Mi Chico Lindo [bl]

CAPÍTULO 2.

 

 

 

 

     —Y entonces yo le dije que estaba casado—. Decía el chico de ojos azules con una sonrisa tonta y los cachetes rojos por el alcohol dentro de su organismo—. ¿Y sabes qué me dijo?

     —No, no sé—. Le respondía Christhian tomando un sorbo de su bebida observando como esos ojos azules humedecidos por el alcohol lo miraban fijamente.

     —El muy idiota dijo: "Es imposible que estés casado. En vez de ser el marido eres la esposa"—. Comentaba indignado batuqueando la botella en su mano de arriba abajo.

     —¿Y qué le dijiste?—. Su sonrisa se ensanchaba por cada avance de la historia que le contaba Paul.

     —Metí la pata—. Dijo escondiendo su cara entre sus brazos que se encontraban apoyados en la barra del bar en donde se hallaban—. Le dije que no sería la esposa sino la "marida".

     Un fuerte golpe en la barra logró que levantara sorprendido su rostro de su escondite. El castaño se reía estrepitosamente mientras palmeaba con fuerza de vez en cuando la mesa. El pelinegro sonrió ante la vista de su amigo perdiendo el control.

     —"Marida"—. Dijo entre risas retorciéndose en su asiento al lado de su amigo—. N-no puedo contigo...

     —Me pregunto cómo reaccionarían tus amigos ante este lado tuyo que nadie conoce—. Le dijo colocando su cara encima de su mano que estaba apoyada en la barra—. Nadie se creería que el serio Christhian es en realidad un payaso con risa escandalosa.

     No obtuvo respuesta. El cuerpo del nombrado se encontraba sacudiéndose ante la carcajada imparable de este.

     —Cállate—. Le respondió luego de haberse calmado. Su cara se encontraba descansando en la barra—. Solo soy así cuando estoy contigo. Me contagias tu infantilismo.

     El otro enarca una ceja ante lo que escuchó.

     —¡Ah! Sí, claro—. Lo mira los ojos marrones de su amigo antes de contestarle—. Yo voy a misa y el Padre no me transmite su santidad—. Los dos se echaron a reír. Esta vez, con más disimulo.

     —Extrañaba los tiempos así—. Le confesó el moreno ya más calmado mientras daba el último sorbo a su bebida.

     —Sí, sí. ¿Viste que no te arrepentiste de venir?—. Lo apunta con su dedo levantando una de sus cejas y dándole una sonrisa burlona—. ¡Nunca me equivoco! Te hacía falta algo de relajación Tipo 2.

     —¿Tipo 2?—. Comenta extrañado. Nunca había oído hablar al pelinegro sobre eso—. ¿Y el tipo 1, 3 y 4?

     —Tipo 1: incluye playa, cine, restaurantes o paseos—. Comenta enumerando con sus dedos cada una de las opciones—. Tipo 2: se refiere a tomar un rato y relajarse entre amigos.

     —¿Tipo 3 y 4 no existe?—. Le insistió sintiendo que le ocultaban algo. El mayor solo volteó la cabeza a otro lado.

     —No, no hay. No existe.

     —Me estás evadiendo—. Christhian lo miraba inquisidor poniendo nervioso al chico a su lado—. Me picaste la curiosidad. Cuéntame—. No recibió respuesta. Suspiró un poco molesto por ser ignorado. En última medida tomó la oreja del pelinegro, jalándola como si fuese su hijo—. O lo dices, o lo dices.

     —¡Ay! ¡Ay! ¡Ay! ¡Eso duele!—. Profería poniendo la voz un poco más aguda de lo usual—. ¡Te lo digo! ¡Te lo digo!—. El otro lo suelta y él se acaricia la oreja adolorida—. Tipo 3: droga, sexo y alcohol desenfrenado. El tipo 4 no existe... por el momento.

     Hubo un breve silencio en el lugar que asustó de sobremanera a Paul. ¿Y si ahora lo odiaba por decir algo como eso?

     —Estás totalmente loco—. Respondió con los ojos un poco abiertos—. Muy loco—. Al final sonrió como siempre lo hacía, leve pero matador.

     —Aún así sigues siendo mi amigo, ¿No?—. Inquirió para estar seguro del todo.

     —Para dejar de ser amigos tú tendrías que dejarme. Yo no lo haría.

     Se quedaron callados sin saber que mas decir o qué tipo de conversación empezar. Los pensamientos de los dos chicos se encontraban dispersos y un poco ajenos a lo que vivían en el momento. Cada uno se encontraba sumergido en el dilema actual en el que se encontraban.

     ¿Está bien decírselo ahora?

     Era la duda que los dos tenían, ya que, no estaban seguros de la respuesta del otro, ni si ese era un buen lugar para hacerlo. Sinceramente querían escapar, mas se habían prometido a sí mismos que ese día dirían lo que tenían que decir.

     El pelinegro se levantó de golpe sorprendiendo al otro.

     —¿Paul?—. Preguntó mirándolo desde su asiento. Divisó como éste sacaba su billetera con intención de pagar lo que debían—. Ah no—. Se levantó también sosteniendo la mano del otro—. Yo pago.

     —¿Por qué?—. Lo miró un poco molesto—. ¿No me crees capaz de poder costearme este gasto?—. El otro negó con rapidez—. Entonces no te metas. Ahora solo eres un universitario que necesita para sus estudios, por mi parte ya estoy bastante bien establecido. Además, fui yo el de la invitación y el que invita, paga.

     —¿Ah? ¿Quién lo dice?—. Le cuestiona con el ceño fruncido.

     —La ley orgánica de ayuda y protección de personas que no saben cómo comportarse en sus citas—. El castaño quedó con la boca abierta sin entender nada—. Y si me preguntas de dónde salió eso, lo acabo de inventar ahora mismo. Con permiso.

     Dicho y hecho, se retiró para lograr su objetivo de encargarse de los gastos. El castaño solo lo observaba pensando en cómo su personalidad se había transformado tanto con el pasar de los años.

     Paul desde que lo conoció siempre fue tímido y sencillo. Callado e invisible. No obstante, desde que empezaron a tratarse desde ese día debajo de ese árbol en el instituto, ese chico se fue transformando poco a poco hasta convertirse en lo que era ahora. Alguien seguro que no le temía a nadie. O eso le parecía a él.

     Tenía la sensación de que ese chico era similar a una mariposa en su proceso de metamorfosis.



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En el texto hay: romance, drama celos intriga, chico x chico

Editado: 27.02.2021

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