Y estaba ahí,
perdido entre las franjas de sus caderas
y lo acogedor de sus mejillas.
No había visto obra más bella,
ni mucho menos tanta seguridad e inseguridad en un solo arte.
Me enamoré de eso,
de esas imperfecciones
y de la manera poco justa en la que se atormentaba,
deslumbrándome.
De adivino olvidé su nombre.
¿Cómo saber?
Si mis intenciones, más que hurto a bellas artes,
era llevarla a lo más bonito de mis poemas.
Me excusé ante el mierdero de mi corazón
y le enseñé los pedazos rotos,
para que no se lastimara.
Le confesé mi amor por Benedetti
y de la importancia igualada a cero
que le doy al hecho de sus estrías o ambigüedades.
No sé si así estaba creada,
pero de mi risa se reía.
Me volví el payaso de sus obras
y quería un senocidio en su escote.
Me llamó pervertido sin conocerme
y al saber de mí,
quiso en su curiosidad
el tintero de mi carbónico.
Y yo me quedé, como siempre,
perdido, solo,
porque todo pasó en una noche o en mi mente.
No sabía que mis 7 vidas le pertenecían a un cuadro.