Ya no lo hago.
He dejado esas obligaciones al pasado
y sus pocas palabras muertas.
Ya no te pienso.
Gasto ese tiempo en otras cosas,
como por ejemplo aquel beso de múltiples toques
y esa otra risa que nunca salió sin estallidos.
Ya… ¿¡Para qué pensarte si no tiene sentido!?
Me siento bien al sentarme y encender un cigarro,
ese que tanto me prohibías.
Ya no te pienso,
porque he pensado en dejar de pensarte
y cuando lo hago me confundo,
porque no sé si te terminé de pensar
o estoy comenzando a hacerlo.
Ya no te pienso.
El pensamiento nada en los recuerdos,
pero no les hago caso…
solo hasta que caigo en la realidad y digo:
—¡Bueno!—
Y vuelvo a fumar pensándote,
sin hacer nada que interrumpa
tu des-pensamiento de mí,
tu libertad autónoma.