No les gustan salir, temen que las vean, temen que se les olviden que son más que simples adornos.
No les gustan la libertad, prefieren la prisión de una mujer que las mira con deseos, hasta el solitario que desea la mujer.
Dicen por ahí que ya no se estrellan, que se fugan, pero no como antes, ahora lo hacen cuando no las miran los duendes.
Creo saber cómo liberarlas, creo saber cómo hacerlo, creo que la llave se esconde en un buen beso de enamorados y se mira en el desafortunio de los rechazados.
A veces las escucho llorar en el firmamento, y me enojo con el universo por tenerlas tan lejos.
Creo saber cómo liberarlas, creo que debería hacerlo, ya que bajo su luminosa tristeza envuelta en alegría, soy el solitario duende que puede intentar sacarlas o fugarse con ellas.
Creo que debería dejar de encerrarlas en mis ojos y mis letras.