Mi Camino a Santiago

Capítulo 29: La Frontera de los Cien

I. El Adiós al Silencio

​Luis, Anya y Marc abandonaron el Monasterio de Samos al despuntar el alba. La caminata hacia Sarria fue un último regalo de la Galicia profunda: senderos entre castaños centenarios y el rumor del río Oribio escoltando sus pasos. Sin embargo, al acercarse a Sarria, el aire cambió. El silencio denso que los había acompañado desde O Cebreiro empezó a romperse con el sonido de los coches y el eco de voces lejanas.

​—Disfrutad de estos últimos minutos de paz —advirtió Luis—. Sarria es la aduana del Camino. Allí la soledad se acaba.

​II. El Impacto de los "Nuevos"

​Al entrar en Sarria y subir las escalinatas hacia la parte alta, el choque fue inevitable. Las calles estaban inundadas de gente. Peregrinos con mochilas pequeñas y relucientes, botas que no conocían el barro de la Meseta y rostros descansados. Eran los que empezaban allí para cumplir el requisito mínimo de la Compostela.

​—Mirad esas botas —susurró Marc, con una mezcla de ironía y orgullo—. Están impolutas. No saben lo que es que el polvo de León se te meta en los poros.

​Anya se sentía invadida por el ruido de los grupos que reían y hablaban alto.

—Luis, siento que el Camino se ha vuelto un parque temático. ¿Dónde está la magia?

​Luis se detuvo un segundo frente a la Iglesia de San Salvador.

—La magia ya no está en el camino exterior, Anya. Está en lo que hemos construido nosotros tres. Ellos están empezando; nosotros estamos terminando. Mi misión requiere aprender a caminar en medio de la multitud sin perder mi centro. Si quiero ser un "constructor de puentes", tengo que aceptar que este puente ahora está lleno de gente.

​III. El Ascenso a Barbadelo

​Atravesaron Sarria con paso firme, deseando recuperar el contacto con la tierra. Al dejar atrás el casco urbano, el Camino ascendió por una hermosa corredoira hacia la zona de Barbadelo. Aunque el flujo de gente era constante, la belleza de los robledales gallegos empezó a calmar los ánimos.

​Luis consultó su guía mientras caminaban.

—Hoy dormiremos en Barbadelo. Mañana, nada más empezar, cruzaremos la barrera psicológica de los 100 kilómetros. Hoy todavía somos "peregrinos de larga distancia" protegidos por la cuenta atrás de tres cifras.

​IV. El Albergue Municipal: El Último Refugio

​Llegaron a la aldea y se dirigieron al Albergue Municipal de Barbadelo. Es un edificio con solera, rodeado de prados y muy cerca de la iglesia románica de Santiago, un tesoro del siglo XII.

​Al instalarse, notaron la diferencia. El albergue estaba lleno, y el murmullo de conversaciones sobre hoteles, transporte de mochilas y cenas turísticas llenaba el comedor.

La vivencia de la tarde:

Luis y Marc se sentaron en un banco de piedra fuera del albergue, observando a un grupo de jóvenes que se quejaban de sus primeras ampollas tras solo cuatro kilómetros desde Sarria. Marc, en lugar de burlarse como habría hecho semanas atrás, sacó su pequeño kit de costura y desinfectante.

​—Tomad, usad esto —les dijo Marc con una sonrisa tranquila—. El primer día es el más duro para el ego, no para los pies.

​Luis lo miró con admiración.

—Has pasado de competir a servir, Marc. Ese es el verdadero milagro de Galicia.

​—He aprendido que mi fuerza no sirve de nada si no ayuda a los que vienen detrás —respondió Marc, guardando sus cosas—. Pero mañana, Luis... mañana quiero ver ese mojón de los 100 km. Necesito ver que el final es real.

​V. La Víspera del Hito

​Esa noche, bajo el techo del albergue de Barbadelo, Luis no podía dormir. Sabía que a pocos kilómetros de allí, un bloque de piedra marcaba el inicio de la cuenta atrás definitiva.

​Sacó su cuaderno y escribió:

"Barbadelo. Mañana entramos en la recta final. El ruido de los demás ya no me molesta; es solo el sonido de la vida volviendo a mi encuentro. El Camino me ha vaciado para que pueda llenarme con un propósito nuevo. Cien kilómetros para Santiago. Una vida entera para el mundo."

​Cerró los ojos, sintiendo el peso de la historia del albergue y la energía de los miles de peregrinos que, como él, habían pasado esa última noche de "tres cifras" antes de encarar el final del viaje.




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