que la vida tiene misterios que tu mente no puede resolver. Y te la quita para que recuerdes que la paz no debe depender de esa luz."
III. El Último Empujón hacia BeloradoReflexionando sobre las palabras de Gabriel, Luis continuó la marcha. Cruzó Viloria de Rioja y se sintió anclado a la Meseta que se acercaba.
Llegó a Castildelgado, y allí, la vio.
Clara estaba sentada en un banco, con su mochila mostaza a sus pies, hablando con Anya. La luz del atardecer la envolvía, y por un momento, Luis se detuvo, sintiendo la familiar y poderosa palpitación en su pecho.
Se acercó a ellas. "Clara. Creí que te habías desvanecido en el aire de La Rioja."
"Nunca me desvanezco, Luis. Simplemente cambio de frecuencia," dijo ella, mirándolo con su intensidad habitual. "¿Y tú? ¿La almohada de plumas te ha hecho volver a casa?"
"No. Me ha enseñado que prefiero esta almohada," dijo Luis, señalando su mochila. "Pero gracias por el descanso. Es un regalo que no olvidaré."
"Es un regalo que te diste a ti mismo. No a mí," replicó ella. "Hoy, la caminata ha sido dura para ti porque has estado buscándome, en lugar de buscar la respuesta en tus propios pasos."
Luis no se ofendió. La sinceridad de Clara era desarmante.
Caminaron los últimos kilómetros hacia Belorado juntos, bajo el sol de la tarde. Belorado era un pueblo más grande, con una plaza animada y una sensación de historia.
IV. El Albergue "A Santiago"Llegaron a Belorado cerca de las 5:00 p.m. El destino era el Albergue "A Santiago", conocido por su ambiente acogedor y su hospitalidad. Era un albergue privado, limpio y con una energía reconfortante.
Luis se registró. En lugar del silencio monástico del Parador, encontró el familiar y caótico confort del albergue: el ruido de las cocinas, la risa de los peregrinos.
Se reunieron en el comedor para cenar: Luis, Clara, Anya y Gabriel. Marc cenaba solo en una esquina, concentrado en su rehabilitación.
Clara le habló a Luis sobre la importancia del número once, del despertar espiritual. Luis, aunque escéptico ante la numerología, escuchó con atención, absorbiendo su energía luminosa.
Esa noche, acostado en la litera, Luis sintió el crujido familiar del colchón de albergue. Era ruidoso, menos lujoso, pero era auténtico.
Había pasado del silencio absoluto a la sinfonía comunal. Y, lo que era más importante, había aprendido que la luz y el consuelo no eran algo que se podía comprar o buscar en otra persona, sino algo que se tenía que llevar consigo. Clara era la prueba de la magia, pero Luis era el portador.