Mi caos favorito

Capítulo 8

La noche de la gala benéfica llegó como un huracán. Martín Garrido, en su impecable esmoquin, sentía cada fibra de su ser vibrar con una mezcla de ansiedad y una extraña anticipación. Había revisado las listas de invitados diez veces, confirmado la seguridad, calibrado las luces del escenario y hablado con cada miembro del personal. Todo debía ser perfecto. O, al menos, debía estar bajo su control. Pero el corazón de la gala era la instalación de Luz: una "cascada de sueños" hecha de hilos y proyecciones que desafiaba cada principio de orden que él conocía.

Luz apareció deslumbrante, no en el sentido tradicional. Llevaba un vestido fluido de un color que Martín no supo identificar, pero que brillaba con pequeños destellos, y su cabello, aunque recogido en un moño más elaborado, seguía teniendo ese toque "desordenado pero con estilo". Sus manos, por supuesto, tenían alguna pequeña mancha de pintura oculta, como un secreto. La energía que desprendía era magnética.

—¡Martín, estoy tan emocionada! —exclamó Luz, girando sobre sí misma en el centro del museo, donde los últimos retoques a la instalación estaban casi listos—. ¡Mira esto! ¡Es justo como lo imaginé!

Martín la observó. La "cascada de sueños" era, efectivamente, una maravilla. Miles de hilos de colores colgaban del techo, formando un túnel inmersivo que se iluminaba con proyecciones cambiantes: flores que florecían y se marchitaban, galaxias giratorias, olas del mar. Era un torbellino de luz y color, tan opuesto a su propia estética, y sin embargo, no pudo negar su impacto. Se sentía como si hubiera entrado en un sueño.

—Es... impresionante, Luz —admitió Martín, su voz más suave de lo que esperaba—. La logística fue una pesadilla, pero... el resultado es innegable.

Luz le sonrió, una sonrisa genuina que hizo que el corazón de Martín diera un vuelco.

—Lo logramos, Martín. Tú con tu orden, yo con mi caos. ¿Quién diría que hacemos buen equipo?

Justo en ese momento, Elena Garrido hizo su entrada triunfal, luciendo un vestido elegante que brillaba con discreción. Sus ojos se iluminaron al ver la instalación.

—¡Espectacular! ¡Luz, eres una artista! Martín, ¿no es una maravilla?

Sin esperar respuesta, Elena abrazó a Luz con efusividad.

—Estoy tan orgullosa de ti, cariño. Esto es lo que este museo necesitaba: vida, color, ¡alma!

Mientras Elena seguía elogiando a Luz y Martín intentaba no sonrojarse ante la mirada cómplice de su madre, se acercó Armando, un empresario rival de Martín, impecablemente trajeado y con una sonrisa condescendiente. Armando era la imagen de la perfección corporativa, un "Martín sin el encanto oculto", como una vez lo había descrito Elena.

—Martín, veo que su madre se ha superado este año con la gala —dijo Armando, su voz tan pulcra como su corbata.

Luego su mirada se posó en la instalación de Luz, y su sonrisa se torció ligeramente.

—¿Y esto? Interesante. Un poco... audaz, ¿no cree? Demasiado color para una noche tan elegante.

Sus ojos se detuvieron en Luz, evaluándola de arriba abajo con una expresión de desaprobación.

—Supongo que es la obra de la señorita... ¿?

Martín sintió una punzada de irritación que lo sorprendió. Antes, habría estado de acuerdo con Armando. Ahora, la crítica de su rival a Luz le sentó como una patada en el estómago.

—Ella es Luz —dijo Martín, con un tono más firme de lo que pretendía, interponiéndose ligeramente entre Armando y Luz—. La artista. Y esta es su obra. Una instalación inmersiva única.

Armando solo levantó una ceja, sin borrar su sonrisa.

—Ah, ya veo. El arte moderno y sus... libertades. Espero que no salpique el suelo.

Luz sonrió, una sonrisa tan dulce que Martín supo que era el preludio de algo.

—No te preocupes, querido. Mis obras solo salpican corazones. Y a veces, pañuelos de seda.

Le guiñó un ojo a Martín, quien apenas contuvo una carcajada. Armando, evidentemente, no entendió la broma interna y se retiró con una mueca de confusión.

La gala comenzó. La instalación de Luz fue el centro de todas las miradas. La gente se adentraba en el túnel de colores, maravillada, tomándose fotos, riendo. Era un éxito rotundo. Martín, que al principio se había preocupado por el "desorden" visual, se encontró sintiendo un orgullo que no entendía. Era el caos de Luz, pero él había sido parte de hacerlo posible.

Observó a Luz moverse por la sala, recibiendo felicitaciones, explicando su obra con pasión. Ella era un faro en medio de la pulcra multitud, una explosión de autenticidad. Se veía tan feliz, tan en su elemento, que Martín no pudo evitar que una sonrisa se formara en sus labios.

Más tarde, cuando la multitud empezaba a dispersarse y solo quedaban unos pocos invitados, Martín encontró a Luz sentada en el suelo, junto a uno de los focos de la instalación, contemplando su obra. Estaba agotada, pero sus ojos brillaban.

—Lo logramos, Luz —dijo Martín, sentándose junto a ella, ajeno a su impecable esmoquin. El suelo era frío, pero a Martín no le importó—. Es un éxito rotundo. La gente la ama.

Luz apoyó la cabeza en la pared.

—Sí. Lo logramos. Gracias, Martín. No habría podido hacerlo sin ti y tu... impecable logística.

—Y yo no lo habría hecho sin tu... imparable caos —respondió Martín, y el eco de su propia frase lo sorprendió.

Había dicho "tu caos favorito" la noche anterior, casi sin pensar. Ahora, sentía que era verdad.

El silencio se instaló, un silencio cómodo, roto solo por el suave zumbido de los proyectores. La luz de la instalación bañaba sus rostros, dándoles tonos cambiantes de azul, verde y naranja. Martín miró a Luz, sus ojos fijos en la pequeña mancha de purpurina que seguía en su mejilla. Extendió el pulgar y, esta vez, con total deliberación, la rozó suavemente, quitándola.

Luz sintió el roce y sus ojos se encontraron con los de Martín. La distancia entre ellos se acortó. Sus respiraciones se mezclaron. No hubo necesidad de palabras, ni de lógica. Solo el arte, el caos y la innegable chispa que finalmente ardía entre ellos. En medio de la instalación, bajo una lluvia de hilos de colores, Martín Garrido, el hombre del orden, se inclinó y besó a Luz, su caos favorito, por primera vez, directamente en los labios.




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