Capítulo 22.
{La pared, la pared... y las piojosas}
Azucena.
La mañana se pasó rápido, mis padres almorzaron conmigo y Gardenia. Hablamos de lo que sucedió y mamá dijo que si lo quiero, podría empezar a ir a terapia. Lo cual me pareció una buena idea, ya que mi cabeza sigue estando revuelta.
Como no tenía nada más que hacer, me acosté en el sillón para ver una película animada junto con Gardenia.
— ¿Estas bien hermana? — preguntó Gardenia.
Baje mi cabeza y la mire, esos ojitos verdes que tanto amo, me miran con preocupación.
— Si pequeña, ¿Por qué?
—Ayer fui a despertarte pero papá y mamá, dijeron que no estabas bien y que te dejara dormir — ella acaricio mi mano. — y hoy tampoco fuiste al colegio.
Con mi brazo la rodeo para abrazarla con fuerza.
— Estoy bien Gardenia —ella me devolvió el abrazo. — te quiero muchísimo, mi pequeña loca.
— Vos estás loca y despeinada.
— Bueno es que no encontré el cepillo.
— No tenés cepillo. Te prestaría uno mío, pero seguro tenés piojos — se soltó de mi abrazo. — ¡Qué asco!
Iba a decirle algo, pero justo sonó el timbre.
— Te toca — dijo Gardenia.
Rodé los ojos, y me levante del sillón. Me acomodé el pantalón y trate de que mi pelo no se viera tan desordenado. Pero la verdad no me importaba.
Cuando abrí la puerta, inmediatamente me arrepentí de no haber pasado por un espejo antes.
— Russell ¿Qué haces aquí?
Se veía tan hermoso como siempre, pantalones negros, remera blanca y su pelo desordenado pero que de alguna forma quedaba increíble. Me di cuenta que traía un arito en la oreja izquierda, lo cual le daba un aire mucho más sexy, mucho más él. Si hermoso le queda corto, para poder describirlo.
— Flaca, ¿Podemos hablar?
Suspire, le debía una disculpa. Pero también quiero darle las gracias.
— Si, pasa — deje un espacio para que lo hiciera.
Cuando paso junto a mí, no pude evitar sentir su perfume. ¿Tan bien iba a oler? Justo en ese momento recordé, mi aspecto de vagabunda y que mi perfume se evaporo hace horas.
— Justo estaba por irme a bañar. Emm te importas, si te quedas con Gardenia — necesitaba arreglar mi cabello, capaz ni estaba sucio. Pero me siento hecha un desastre.
La antes nombrada, apareció de la nada.
— Vamos Russell, esta chica tiene piojos. No la dejes usar tu cepillo — comento.
Juro que en ese momento quise matarla.
Russell soltó una carcajada, luego me miro de arriba abajo.
— Yo digo que solo esta despeinada, y se ve igual de preciosa que siempre — admite mirándome a los ojos.
Sentí el calor subir por mis mejillas.
— ¿Usas lentes? — pregunto con inocencia Gardenia.
— No — responde Russell.
— Deberías…
Ambos soltamos una carcajada, la tensión que sentía en mis hombros desapareció un poco. Podría darle un beso en la frente a mi hermana por eso. Pero recordé que dijo que tenia piojos.
Gardenia desapareció, calculo que se fue al sofá. Mire a Russell, sus ojos marrones no se apartaron de los míos.
— ¿Me esperas? — le pregunte.
— Siempre.
Por alguna razón, sabía que no solo se refería al baño.
Russell.
Vi como ella salió corriendo, seguramente rumbo al baño. Y como seguramente iba a tardar, decidí ir con Gardenia a ver una película. Pasaron como veinte minutos hasta que la pequeña rubia pregunto.
— ¿Sos novio de mi hermana?
Casi me atraganto con mi propia saliva. La mire entrecerrando los ojos ¿Sera alguna prueba del señor Black? Aunque lo dudo, porque Yull siempre sabe todo y seguramente le cuenta todo a su esposo.
— No, aunque quisiera — respondí al final.
— Ella me agrada y la quiero mucho — dice. — no le rompas el corazón.
Me quede sorprendido, por sus palabras. Porque es una niña pequeña como para entender el significado de todas esas palabras. Aunque es hija de Yull y William, y es hermana de Azu, ser inteligente debe venir en su código genético.
— No se lo voy a romper, yo también la quiero mucho.
Ella me regalo una sonrisa, que dejaba ver que le faltaba un diente. Luego acaricio mi brazo.
— Así me gusta, porque me gusta cuando venís. Ves películas conmigo y dejas que te pinte las uñas.
—A mí también, me gusta ver películas con vos y mis uñas siempre quedan geniales.
Ella sonrió y se acomodó en mi brazo, para que sigamos viendo la película. Creo que pasaron unos treinta minutos más, la película había terminado. Gardenia se había dormido en mi brazo. Azucena no había aparecido.
Acomode a ala pequeña en el sillón y la tape con una manta. Decidí ir a ver si todo andaba bien con la pelinegra, así que subí las escaleras hasta su cuarto. Justo cuando iba tocar la puerta, ella la abrió.
— ¡Ay! Tarado me asústate — se queja, llevando su mano al corazón.
— ¿Tan feo soy?
Ella suelta una pequeña risa, me tomo unos segundos para observarla. Su pelo mojado le cae a los lados de la cara se ve preciosa.
— ¿Qué? — pregunta.
— ¿Qué de qué? — pregunte haciendo la reír.
— ¿Gardenia?
— Se durmió.
No sé en qué momento me acerque tanto o ella se acercó. Pero estábamos a cinco centímetros de distancia. Si me agachaba un poco podía rozar su nariz con la mía.
Sus ojos azules iban de mis ojos a mi boca. Mi corazón latía a toda velocidad, quiero besarla, abrazarla. Hacerle sentir que estoy con ella. Pero no, tenemos que hablar.
— ¿Quieres que hablemos aquí? O ¿Vamos abajo?
Ella sacudió su cabeza, como si volviera a la realidad. Al momento en donde estábamos. Se alejó un poco.
— Aquí — ella se dio vuelta para que la siguiera al interior de su habitación.
Nos sentamos en la cama en posición de indio. Nuestras rodilla se tocaban, aunque hubiera tela de por medio yo podía sentir el calor que emanaba su cuerpo.