Moriré un 14 de cualquier día, mes o año,
donde no habrá tiempo para pesares
ni mentiras al borde de una risa.
Miraré tenue la ventana
y prenderé un cigarro que nunca he fumado,
mientras cantaré una canción que no me sepa.
Me sentaré en el mueble a la espera
de un amor pasado, pasajero o imaginado
y diré “llegaste”
y dirá “tarde”
y preguntaré “¿Por qué?”.
Llamaré por última vez al pizzero
y pisaré con un buen trago de alcohol o tristeza
toda la alegría que se quedó en el cordón umbilical.
Echaré la cabeza hacia atrás,
cerraré los ojos antes,
y saborearé mi soledad,
esa que tanto le he negado a la compañía.
“No es tu culpa”
“tampoco la mía”
y me tocaré la nariz sin motivos,
y toseré por el humo,
el mismo que soplaré al vacío que fui, que somos, que fuimos.
Imaginaré estrellas estrellándose en el techo,
ignoraré el “no te vayas” cerca de mis oídos,
pensaré que iré a un buen infierno,
y mis ojos se apagarán
por la lluvia de ajonjolí.