Mi Camino a Santiago

Capítulo 15: El Horizonte Recto

​I. La Luz de la Mañana y el Vacío

​Luis se despertó en Hontanas sintiendo la calma que le había regalado San Bol. No había euforia, sino una profunda paz interior. El nudo de ansiedad que había llevado durante años se había disuelto, dejando un vacío que, por primera vez, no sentía la necesidad de llenar inmediatamente.

​Salió del albergue a las 8:00 a.m. La etapa de hoy, hasta Boadilla del Camino, era una marcha de unos 29 kilómetros, casi enteramente sobre la llanura. Era el corazón puro de la Meseta.

​Luis, Clara, Anya y Gabriel caminaron juntos durante el primer tramo, moviéndose sobre el sendero de tierra ancha y bien marcada. El sol, al asomar, pintaba el cielo con tonos pastel que se reflejaban en el rocío de los campos.

​"Mira, Luis," dijo Clara, señalando la línea recta del horizonte. "Aquí no hay escondites. La mente tiene que enfrentarse a la línea recta, a la inevitabilidad."

​"Es la antítesis de mi vida anterior," comentó Luis. "Allí todo era complejidad, desviaciones, curvas de riesgo."

​"Y por eso es tan terapéutico," intervino el Padre Gabriel. "El Camino te dice: sigue caminando. No hay atajos, no hay excusas. Solo pon un pie delante del otro hasta que llegues."

II. El Muro de la Monotonía

​Los primeros kilómetros, a través de campos de cereal recién cosechados, se hicieron con relativa facilidad. Pero pronto, el Camino se encontró con el ascenso hacia el Alto de Mostelares.

​La subida fue corta pero brutal, un esfuerzo final antes de la inmersión total en la llanura. En la cima, Luis miró hacia atrás: Hontanas y el camino recorrido parecían una cinta marrón. Luego, el Camino descendió abruptamente hacia Castrojeriz.

​La bajada fue igual de implacable para sus rodillas, un recordatorio físico de que el Camino siempre exige un precio.

​Una vez abajo, el paisaje se convirtió en un sendero de tierra que se extendía en la forma más pura de la Meseta: el sendero recto, interminable, la línea del cielo tocando la línea de la tierra. La falta de hitos visuales hacía que la mente se perdiera en el tiempo.

​El grupo se dispersó. Luis caminaba con Anya por un rato, confrontando el "silencio blanco" de la estepa.

​III. La Inmensidad Desnuda

​El resto del día fue una marcha a través de la llanura castellana, pasando por campos inmensos sin la sombra ni la distracción de pueblos cercanos. La única referencia visual era la línea del horizonte.

​La fatiga que sentía Luis era una fatiga de la vista; sus ojos luchaban por encontrar un punto focal. La Meseta no ofrecía nada, obligándolo a mirar hacia adentro.

​Se encontró con Clara a mediodía, sentada en un pequeño mojón de piedra que marcaba el kilómetro. Ella no estaba dibujando, solo observando un grupo de pájaros que giraban en círculos.

​"La monotonía es agotadora," confesó Luis. "Te hace dudar de si realmente estás avanzando."

​"Claro que lo hace. La Meseta es la prueba de tu fe ciega. Tienes que creer que el final está ahí, aunque no lo veas. Es la lección de la persistencia sin recompensa inmediata," explicó ella. "Aquí, no hay grandes monumentos que te distraigan de la verdadera obra: tú mismo."

​Clara se puso de pie, su presencia irradiando una calma intensa. "Pero si miras bien la tierra, Luis, verás que cada paso deja una huella. Y esa huella es real."

​Caminaron el último tramo juntos. Clara le habló de la necesidad de establecer raíces temporales, de honrar la parada, no solo la marcha, antes de que el Camino les ofreciera el cambio de paisaje al día siguiente.

IV. Boadilla del Camino y el Albergue Rústico

​Llegaron a Boadilla del Camino a media tarde. El pueblo era pequeño, un puñado de casas de adobe y calles tranquilas.

​El Albergue "En el Camino", donde Luis había decidido pasar la noche, era un lugar rústico y acogedor, con un patio lleno de flores y una pequeña biblioteca. Era un albergue privado, conocido por su hospitalidad.

​Luis se registró y encontró su litera en una habitación compartida. La transición del albergue municipal de Burgos a este lugar íntimo fue un alivio.

​Esa noche, el grupo se reunió en el patio. La cena fue comunitaria, con historias y risas compartidas. Luis se sentó con Clara y el Padre Gabriel.

​Gabriel, estaba de buen humor. "La Meseta te traga la prisa, Luis. Te obliga a masticar cada kilómetro."

​"La mastiqué, Padre. Y hoy ha sido la primera vez que no he sentido que tenía que llenar mi cabeza con algo. El vacío se sintió... liberador."

​Clara le tocó el brazo ligeramente, con una mirada profunda. "Es la señal de que estás listo para la aceptación. El camino ya no es tu terapia, Luis. Es tu vida."

​Luis se fue a la cama con esa idea. Había roto sus planes, había enfrentado el dolor, y había visto la magia. Pero la lección de Boadilla era la más sutil: la verdadera fuerza se encuentra en la calma y en la aceptación de la monotonía.




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