Mi caos favorito

Epílogo

El proyecto del hotel boutique fue un éxito rotundo. Se inauguró con una fiesta que, para el asombro de todos, tenía tanto de sofisticación como de alegría desbordada. La instalación de Luz, una sinfonía de luces y formas abstractas, se convirtió en el punto de encuentro de los visitantes. La gente no solo se hospedaba en el hotel; acudía para ver “la obra de arte que te hacía sentir”. Las reseñas hablaban de una experiencia “única”, “vibrante” y “con alma”. El minimalismo de la arquitectura de Valeria, en perfecta armonía con el caos de Luz, había creado algo que ninguno de los dos hubiera logrado solo. La lógica y el corazón se habían unido.

Martín, parado en medio del salón de la inauguración, observaba a Luz interactuar con los invitados. Se veía tan feliz y tan en su elemento, explicando con sus gestos apasionados el significado detrás de cada trazo de luz. La gente la escuchaba, fascinada. Y en ese momento, Martín sintió un orgullo que superaba cualquier éxito financiero. Su caos favorito era un éxito.

El triunfo del proyecto fue el inicio de algo nuevo para ambos. El “equipo” del hotel se convirtió en el equipo de la vida. Luz se mudó al apartamento de Martín, y el caos se apoderó de su santuario. Los cuadros inacabados se apilaban en los rincones, las manchas de pintura aparecían en lugares insospechados, y la cocina siempre tenía un ligero olor a café quemado. Pero Martín ya no se inmutaba. De hecho, le encantaba. Su mundo ya no era un lienzo en blanco; era una obra de arte inacabada y en constante evolución.

Un día, mientras ordenaba un cajón que no había tocado en meses, Martín encontró algo que pensó que había perdido para siempre: su pañuelo de seda Givenchy. Todavía manchado de naranja, azul y verde, arrugado y sin forma, una reliquia de su primer desastre. La primera batalla que el caos le había ganado al orden. Lo sostuvo con dos dedos, no con horror, sino con una sonrisa.

—Mira esto —dijo, y se lo mostró a Luz.

Luz lo tomó y lo extendió con cuidado. Sonrió.
—Es hermoso. Una de mis primeras obras de arte en tu vida.

—Solía pensar que lo habías arruinado —dijo Martín—. Ahora lo veo. No lo arruinaste. Lo transformaste.

Y así era su vida. No habían arruinado la vida del otro; la habían transformado. Él le había dado estructura, y ella le había dado color. Él la anclaba a la realidad, y ella lo liberaba para volar. El hombre del orden había encontrado la belleza en el desorden, y la artista caótica había descubierto la comodidad en un poco de estructura. Su historia no era la de la perfección, sino la de una imperfección perfecta.

El día de la inauguración de un nuevo proyecto, una galería de arte que combinaba la tecnología de Martín con el arte interactivo de Luz, Elena Garrido los observó a ambos. Martín, con su impecable traje, reía a carcajadas con Luz, cuyo vestido estaba manchado de algo que parecía purpurina plateada.

—Son una pareja tan extraña —dijo un amigo de la familia.

Elena sonrió con esa mirada astuta que solo ella tenía.
—No son extraños. Son el balance. Son el gris y el caos. Y, como verás, el gris siempre se ve mejor con una pincelada de naranja.

La historia de Martín y Luz no fue un final feliz, sino un comienzo feliz. Porque el amor no era una ecuación perfecta, sino una obra de arte. Una que se pintaba todos los días, con pinceladas de caos, un poco de orden y, por supuesto, mucho color.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.