El "pañuelo-arte" de Martín, un testimonio silencioso de su fallido intento por controlar el desorden, yacía en un rincón de su impecable lavadero, probablemente preguntándose cómo había terminado allí. Martín lo miraba con una mezcla de horror y fascinación. La sugerencia de Luz de enmarcarlo le había parecido una locura, pero en su fuero interno, una diminuta parte de él —una que Martín negaría rotundamente— no podía dejar de pensar en la vibrante aberración.
Mientras tanto, Luz, ajena al trauma de la seda italiana, siguió trabajando. El lienzo avanzaba a pasos agigantados, una explosión de naranjas, verdes, azules eléctricos y toques de fucsia. Nada, absolutamente nada, se parecía a los "grises neutros y las líneas geométricas" que Martín había especificado en su contrato. Era vibrante, caótico y, para cualquiera con ojos que no estuvieran programados para la simetría, cautivador.
Martín, decidido a no rendirse, intentó una nueva táctica. Si no podía controlar lo que Luz pintaba, al menos podría controlar el entorno. Empezó a seguirla por su apartamento, recogiendo cada pincel que Luz dejaba en el suelo, cerrando cada tubo de pintura abierto y colocando tapas en los vasos de agua. Luz lo observaba, a veces con una sonrisa divertida, otras con un suspiro exasperado cuando Martín interrumpía su flujo creativo para clasificar sus lápices por dureza.
—Martín, ¿podrías parar? —dijo Luz en un momento, con el pincel en el aire—. Intentas ordenar mi caos y solo logras crear el tuyo propio. Me desconcentras.
—No puedo concentrarme yo mismo con este... —Martín hizo un vago gesto hacia el "desorden organizado" de Luz, que para él era una pesadilla—. Necesito que haya un mínimo de estructura. ¿Cómo se supone que voy a relajarme si cada vez que doy un paso corro el riesgo de pisar un pincel o un bote de pintura?
Luz rodó los ojos.
—Es la belleza de vivir al límite, Martín. Además, Enzo y Ferrari parecen disfrutar de mis "obstáculos". —Los perros, efectivamente, jugaban a esquivar los objetos, moviendo sus colas con más entusiasmo del que mostraban por los juguetes perfectamente ubicados de Martín.
A pesar de las interrupciones constantes de Martín y sus "sugerencias" sobre dónde y cómo debía aplicar cada color —"quizás un poco menos de ese rojo pasión, Luz, ¿no cree?"—, el primer cuadro de Luz para el apartamento de Martín estuvo terminado. Lo había colocado en la pared principal de la sala, donde Martín había imaginado una pieza discreta que complementaría el sofá de diseño y la mesa de cristal.
Cuando Martín entró en la sala, sus ojos se abrieron como platos. En lugar del remanso de paz visual que había contratado, la pared ahora lucía una tormenta de colores vibrantes y formas abstractas que danzaban con una energía desenfrenada. Era audaz, indomable y, para su horror, ¡tenía toques de naranja!
—¿Qué... es esto? —Martín apenas pudo articular las palabras. Se acercó al cuadro, como si no pudiera creer lo que veían sus ojos—. Luz, esto no es lo que acordamos. No hay grises neutros. ¡Hay naranja! ¡Y azul eléctrico! ¿Qué son estas formas? ¡Parecen olas gigantes o explosiones de estrellas!
Luz, con la cabeza ladeada y una sonrisa de satisfacción, lo contemplaba.
—Es "El despertar del alma", Martín. Una pieza dinámica. Representa la liberación. La energía vital. Quería que su casa tuviera un punto focal, algo que le recordara que la vida no es solo números y simetría. —Se acercó al cuadro y acarició suavemente un trazo de fucsia—. Y sí, usé naranja. Porque su alma necesitaba naranja.
Martín se pasó una mano por el pelo, al borde de la desesperación.
—Mi alma no necesita naranja, Luz. Mi alma necesita orden. ¡Y este cuadro es el caos personificado! —Se giró hacia ella, con una expresión de exasperación total—. ¿Recuerda el contrato? ¿Mis especificaciones? ¿Las reglas?
—¡Claro que las recuerdo! —respondió Luz con inocencia—. Y te dije que a veces mis ojos ven colores diferentes. Si tú ves caos, yo veo vibración. Si tú ves un incumplimiento, yo veo... una interpretación artística. —Le guiñó un ojo—. Además, ¿no te gusta? ¿De verdad? Mira cómo contrasta con el gris de la pared. ¡Es una declaración!
Martín dio unos pasos atrás, intentando ver el cuadro con los ojos de ella, pero solo lograba ver la anarquía. Se imaginó a sus socios de negocios visitando su apartamento, mirándolo con extrañeza. O peor aún, a su madre, Elena, riéndose a carcajadas. Aunque, pensándolo bien, probablemente Elena lo amaría. Y eso, de alguna manera, lo irritaba aún más.
Se acercó a Luz, su voz baja y cargada de una mezcla de frustración y algo más, algo que no lograba identificar.
—Luz, esto no va a funcionar. Usted y yo tenemos visiones completamente opuestas.
Luz, en lugar de enojarse, lo miró con una chispa en los ojos.
—O, Martín, tenemos visiones complementarias. Quizás necesitas un poco de mi caos en tu orden. Y quizás, solo quizás, yo necesito un poco de tu estructura para que mi caos no se desborde del todo. —Su sonrisa se suavizó, perdiendo la burla y revelando una sinceridad que tomó a Martín por sorpresa.