No sabía qué hacía.
Dormí en los quiebres de un sueño
y pintaba pesadillas reales.
Ni siquiera era de la realeza
hablar mientras se masticaba.
Yo, en cambio,
no dejo de desearte,
aunque hacerlo sin tenerme
es pura fantasía.
Si tan solo dejara de pensarte
y comenzara a besarte,
este terrible vacío
sería una bienvenida.
Pero te atormenta el dolor,
ese que tanto niegas.
Huyes de ti
porque crees que te conoces,
pero no.
Solo te has visto sin ropa…
no desnuda.
Desnuda serías otra cosa.
No un enigma,
ni un rompecabezas,
serías las estrellas
de las que tanto hablé esa noche.
El canje espera por nosotros
a las orillas del entusiasmo:
tu acogedor escote,
tus rizos rabiosos,
y conmigo
la noche estrellada
de Van Gogh.