Días color naranja

Me considero un amante de los días soleados, aunque sea algo difícil de creer. Hoseok solía decirme que mi rostro serio y vestiduras oscuras, eran de alguien quien adoraba el invierno y los días lluviosos, pero en realidad yo era todo lo contrario a eso. Podía aparentar ser alguien rudo con mi expresión neutra de siempre, pero en verdad amaba las cosas adorables y los días cálidos. Pero no me malinterpreten, que me gusten los días soleados no quiere decir que no deteste el calor en las ocasiones que parece estar en su máximo esplendor y tienes que prender más de diez ventiladores en tu habitación porque el calor es insoportable; lo que tenía con los días soleados era algo como una relación de amor-odio, los amaba y los odiaba al mismo tiempo; pero en estos momentos, era más como un odio infernal que acaba de desarrollar por esos días.

Hoseok había comprado boletos para un parque acuático porque el calor parecía superar los 45° y él había dicho con esa voz cantarina y alegre de siempre: que era la oportunidad perfecta para ir a un parque acuático. Y aunque me había negado más de cien ocasiones en las que me rogó para ir con él, Hoseok había estado molestándome cien veces más. Y ante mi pereza de seguir negándome, y la intervención de Doña Flor, acepte -a regañadientes- ir con él.

Hoseok hablaba emocionado acerca de subirse a los toboganes, yo de mi parte quería evitar subirme a uno de esos. Nos detuvimos en una de las tiendas que habían dentro del parque y a mi acompañante se le ocurrió la magnífica idea de que debíamos comprar helados para refrescarnos por el día caluroso. Yo acepte su propuesta, porque en verdad quería refrescarme y después podría usar el helado de pretexto para no meterme a la alberca, ya saben, decir algo como que el helado me cayó mal y estaba indispuesto para subirme al tobogán, también podría divertirme viendo a Hoseok gritar asustado deslizándose en el tobogán mientras que yo me encontraba sentado en una de esas sillas de playa bajo una gran sombrilla, con el teléfono en las manos grabando por si Hoseok se caía. Al igual que el año pasado.

La chica que nos atendía nos entrego nuestros helados, sacándome así del plan infalible que estaba elaborando en mi mente. Seguimos nuestro camino después de agarrar nuestros helados y Hoseok por fin detuvo su habladuría para comer su preciado helado de fresa con chispas de chocolate, yo había escogido un helado más simple que el de él, pues el mio solo era de vainilla, sin chispas de chocolates y sin cerezas de decoración, pero al parecer a la persona que había chocado conmigo le encantaban los helados con más de tres capas de chocolate y con más chispas de colores que personas en el mundo.

– Lo siento mucho – se disculpo la chica que tenía una voz que me era conocida, pero que no hizo falta ver su rostro para saber quien era, al notar que a pesar que ambos habíamos chocado, yo había sido el único con manchas de helado en su ropa mientras que su pulcra blusa blanca se mantenía perfectamente limpia.

– Cuando aprenderás a caminar sin estar en las nubes – dije y ella apartó su vista de mi camisa manchada al reconocer mi voz. Sun hee sonrió divertida al verme y yo no tuve de otra más que corresponderle la sonrisa.

Yo me consideraba alguien muy observador, pero no había necesidad de serlo cuando Sun hee estaba a mi lado, ella era prácticamente un libro abierto.

– ¡Yoongi! – exclamó ella alegre, con su resplandeciente sonrisa adornando su rostro, sonrisa que fue decayendo al notar mi expresión no tan contenta por mi sudadera cubierta de helado. La vi murmurar un: ups mientras fruncía su nariz como un pequeño conejo.

– Tienes suerte de que vendan camisetas en este puesto – dijo señalando uno de los puestos que se encontraban a nuestras espaldas, quería negarme a comprar una camisa de esas pero no tenía opción, ya que Hoseok no iba a querer irse del parque solo porque yo traía la sudadera cubierta de helado.

– Vamos, yo pagaré por ella – menciono Sun hee entusiasta, me tomo de la muñeca y me llevo arrastras hacia la tienda. Hoseok nos siguió de cerca mientras me miraba alzando las cejas de arriba hacia abajo preguntándome con la mirada quien era la chica a mi lado, pregunta que no quería responder.

– Esta es la última – nos dijo la señora del puesto mostrándonos una camisa color blanca que decía súper mamá junto con el escudo de súper man en el centro. Cosa que me había hecho recordar nuestro primer encuentro, cuando la chica de la suerte se había llevado los veinte dólares que pudieron ser míos mientras estaba en uno de sus delirios de borracha.

– No voy a ponerme eso – dije ante el ademán que ella había hecho por comprar dicha camisa.

– No tienes opción, no puedes estar con esa sudadera cubierta de helado, además, ¿porque traes sudadera cuando hay un calor infernal?

– Porque no quiero que mi piel se queme – me excuse a lo que ella volvió a fruncir su nariz. Ignoro mi negación por la camisa y la compro de todas formas, yo no tuve de otra más que ponérmela a pesar de las risas de Hoseok.

– Este de aquí es mi amigo Hoseok – lo presenté después de que sus risas pararon.

– Y ella es Sun hee – dije con simpleza. Las presentaciones fueron cortas y perezosas, pero era obvio que Hoseok no estaba complacido con ello, sabía que iba a molestarme a penas llegáramos a casa.

– ¿Entonces era verdad que no tenías amigos? – pregunté burlón al no ver a nadie más con ella mientras caminábamos hacia los toboganes, que aún me negaba a la idea de subirme a uno de esos.

– Si los tengo – contesto enseñándome la lengua infantil. – solo que hoy salí con los amigos de mi hermano y es una tortura, así que estaré contigo todo el día – aseguró batiendo sus pestañas.

– Claro que puedes – dijo Hoseok con alegría.

Y fue ahí que comenzó un día más de tortura, un día de aventura más con la chica de la suerte a mi lado. Ahora no solo tenía que soportar la energía interminable de Hoseok, si no que también la de Sun hee.