La mañana siguiente, la luz del sol se filtraba por la ventana del apartamento de Martín, revelando un desastre que, por primera vez, no le molestó en absoluto. Las cajas de comida china, el portátil con sus celdas de colores, la manta sobre el suelo… todo era un testimonio del cambio. Y de que Luz había pasado la noche allí.
Martín se despertó con el brazo entumecido. Luz estaba acurrucada a su lado, durmiendo pacíficamente. El corazón de Martín se aceleró ligeramente. Era la primera vez que se despertaba junto a alguien que no fuera una cita de una noche o una exnovia perfectamente ordenada. Era, de hecho, la primera vez que se despertaba sintiéndose tan… relajado.
La vio a su lado, con su pelo desordenado y una pequeña mancha de purpurina en la mejilla que se había negado a borrar, y sintió una ternura abrumadora. Se inclinó y, con el mismo impulso que lo había llevado a besarla la noche anterior, le dio un suave beso en la frente.
Luz se removió, sus ojos se abrieron lentamente. Cuando lo vio, una sonrisa se formó en sus labios, una sonrisa que Martín sintió hasta en el alma.
—Buenos días —susurró Luz—. Tu cama es mucho más cómoda de lo que tu sofá podría parecer.
—Buenos días —respondió Martín, su voz inusualmente ronca—. Y tu... caos matutino es mucho más atractivo de lo que cualquier gráfico de barras podría ser.
Rieron. El silencio no era incómodo, era prometedor. Se quedaron acostados por unos minutos más, un lujo que Martín nunca se había permitido un día de semana, hasta que el sonido de su teléfono rompió el encanto.
Era Diego, su asistente. Martín respondió, su voz volviendo al tono profesional, pero con una calidez subyacente que Diego notó de inmediato.
—Señor Garrido, no ha llegado a la oficina. La reunión con el equipo del hotel comienza en una hora. Y, uhm, la señorita Valeria ha insistido en que solo se verá con usted para discutir los planos.
Martín suspiró. El mundo real, con sus agendas y sus Valerias, estaba de vuelta. Se levantó, sintiendo que sus dos vidas, la ordenada y la caótica, estaban a punto de chocar de nuevo.
—Voy en camino, Diego. Y por favor, prepárele una taza de café a la señorita Luz. Con extra de canela. No, con mucho extra de canela.
Luz lo miró.
—¿Me estás ordenando un café, señor Garrido? No me gusta el café con canela.
—No es una orden, Luz. Es una sugerencia. Para que pruebes algo nuevo —dijo Martín, con una sonrisa, mientras se vestía.
La reunión fue un espectáculo. Martín entró, impecablemente vestido, pero con una actitud más relajada de lo habitual. Luz llegó poco después, con su atuendo habitual de artista, su pelo desordenado y una gran sonrisa.
Valeria, que había estado esperando a Martín con una expresión de “dónde se habrá metido”, frunció el ceño al ver a Luz. Su mirada se detuvo en Martín, buscando una explicación.
—Martín —dijo Valeria con su voz suave pero fría—. Creí que discutiríamos los planos a solas.
—Valeria, Luz es parte integral del equipo. No se puede discutir mi parte sin la suya. Somos... un equipo —dijo Martín, con una convicción que sorprendió a todos, incluso a sí mismo—. Y tenemos un nuevo enfoque para este proyecto.
Martín le mostró los planos. Las celdas con colores. Los números que Luz había “embellecido”. Valeria, la mujer de la lógica, lo miró como si hubiera perdido la cabeza.
—Martín, esto es... inaceptable —dijo, su voz teñida de desaprobación—. Esto no es profesional. Son números. No son un cuadro de un niño.
Luz, siempre dueña de sus palabras, se acercó a la mesa.
—No son un cuadro de un niño, Valeria. Son la lógica del corazón. Si la gente que entra en este hotel no siente nada, los números de tu proyecto no van a subir, por más perfectos que se vean en blanco y negro. La gente paga por emociones, por experiencias.
Valeria se burló.
—Las emociones no pagan cuentas, señorita. Y si no me equivoco, su contrato con Martín especifica “minimalismo”. Esto es una violación de las reglas.
Se giró hacia Martín.
—Martín, puede elegir. Su reputación profesional o... este caos.
Martín miró a Valeria, la encarnación de su vida pasada. Luego miró a Luz, con su cabello desordenado y su pasión innegable. La elección no era difícil.
—Valeria —dijo Martín, su voz firme y sin dudar—. Usted y yo tenemos un contrato de servicio. Pero con Luz, tengo un acuerdo. Un acuerdo de vida. Y en mi vida, el caos es mi nuevo socio. La gente de este hotel no vendrá buscando minimalismo, vendrá buscando una historia. Y la historia de este hotel es la que estamos creando nosotros, la que tiene colores y la que no sigue reglas. Si no le gusta, puede buscar otro cliente. Y, por cierto —añadió, mientras tomaba de la taza que Diego le había traído, con extra de canela—. El café con canela no es tan malo.
Valeria lo miró, estupefacta, antes de salir de la sala con un indignado taconeo. El resto del equipo, que había sido testigo de la escena, se quedó en silencio. Martín se giró hacia Luz, con una sonrisa de victoria.
—La lógica del corazón, Luz —dijo Martín, extendiendo la mano para agarrar la suya—. Y el café con canela. Tienes razón, es delicioso.
Luz le devolvió la sonrisa, sus ojos brillando con lágrimas de emoción.
—Martín, eres un caos adorable. ¿Y sabes qué? Por primera vez, me gusta la forma en que tus números se ven. Se ven... como tú.