Luis dejó Carrión de los Condes al amanecer. La etapa de hoy, de casi 30 kilómetros hasta Terradillos de los Templarios, era legendaria y temida: la caminata más larga y recta de todo el Camino Francés. El trayecto transcurre en gran parte paralelo a la carretera, sin apenas pueblos intermedios para distraer o reabastecer.
El espíritu de recogimiento del Convento de Santa Clara se había quedado con Luis. Se sentía preparado para la prueba de la Meseta. Hoy no se trataba de superar una montaña, sino de superar la mente.
Salió de Carrión con el Padre Gabriel.
"Hoy es el día más honesto del Camino, Luis," dijo el Padre. "No puedes esconderte. La única sombra que tendrás será la de tu propia altura. Y el único sonido, el de tu propia respiración."
Luis asintió. Había aprendido a apreciar el silencio.
La caminata comenzó por una ancha pista de tierra, flanqueada por campos de cereal que se extendían hasta donde la vista podía alcanzar. Después de unos pocos kilómetros, el sendero se unió a la antigua Vía Aquitania, una calzada romana.
La sensación era de marcha militar. La línea recta, la ausencia de curvas, la falta de árboles, creaban una hipnosis visual. El tiempo se disolvió. Luis dejó de mirar su reloj o la distancia. Solo se concentró en la cadencia de sus pasos y en el horizonte azul pálido.
II. La Dispersión de la CompañíaA medida que el sol subía, el grupo se dispersó, tragado por la inmensidad. Marc, en su constante búsqueda de la velocidad, se perdió a la vista. El Padre Gabriel, más lento, quedó rezagado. Anya, con su ritmo introspectivo, se detuvo a menudo para capturar la "textura del vacío".
Luis caminó solo, sintiendo la soledad como una capa protectora, no como una carga.
Esperó a Clara. Había caminado con ella en la monotonía antes, y su presencia etérea hacía que la distancia se acortara. Pero hoy, Clara no apareció.
Su ausencia fue la prueba final de la lección de San Juan de Ortega: la paz no podía depender de la luz exterior. Luis se vio obligado a buscar la luz dentro de sí mismo.
A medida que las horas pasaban, Luis se dio cuenta de que su mente, antes una fuente inagotable de ansiedad, estaba en calma. En lugar de procesar preocupaciones, procesaba sensaciones: el calor seco en su rostro, el chirrido de la mochila, la ligera presión de su pie al pisar la tierra. Estaba existiendo en el momento presente, sin pasado ni futuro.
III. Terradillos: El Respiro TemplarioEl único pueblo intermedio notable en este tramo fue Calzadilla de la Cueza, que ofreció apenas un lugar para rellenar la cantimplora. La caminata continuó, interminable, durante horas.
Al final, cuando las fuerzas de Luis comenzaban a flaquear, la Meseta le concedió un respiro. El paisaje se abrió ligeramente, y apareció Terradillos de los Templarios.
El nombre del pueblo ya sugería historia y misterio. Era un lugar pequeño, humilde, pero con una resonancia profunda. El cansancio de los 30 kilómetros se disolvió ante la necesidad de la parada.
Luis se dirigió al Albergue Jacques de Molay, un albergue que evocaba la historia de la Orden del Temple, con una atmósfera de recogimiento histórico.
El hospitalero, un hombre con una barba canosa y una mirada sabia, le dio la bienvenida. "Bienvenido, peregrino. Has vencido la larga recta. El Camino te ha bendecido con la paciencia."
Al soltar su mochila en la litera, Luis sintió un alivio profundo, no solo físico, sino del alma. Había conquistado la soledad.
IV. La Presencia Invisible de ClaraEsa noche, en la cena comunitaria, Luis buscó a Clara, pero su litera estaba vacía. Tampoco estaba Anya ni Marc, que probablemente habían seguido hacia Sahagún.
Luis se sentó con el Padre Gabriel, que había llegado media hora más tarde, exhausto pero sonriente.
"¿Y Clara?" preguntó Luis, incapaz de ocultar su decepción.
Gabriel bebió un sorbo de vino y sonrió con picardía. "Clara es aire, Luis. Se mueve con la intención, no con el plan. Pero no creas que no está. La he visto en la lejanía, en los campos. Ella camina a su ritmo. A veces, la mayor enseñanza que te da la magia es la de su ausencia."
"Siento que la necesitaba hoy, para confirmar que la paz que sentí era real," admitió Luis.
"Tu paz, Luis, no necesita confirmación. La Meseta te la dio. Y si la sientes aquí, en la austeridad de un albergue templario, es tuya para siempre," respondió Gabriel, tocando el escudo del albergue.
Más tarde, mientras Luis paseaba por el pequeño patio del albergue, vio algo en la entrada. Sobre un poste de madera, alguien había dejado una pequeña piedra de río pulida, de color blanco.
Al lado, tallada a mano en la madera con una delicadeza precisa, había una sola palabra: "FLUIDO".
Luis sonrió. Era un mensaje directo, un recordatorio de que debía fluir, sin aferrarse a las certezas, ni siquiera a las compañías queridas. Clara no se había ido; simplemente se había manifestado de la única manera que sabía: con un mensaje etéreo y mágico.
Luis tomó la pequeña piedra. Era suave y fría al tacto, el ancla perfecta.
Se fue a dormir, con la calma de la larga marcha. Mañana, el Camino lo llevaría a Sahagún, y a la continuación de la Meseta, con una nueva joya en el bolsillo.