Mi Camino a Santiago

Capítulo 22: El Portal de la Montaña

​I. El Fin del Horizonte Plano

​Luis, Anya y Marc partieron de San Martín del Camino con la sensación de que se despedían de un viejo maestro. La etapa de 24 kilómetros hasta Astorga prometía ser el puente entre la vasta llanura y las montañas de León que ya asomaban, tímidas, en el horizonte.

​El Camino, sin embargo, no entregó el cambio de golpe. Los primeros kilómetros siguieron siendo monótonos, a través de campos que se extendían hasta Hospital de Órbigo.

​Anya caminaba con una sonrisa. "Estoy lista para el color, Luis. Mis ojos están sedientos de verdes y grises complejos. La Meseta es hermosa, pero me ha dejado daltónica."

​Marc, con el tobillo vendado, mantenía un ritmo constante, fruto de una disciplina impuesta por la necesidad, no por la competencia. "Necesito montañas," admitió. "Algo sólido. La llanura me hace sentir que el esfuerzo es inútil."

​Luis se dio cuenta de que su propia perspectiva había cambiado: ahora la llanura no era una enemiga, sino un estado mental. Las montañas serían una prueba física, pero su calma interior se había forjado en la rectitud. Él ya no necesitaba la distracción.

​II. El Puente Histórico

​La transición se hizo palpable en Hospital de Órbigo, un pueblo que marcaba un punto de inflexión. Allí, el Camino cruzó el magnífico Puente del Paso Honroso, un viaducto medieval que parecía un portal a otro tiempo. Al cruzar las arcadas, el grupo dejó atrás el último vestigio de la llanura implacable.

​El Camino comenzó a ondularse. Suaves ascensos y descensos, una cadencia nueva y bienvenida para los músculos de Luis. El terreno se cubrió de robles dispersos y matorrales. El aire se hizo más fresco y el olor a tierra húmeda sustituyó al olor seco del cereal.

​Mientras caminaba, Luis pensó en Clara. Sabía que ella aparecería y desaparecería cuando él menos lo esperara, pero ya no sentía la necesidad de su anclaje. Su mensaje se había convertido en su propia fuerza.

​III. El Impacto de Astorga

​La llegada a Astorga fue un choque visual. Tras días de humildad de adobe y tierra, la ciudad se alzó, monumental y orgullosa, con sus imponentes murallas romanas que narraban siglos de historia.

​El grupo, agotado por el sol del mediodía, se dirigió al centro. La ciudad era un tesoro de contrastes:

  1. ​La sobriedad de la antigua Catedral, con su imponente fachada.
  2. ​La fantasía modernista del Palacio Episcopal, una obra de Antonio Gaudí, que parecía un castillo de cuento de hadas plantado en la historia romana.

​"Esto es lo que me gusta," exclamó Anya, sacando su cámara. "La yuxtaposición de la historia y la locura. La realidad y la magia."

​Marc se detuvo, observando las murallas. "Aquí no hay línea recta. Aquí hay defensas, hay propósito. Una ciudad fortificada es un plan bien ejecutado." Por primera vez, Marc usó su mente corporativa para apreciar la belleza, no solo la eficiencia.

​IV. El Albergue Siervas de María

​Luis guió al grupo hacia el Albergue de Peregrinos Siervas de María, conocido por su atmósfera de paz y el cuidado de las monjas.

​El albergue, gestionado por una congregación de siervas, no era lujoso, pero ofrecía una hospitalidad profundamente tradicional. Al entrar, Luis sintió el mismo silencio contenedor que en el Convento de las Carbajalas en León, pero mezclado con una dulzura maternal.

​Una de las hermanas, una mujer anciana con un rostro lleno de bondad, le dio la bienvenida a Luis y le ofreció un vaso de agua con una sonrisa que le recordó a su abuela. Era un tipo de cuidado que su vida acelerada había olvidado.

​Mientras se instalaba en la litera, Luis sintió el peso de las últimas semanas: la larga recta, el ruido, la soledad y los reencuentros. El cuerpo estaba magullado, pero el alma estaba, por fin, nutrida.

​V. La Mirada hacia la Montaña

​Esa tarde, sentado en el jardín del albergue, Luis miró el mapa. El Camino que venía era la montaña.

  • La Cruz de Ferro: El punto más alto, donde el peregrino deposita la piedra que simboliza la carga que deja atrás.
  • El Bierzo: El inicio de la tierra verde, la antesala de Galicia.

​Luis tomó la pequeña piedra blanca de Clara. Ya no representaba la ansiedad que debía soltar; representaba el propósito que había encontrado. Él ya no estaba huyendo; estaba en camino hacia su misión.

​La Meseta le había dado la calma. Las montañas le darían la fuerza.

​Se unió a Anya y Marc. La conversación era tranquila, centrada en la logística. El grupo estaba unido, listo para el desafío que se avecinaba.

​"Mañana subimos," dijo Luis, mirando a Marc. "La pendiente no es negociable."

​Marc asintió, con una calma sorprendente. "Ya no intento negociar con el camino, Luis. Solo lo camino. Subiremos."

​La calma de Astorga era el respiro necesario antes de que el Camino les exigiera el ascenso.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.