Mi Camino a Santiago

Capítulo 27: El Milagro entre las Nubes

I. La Pared de la Faba

​Luis, Anya y Marc salieron de Vega de Valcarce cuando el valle aún era una fosa de oscuridad y frío. Sabían que hoy el Camino no pediría pasos, sino pulmones. El ascenso a O Cebreiro es la frontera mítica, el muro de piedra que separa el Reino de León de la verde Galicia.

​La subida comenzó con una violencia silenciosa. Al pasar Las Herrerías, el asfalto cedió ante senderos de tierra y piedra suelta. En la ascensión hacia La Faba, el grupo se estiró; cada uno libraba su propia batalla contra la gravedad.

​Marc, con el tobillo vendado pero el corazón firme, marcaba un ritmo lento pero constante. Anya se detenía a veces, no para descansar, sino para mirar cómo la niebla se quedaba atrapada en las copas de los castaños centenarios. Luis, en silencio, sentía que cada metro ganado era una limpieza definitiva de su antigua piel de ejecutivo.

​II. El Mojón de la Esperanza

Cerca de la cima, en Laguna de Castilla, encontraron el primer mojón con la concha de Santiago que marcaba la entrada en Galicia.

—Lo hemos logrado —dijo Marc, apoyándose en su bastón, con el rostro empapado en sudor y una sonrisa que Luis no le había visto en años—. Estamos en casa de los dioses.

​El paisaje había cambiado. La aridez de la Meseta era un recuerdo borroso. Aquí, la humedad se filtraba en los huesos, y el aire olía a hierba mojada y a leña de roble.

​III. O Cebreiro y la Santa Leyenda

​Entraron en O Cebreiro como quien entra en un sueño celta. Las pallozas (casas circulares de piedra con tejados de paja) emergían de la niebla como setas gigantes de otro tiempo. El grupo se dirigió directamente a la Iglesia de Santa María la Real, un templo prerrománico donde el tiempo parece haberse detenido en el siglo IX.

​Dentro, bajo la luz tenue de las velas, vivieron el momento especial. Se acercaron al relicario que guarda el Cáliz y la Patena. Luis les susurró la Santa Leyenda:

​—Cuentan que en un invierno medieval de tormentas feroces, un campesino de un pueblo cercano subió hasta aquí solo para escuchar misa. El monje, de poca fe, lo despreció pensando: "¿Cómo viene este hombre con este tiempo solo por un poco de pan y vino?". En ese instante, cuenta la leyenda, la Hostia se convirtió en carne y el vino en sangre para demostrarle al monje que el milagro no está en el rito, sino en el sacrificio y la fe del que busca.

​Se quedaron en silencio absoluto. Para Marc, el campesino era él mismo, luchando contra su dolor físico. Para Anya, el milagro era la transformación de la materia en espíritu a través de la mirada. Para Luis, el mensaje era claro: lo que importa no es la magnitud de la meta, sino la pureza de la intención.

​Al salir de la iglesia, la niebla se abrió por un instante, revelando el "mar de nubes" bajo sus pies. Se abrazaron sin decir nada. Habían pasado de la redención en la Cruz de Ferro al milagro de la persistencia en O Cebreiro.

​IV. Hospital de la Condesa: El Reposo del Guerrero

​Aunque O Cebreiro invitaba a quedarse, decidieron caminar unos kilómetros más para evitar las multitudes y encontrar el silencio necesario para procesar lo vivido. El sendero, ahora más suave pero aún a gran altitud, los llevó a través de prados verdes habitados por vacas rubias gallegas.

​Llegaron a Hospital de la Condesa, una aldea minúscula y serena que debe su nombre a un antiguo hospital de peregrinos fundado en el siglo IX.

​Se instalaron en el Albergue Municipal, una construcción de piedra robusta donde la hospitalidad es directa y sin artificios.

La vivencia de la noche:

Cenaron una modesta sopa de ajo y compartieron un trozo de queso de O Cebreiro. En la habitación compartida del albergue, Luis escuchaba el viento silbar contra los muros de piedra de casi un metro de espesor.

​—Luis —susurró Anya desde la litera de al lado—. Mañana empezaremos a bajar hacia el valle.

—Lo sé —respondió Luis—. Pero algo de nosotros se va a quedar siempre aquí arriba, en la niebla.

​Luis cerró los ojos pensando en su futura misión. Había aprendido que, al igual que el campesino de la leyenda, él estaba dispuesto a cruzar cualquier tormenta, ya fuera en los Himalayas o en los templos de Shikoku, siempre que su intención fuera verdadera. Galicia lo había recibido con un milagro, y él estaba listo para devolvérselo al mundo.




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