Es melancólico mirar la luna de sangre
y verme en el mismo lugar, con la misma soledad, con la misma agonía.
Se entristecen las estrellas al enterarse que ya no te fugas conmigo
y que eso que antes brillaba, ha dejado de brillar.
Se vuelven rancios los buenos días, provenientes de otros
y rara vez suele ser agradable la noche, sin tus buenas noches.
Pero a pesar de tantas enredaderas punzantes, que me envuelven y te envuelven,
solo me consuela mi hogar en el mismo lugar.
Ese lugar que no abandona nuestro solemne pasado,
uno que aborda el futuro que a plena vista es imposible visualizar.
Aquí estoy, en el mismo sillón, a dos pasos de la cama y a cinco de morir,
sin más nada que una foto tuya, con canciones y alguna maldición de por medio.
Por mis recuerdos de ti y la ofrenda masculina,
voluntariosa en mi terquedad, es lo único que me mantiene vivo.
Te mentiría si te negara que mi permanencia no es solo por desdicha,
sino que se debe a mi nacimiento y fallecimiento en ese adiós, en este lugar.