Mi Camino a Santiago

Capítulo 26: El Umbral de la Gracia

​I. Entre Viñedos y Sueños

​Luis, Anya y Marc despertaron en sus "nichos" de Cacabelos con el cuerpo acostumbrado ya a la fatiga, pero con una mente que operaba en una frecuencia distinta. La etapa de hoy, de unos 25 kilómetros hasta Vega de Valcarce, era el preludio del gran ascenso a Galicia.

​Salieron de Cacabelos entre los últimos vapores de la noche, ascendiendo suavemente hacia Pieros. Desde lo alto, los viñedos de El Bierzo parecían un mar de olas verdes bajo la luz anaranjada del amanecer.

​"Disfrutad de lo llano," advirtió Luis, señalando las siluetas oscuras de las montañas al fondo. "Esa es la muralla que nos separa de Santiago. Hoy caminamos por la base, mañana la escalamos".

​II. Villafranca y la Puerta del Perdón

​Al entrar en Villafranca del Bierzo, la "Pequeña Compostela", el grupo se detuvo ante la Iglesia de Santiago. Es un templo románico sobrio donde se encuentra la famosa Puerta del Perdón. Históricamente, los peregrinos que por enfermedad no podían llegar a Santiago de Compostela, obtenían aquí las mismas indulgencias si la cruzaban en años santos.

​Se sentaron en el murete frente a la puerta, protegidos por la sombra de los castaños. El ambiente era de un silencio respetuoso.

​—¿Te imaginas? —rompió el silencio Luis, mirando los pesados herrajes de la puerta—. Llegar hasta aquí, estar tan cerca, y que tu cuerpo diga "basta". Tener que aceptar que tu meta termina a 180 kilómetros de la catedral.

​Marc, que se masajeaba el tobillo con gesto pensativo, asintió.

​—Antes de empezar este viaje, yo habría visto eso como un fracaso absoluto —dijo Marc—. Si no cruzas la línea de meta, no has ganado. Pero ahora... ahora entiendo que el perdón de esta puerta no es solo una cuestión religiosa. Es perdonarse a uno mismo por no ser perfecto.

​Anya dejó su cuaderno a un lado y miró la fachada.

​—El perdón es una forma de libertad, ¿no creéis? —añadió ella—. Luis, tú te perdonaste por querer dejarlo todo para irte a Asia. Marc, tú te estás perdonando por no ser el más rápido. Quizás esta puerta está aquí para recordarnos que el Camino no es una deuda que pagamos con esfuerzo, sino un regalo que aceptamos con humildad.

​Luis guardó silencio un momento, sintiendo el peso de la piedra que ya no llevaba.

​—Es verdad —concluyó Luis—. Si la Puerta del Perdón se abre para los que no pueden seguir, es porque el Camino valora la intención tanto como el destino. Mi misión en el Tíbet o Japón no tendrá sentido si no aprendo primero a perdonarme por mis errores en el pasado. Esta puerta es el recordatorio de que siempre hay una segunda oportunidad, incluso cuando las fuerzas fallan.

​Se levantaron con una sensación de ligereza renovada. No necesitaban que la puerta estuviera abierta ese día; el diálogo ya había abierto algo en su interior.

​III. El Desfiladero del Valcarce

​Tras abandonar Villafranca, el paisaje cambió radicalmente. Dejaron atrás los viñedos abiertos para encajonarse en el valle del río Valcarce. El Camino se volvió un sendero estrecho que serpenteaba paralelo al río y a la carretera, bajo la sombra de chopos y castaños centenarios.

​El murmullo constante del agua era el metrónomo de sus pasos. Atravesaron pueblos de una sola calle, como Pereje y Trabadelo, donde la piedra se volvía más oscura y los tejados de pizarra anunciaban ya la cercanía de Galicia.

​La caminata por el valle fue introspectiva. El terreno era engañoso: parecía llano, pero picaba hacia arriba constantemente, preparando los músculos para el día siguiente. Luis caminaba en cabeza, sintiendo cómo el aire se volvía más húmedo y frío a medida que se internaban en el desfiladero.

​IV. Vega de Valcarce: La Base del Gigante

​Finalmente, el grupo llegó a Vega de Valcarce. El pueblo se asienta en el fondo del valle, custodiado por las ruinas del Castillo de Sarracín, que desde lo alto de un risco parece vigilar el paso de los peregrinos.

​Se instalaron en el Albergue Municipal, un edificio robusto de piedra y madera que exhalaba ese olor característico a montaña y a ropa secándose al sol.

La vivencia de la tarde:

Después de cenar un caldo gallego —el primero del viaje—, se sentaron en el banco de piedra a la entrada del albergue. El sol se ocultaba tras las cimas que tendrían que escalar mañana.

​"Mañana es el día, chicos," dijo Marc, mirando hacia la pendiente que se perdía en el bosque. "O Cebreiro nos espera. Dicen que es la subida más dura, pero también la más hermosa".

​Luis asintió, sintiendo una extraña calma.

​"Ya no me asusta la subida," confesó Luis. "Después de hablar en la Puerta del Perdón, entiendo que el esfuerzo de mañana es un regalo, no un castigo. Subiremos paso a paso, como hemos hecho todo lo demás".

​Anya sonrió, cerrando su cuaderno. "Mañana pintaremos el cielo desde arriba".

​Esa noche, en el albergue municipal de Vega de Valcarce, el sueño fue profundo y reparador. Estaban a las puertas de Galicia, en el umbral del último gran desafío, y por primera vez, no tenían miedo a lo que vendría.




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