Luis, Anya y Marc abandonaron la paz de Molinaseca cruzando su puente romano bajo una neblina baja que se levantaba del río Meruelo. Tras el esfuerzo épico del día anterior en la Cruz de Ferro, las piernas se sentían pesadas, pero el espíritu estaba inusualmente ligero. Habían descendido de la "montaña sagrada" para entrar en un edén: El Bierzo.
La caminata hacia Ponferrada fue un tránsito suave. El paisaje de pizarra y brezo fue sustituido rápidamente por huertas generosas y los primeros viñedos de uva mencía.
"Siento que hemos cambiado de libro," comentó Anya, observando el verde intenso. "Ayer fue drama y redención en las alturas. Hoy es... fertilidad."
Marc caminaba sin el cronómetro en la mano. Su tobillo, aunque todavía delicado, le permitía avanzar. "Me gusta este terreno. Es predecible, pero con carácter. Ya no siento que el camino me esté intentando romper, Luis."
II. Ponferrada: La Fortaleza del EspírituAl llegar a Ponferrada, la ciudad se abrió ante ellos dominada por su colosal Castillo de los Templarios. La visión de las almenas y las torres reforzó en Luis la sensación de que su viaje estaba conectado con una historia mucho más antigua de protección y servicio.
Se detuvieron frente a la fortaleza. Luis recordó a Tomás en Manjarín y la austeridad radical de la montaña.
"Los templarios protegían el camino físico," reflexionó Luis en voz alta. "Nosotros, ahora, tenemos que proteger el camino interior. Lo que hemos aprendido en la Meseta es nuestro verdadero tesoro."
Anya tomó una fotografía del contraste entre la piedra medieval y el cielo azul. "Mi tesoro es la mirada, Luis. He dejado de ver obstáculos para ver composiciones."
Siguieron camino a través de los barrios de Ponferrada y el pueblo de Columbrianos. El sol calentaba, pero la brisa del valle mantenía el ambiente fresco. El Camino se volvió un sendero entre viñedos infinitos, con los racimos de uva empezando a tomar color bajo el sol de León.
III. El Camino de las SensacionesLa etapa hacia Cacabelos fue un ejercicio de gratitud sensorial. Luis se permitió disfrutar del olor a tierra húmeda y de la vista de los montes Aquilianos a lo lejos. Su mente, antes una máquina de generar listas de tareas, ahora generaba visiones de su futura misión.
Pensó en el Shikoku Henro en Japón. Imaginó los templos rodeados de bosques similares a estos, pero con el aroma del incienso sustituyendo al de las bodegas. Se dio cuenta de que el Camino Francés le había dado la base de la paciencia, una herramienta que necesitaría para navegar por culturas tan diferentes a la suya.
"¿En qué piensas?" preguntó Marc, notando la sonrisa de Luis.
"En que el éxito ya no es llegar a Santiago, Marc. El éxito es que ya no tengo prisa por llegar," respondió Luis. "Incluso si el camino terminara hoy en estos viñedos, me sentiría completo."
IV. Cacabelos y el Albergue de los "Nichos"Finalmente, el grupo entró en Cacabelos, una villa con una larga tradición vitivinícola y un ambiente acogedor. Cruzaron la calle principal, flanqueada por casas con blasones y tiendas que ofrecían el vino local.
Se dirigieron al Albergue Municipal de Cacabelos, situado junto al Santuario de la Quinta Angustia. Este albergue es famoso por su estructura única: las camas están dispuestas en pequeñas cabinas o "nichos" de madera para dos personas, rodeando un gran patio central ajardinado.
"Esto parece un monasterio futurista," bromeó Anya al ver las celdas individuales.
Luis y Marc compartieron una cabina, mientras Anya se instalaba en la de al lado. Tras una ducha reparadora, se sentaron en el césped del patio central. El diseño del albergue, que combinaba la privacidad de la cabina con la apertura del patio común, resonó con Luis.
La vivencia de la noche:
Sentados bajo las estrellas, con una copa de vino del Bierzo, el grupo se sintió más cohesionado que nunca. Marc habló de volver a su empresa, pero no como jefe, sino como mentor. Anya habló de montar una exposición sobre "la luz del vacío".
Luis, mirando la estructura circular del albergue, pensó en el ciclo que estaba a punto de cerrar.
"Mañana llegaremos a Villafranca y luego vendrá la subida a O Cebreiro," dijo Luis. "Galicia nos espera al otro lado de esa montaña. Pero esta noche, aquí en Cacabelos, quiero celebrar que ya no somos los mismos que empezaron El Camino.
El sueño en el albergue de Cacabelos fue profundo. El aroma de los viñedos cercanos se filtraba por las ventanas, y Luis durmió con la certeza de que el "Jardín del Bierzo" había sido el bálsamo necesario antes del último gran desafío físico del Camino.