Mi Camino a Santiago

Capítulo 23: El Primer Aliento de la Montaña

I. Abandono de las Murallas

​Luis, Anya y Marc dejaron atrás las murallas romanas de Astorga bajo el fresco de la mañana. La etapa de hoy, de apenas 20 kilómetros hasta Rabanal del Camino, era corta en distancia, pero intensa en significado. Era el ascenso gradual hacia la Maragatería, la subida que por fin rompía con el horizonte plano de la Meseta.

​Luis sintió una excitación contenida. La llanura le había dado la paz; la montaña le exigiría el esfuerzo.

​"Se acabó el caminar con la cabeza baja, Luis," comentó Anya, respirando profundamente el aire más fresco. "Ahora toca mirar hacia arriba. Es la verticalidad. Finalmente, algo que dibujar con sombra y volumen."

​Marc caminaba con un paso cauto, pero su espíritu se sentía renovado. "El dolor físico se puede gestionar. La monotonía de la llanura era un virus mental. Hoy, hay un objetivo visible, una elevación. Eso es progreso."

​II. La Cadencia de la Ascensión

​El Camino se adentró de inmediato en el paisaje de la Maragatería, una comarca histórica conocida por su sobriedad y sus tradiciones arrieras. El cambio fue drástico. El cereal de la llanura dio paso a campos de brezo, matorral y robledales dispersos. Los pueblos que atravesaban —Murias de Rechivaldo, Santa Catalina de Somoza— estaban construidos con la piedra ocre y pizarra oscura, un contraste rústico y hermoso con el adobe que dejaban atrás.

​La subida era gradual, una pendiente constante que exigía una cadencia nueva. El esfuerzo no era brutal, sino acumulativo. Luis tuvo que concentrarse en dosificar su energía, la vieja mente ejecutiva reapareciendo para gestionar la logística de la respiración.

​Mientras caminaba, Luis usaba la calma que había encontrado como un motor interno. Cada paso ascendente era un acto de voluntad y de misión. La piedra de Clara ya no estaba con él (la había dejado en Astorga, sabiendo que su mensaje era interno), pero la sensación de su textura permanecía.

​Marc luchaba. El ascenso ponía una tensión directa en su tobillo lesionado, y el dolor se hacía más punzante. Sin embargo, su reacción ya no era la ira, sino la aceptación. Se detuvo, bebió agua, y se obligó a sonreír.

​"Interesante," jadeó. "El dolor es solo información. No una orden. Puedo ignorar la orden y seguir caminando."

​Luis se sintió orgulloso de la evolución de su amigo. El Camino estaba transformando a Marc, obligándolo a la humildad y a la escucha.

​III. Rabanal del Camino: El Pueblo Místico

​El último tramo fue un ascenso más decidido a través de un denso bosque de encinas. Finalmente, a 1.150 metros de altitud, apareció Rabanal del Camino.

​El pueblo era un nido de piedra y silencio. Tenía una atmósfera medieval e históricamente ha sido un punto de encuentro de las órdenes militares y de ermitaños, sirviendo de antesala al ascenso final a la Cruz de Ferro. El aire era fresco y puro, saturado del aroma a leña y tierra húmeda.

​La calma de Rabanal no era la quietud vacía de la Meseta, sino una paz cargada, la sensación de estar en la frontera entre el mundo terrenal y el espiritual.

​El grupo se dirigió al Albergue Municipal. Era un edificio de piedra simple y funcional, con la robustez necesaria para soportar los vientos de la montaña.

​IV. La Reflexión en la Antesala

​Después de las rutinas del albergue, Luis se sentó en el pequeño patio de piedra. El sol de la tarde bañaba las colinas circundantes. El silencio aquí era profundo, solo roto por el sonido de las campanadas de la iglesia cercana.

​Anya se unió a él, con su cuaderno abierto. Estaba dibujando la línea áspera de los tejados de pizarra.

​"Este lugar es un santuario, Luis," susurró Anya. "La gente ha venido a prepararse aquí durante siglos. Mañana subimos a soltar la carga."

​Luis miró hacia el oeste. La silueta del monte era oscura y prometedora. Él ya había soltado su carga, el miedo al fracaso, en San Bol. Pero sabía que la Cruz de Ferro era un ritual ineludible.

​"Mañana no es sobre la carga que dejamos," dijo Luis, sintiendo la certeza en su voz. "Es sobre el propósito que recogemos. La Cruz de Ferro es un hito: dejamos la vida anterior y afirmamos la misión que viene."

​Marc se acercó a ellos, con el tobillo en alto sobre una silla. Se veía exhausto, pero sereno. "Es curioso. Tenía más miedo a la monotonía que al dolor. Mañana, solo caminaré. Sin cronómetro. Solo mi piedra y yo."

​Luis sonrió. Sabía que Marc también llevaría algo a la Cruz.

​La noche en Rabanal se sintió como una vigilia. El grupo, unido por la proximidad del gran hito, durmió con la expectación del ascenso que les esperaba.




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