Mi Camino a Santiago

Capítulo 21: La Despedida de la Meseta

I. El Camino del Combate

​Luis, Anya y Marc salieron de León al amanecer. El contraste con la calma monástica del Convento de las Carbajalas era un recordatorio abrupto del mundo. La etapa de hoy, de aproximadamente 24 kilómetros hasta San Martín del Camino, marcaba el adiós definitivo a la gran ciudad y el retorno a la llanura.

​La sensación era de descompresión. La Meseta no había terminado su trabajo en Luis; simplemente se había suavizado. El terreno era aún plano y expuesto, pero se sentía diferente tras el reencuentro con Clara y la afirmación de su misión.

​Luis caminaba con la ligereza de su propósito. Había dejado de buscar a Clara, y en consecuencia, se sentía más fuerte.

​Marc, aunque todavía renqueante, mantenía un ritmo constante, aceptando su limitación física. Había pasado de ser un competidor a ser un peregrino responsable.

​Anya, inspirada por la visión de Luis, hablaba con emoción de la arquitectura de León. "El Camino nos obliga a la austeridad para que valoremos la belleza que dejamos pasar, Luis. La Catedral es tan importante como la piedra que encontramos en el campo."

​II. La Prueba del Ruido

​La primera mitad de la etapa fue una lucha constante contra la infraestructura moderna. El Camino discurría peligrosamente cerca de la carretera N-120 y, por largos tramos, paralelo a la vía del tren de alta velocidad.

​Era el lado más ingrato del Camino Francés: la invasión del progreso.

​Luis sintió la presión sonora y visual de la civilización. El ruido del tráfico era un asalto a la paz interior que tanto le había costado ganar. Era una nueva prueba: ¿podía mantener la calma de la Meseta en medio del caos moderno?

​Se concentró en el sonido de sus propios pasos y en la sensación de la tierra bajo sus pies. Usó la técnica que Clara le había enseñado: observar el ruido sin ser el ruido.

​"Esto es lo que me espera en el mundo real," pensó Luis. "Tengo que aprender a llevar el Camino conmigo, incluso cuando un tren de alta velocidad pasa a dos metros."

​Anya, frustrada, se puso sus auriculares. Marc apretó la mandíbula, concentrado en su ritmo. Luis, sin embargo, encontró una extraña paz en la fricción. La paz no era la ausencia de ruido, sino la aceptación de lo que es.

​III. El Desvío y la Soledad Final

​Después de superar el pueblo de Virgen del Camino, el sendero se apartó finalmente de la carretera principal, ofreciendo un alivio bienvenido. El Camino se adentró en una llanura más abierta y tranquila, aunque el sol seguía golpeando sin piedad.

​Esta sección fue la última gran lección de la soledad antes de que el paisaje cambiara.

​Anya se quedó atrás para dibujar. Marc se adelantó, buscando su propio ritmo. Luis caminó solo, sintiendo la inmensidad del cielo y la tierra. La soledad ya no era un problema. Era su estado natural y reconfortante.

​Luis se permitió pensar en su misión: Japón, Tíbet. Se dio cuenta de que su éxito no dependería de un plan perfecto, sino de la flexibilidad que Clara le había inculcado. La Vía Francigena en Italia, que él había anotado en su mapa, era quizás el siguiente paso más lógico antes de la disciplina de Japón. Su mente, antes rígida, jugaba ahora con las posibilidades.

​IV. La Llegada a San Martín del Camino

​A media tarde, el grupo convergió en San Martín del Camino, un pequeño pueblo de la llanura leonesa. Era un lugar humilde, marcado por la austeridad de la Meseta.

​Luis se dirigió al Albergue Municipal, un edificio sin pretensiones, pero que ofrecía el refugio necesario. La sencillez de la vida peregrina era ahora su zona de confort.

​Mientras se duchaba, escuchó a Marc reír por primera vez en días. Al parecer, la larga marcha y la aceptación de su limitación habían liberado algo en él.

​Esa noche, cenando juntos, el grupo estaba en calma. La cercanía del final del Camino Francés y la visión del futuro creaban una sensación de expectativa.

​"Mañana, cambiamos de paisaje," dijo Luis, mirando la guía. "Dejamos la llanura. Entramos en la montaña, la antesala de Galicia."

​Anya asintió con una sonrisa profunda. "El Camino siempre te da lo que te falta. Montañas para los que hemos caminado planos. Y luego, el mar."

​Luis se fue a la cama con la certeza de que había aprobado la prueba de la llanura y la del ruido. El camino hasta Santiago se había convertido en un simple ejercicio de perseverancia gozosa.




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