Mi cara de ti.

El gato de Van Gogh.

Y estaba ahí,
perdido entre las franjas de sus caderas
y lo acogedor de sus mejillas.

No había visto obra más bella,
ni mucho menos tanta seguridad e inseguridad en un solo arte.

Me enamoré de eso,
de esas imperfecciones
y de la manera poco justa en la que se atormentaba,
deslumbrándome.

De adivino olvidé su nombre.
¿Cómo saber?
Si mis intenciones, más que hurto a bellas artes,
era llevarla a lo más bonito de mis poemas.

Me excusé ante el mierdero de mi corazón
y le enseñé los pedazos rotos,
para que no se lastimara.

Le confesé mi amor por Benedetti
y de la importancia igualada a cero
que le doy al hecho de sus estrías o ambigüedades.

No sé si así estaba creada,
pero de mi risa se reía.
Me volví el payaso de sus obras
y quería un senocidio en su escote.

Me llamó pervertido sin conocerme
y al saber de mí,
quiso en su curiosidad
el tintero de mi carbónico.

Y yo me quedé, como siempre,
perdido, solo,
porque todo pasó en una noche o en mi mente.
No sabía que mis 7 vidas le pertenecían a un cuadro.




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