Mi Camino a Santiago

Capítulo 20: El Reencuentro en la Capital

I. El Fin del Desierto

​Luis, Anya y Marc dejaron atrás Reliegos, aliviados pero cansados después de la jornada maratónica. La etapa de hoy, aunque más corta y con la perspectiva de la gran ciudad, se sentía como una marcha a través del terreno final del desierto.

​El paisaje, aunque aún llano, comenzaba a cambiar sutilmente. La tierra era más rojiza y en el horizonte aparecían los primeros signos de una geografía más compleja. Los pueblos de la provincia de León —Mansilla de las Mulas, Villamoros— se sucedían como marcadores de distancia.

​Marc, más humilde después de su colapso en la jornada anterior, caminaba en silencio, aceptando el ritmo más pausado que le imponía su tobillo. Su silencio no era resentimiento, sino una resignación que Luis identificó como el inicio de su propia sanación.

​Anya se concentraba en la luz, fotografiando la línea de chopos que a veces rompía la monotonía.

​Luis, por su parte, caminaba con una calma imperturbable. Los kilómetros ya no eran una unidad de medida, sino la cadencia de su nueva vida. Ya no era un hombre de negocios ansioso; era un buscador en entrenamiento.

​II. La Inmersión en León

​La entrada a León fue abrupta. Después de días en el silencio del campo, el asfalto, el ruido de los coches y los polígonos industriales irrumpieron en su burbuja de paz. Era el choque inevitable entre el mundo interior del Camino y el mundo exterior de la civilización.

​El grupo caminó en fila india a través de las afueras, sintiendo la incomodidad de la transición.

​"Es como despertar de un sueño profundo," comentó Anya, guardando su cámara. "El mundo real es tan ruidoso."

​Finalmente, llegaron al centro histórico, una maravilla de piedra y arquitectura. La vista de la Catedral de León, con sus majestuosas vidrieras góticas, fue un recordatorio impactante de que el mundo exterior también podía albergar belleza sagrada.

​III. El Albergue Convento de las Carbajalas

​El grupo se dirigió al Albergue Convento de las Carbajalas, gestionado por monjas cistercienses. El albergue estaba ubicado en un antiguo monasterio, ofreciendo un oasis de paz y austeridad en el corazón bullicioso de la capital leonesa.

​Al pasar el umbral, Luis sintió un cambio inmediato en la atmósfera: un silencio denso, impregnado de siglos de oración. Dejó la mochila junto a su litera y se dirigió a un pequeño patio interior rodeado de columnas de piedra, buscando la calma antes de la cena.

​Mientras se sentaba en un banco de piedra, notó una figura familiar en el centro del patio, observando una fuente. La persona estaba de espaldas, con el pelo rubio recogido.

​Era Clara.

​IV. El Reencuentro y la Lección

​Clara se giró lentamente, como si supiera que él estaba allí. Sus ojos verdes brillaron con una luz juguetona y un punto de gravedad.

​"Me preguntaba cuándo te estabas cansando de mi juego," dijo Clara, con una sonrisa serena.

​Luis no sintió sorpresa, sino una confirmación. La aparición de Clara en un lugar de profunda espiritualidad y recogimiento tenía sentido. Ella era la encarnación del flujo, y él había dejado de buscarla.

​"Te fuiste en Carrión, Clara. Y yo tuve que caminar la recta más larga sin ti," dijo Luis, sin reproche.

​"Esa era la lección, Luis. Yo soy la magia; el Camino es la escuela. Y yo no podía graduarte. Tenías que encontrar tu propia estabilidad, tu propia rectitud sin mi luz." Clara caminó hacia él, su aura etérea contrastando con la tosca piedra del claustro. "Y lo hiciste. Conquistaste la soledad en Reliegos. Y aquí estás, en paz, no buscándome, sino simplemente siendo."

​Luis asintió. Se dio cuenta de que no necesitaba preguntarle dónde había estado; su ubicación en el Convento de las Carbajalas era la respuesta.

​"He tomado una decisión. He dibujado el mapa de lo que viene después," le confió Luis. "Japón, Tíbet... Quiero seguir buscando la verdad del camino. Quiero convertirme en un puente."

​Clara sonrió con genuina satisfacción. "El Camino no tiene que terminar en Santiago para ti, Luis. Santiago es solo el punto de partida de los que han encontrado su propósito. El Camino no te quitó tu vida; te dio una misión. Y esa es la mayor magia de todas."

​V. La Cena del Propósito

​Esa noche, el grupo —Luis, Anya, Marc, y Clara— cenó juntos en el refectorio. Marc, al ver a Clara, solo asintió con un respeto silencioso. Anya la abrazó.

​La conversación ya no giraba en torno a las quejas sobre el dolor o las anécdotas del día. Hablaban de lo que el Camino significaba para el futuro:

  • ​Marc, forzado a la lentitud, se planteaba reestructurar su vida con menos énfasis en la competencia.
  • ​Anya soñaba con documentar el camino como una forma de meditación artística.
  • ​Luis compartía su visión de los grandes caminos globales.

​Al final de la cena, Clara se levantó. "Mi camino sigue una ruta diferente mañana. Nos vemos en el fin del mundo, o tal vez antes. Pero recuerda, Luis: el Camino te ha dado el propósito. Ahora, la ruta es solo una herramienta."

​Y tan silenciosamente como había aparecido, Clara desapareció en el laberinto de piedra del antiguo convento, dejando al grupo un renovado sentido de la misión.

​Luis se sintió completo. Había entrado en León como peregrino y saldría de allí como constructor de un nuevo destino.




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